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Agridulce

Suspiró agotado sentándose en el sofá de la sala para descansar unos minutos antes de irse a duchar pues en menos de 1 hora llegarían los socios de su amante. Estaba agotado pues había dado todo su esfuerzo en que la casa quedara impecable y en preparar un banquete con distintos platillos e incluso un postre, puesto que su mayor quería recibir de buena manera a sus socios para darles aquella noticia. Por lo mismo tenía que estar bien presentado ante ellos. Vio la hora y decidió que era hora de ir a bañarse. Fue a su habitación ya que ahí podría bañarse con mayor tranquilidad. Cuando salió de ahí escogió algo elegante para usar y bajó luciendo de manera elegante, pero a la vez casual.

Su mayor no se divisaba por ningún sitio, tal vez estaría en su despacho verificando el contenido del USB y repasando el discurso que haría para hacer que aceptaran el nuevo tratado.

El timbre sonó poniendo en alerta todos sus sentidos, por lo mismo fue hasta la puerta y suspiró antes de recibir a las visitas con amabilidad.

— Buenas tardes, señores, por favor pasen — ofreció abriendo las puertas para aquellos adultos.

— Tiempo sin vernos, Agust — saludó aquel hombre de cabellera negra mientras ingresaba a la mansión seguido por un hombre castaño quien solo le dedico una mirada para ingresar.

El pálido cerró la puerta tras ellos y los guió hasta el comedor.

— Pueden sentarse donde gusten, daré aviso a mi señor de que ya están aquí — avisó el menor actuando como un mayordomo de calidad. Guardaba una postura recta e impecable junto a una voz amable, pero no irritante. Era perfecto. Con la misma postura subió las escaleras para dirigirse al despacho del bufón. Tocó dos veces con sus nudillos hasta recibir una respuesta.

— Los invitados están aquí, amo — contestó esperando fuera.

La puerta fue abierta y luego cerrada al salir aquel hombre. Primeramente este le miró de arriba hacia abajo y luego lo rodeó con su brazo libre acercándolo.

— Te ves tan perfecto con este atuendo, muñeco — sonrió provocando un sonrojo en su menor. No lo dudo dos veces y tomó sus labios rosados entre los suyos con algo de salvajismo, como era costumbre en el bufón. Al quedar sin aliento se separaron y al menor le fue entregada una computadora. — Ponla en mi habitación, la traeras cuando yo te diga si es que no me creen las pruebas que tengo contra ellos, ¿está claro? — preguntó sin soltarlo de su cintura.

— Sí — asintió. Jack lo besó una vez más dejando una pequeña mordida en el labio inferior que hizo soltar un gemido al menor. Sus besos eran tan agresivos, nunca podría acostumbrarse lo suficiente, pero le encantaba sentir sus labios unidos.

El mayor lo soltó y el menor aprovechó para acomodar su ropa un poco al igual que respirar para tranquilizarse y no delatar lo que estaban haciendo. Cumplió las órdenes de su amo antes de volver a la mesa junto a él caminando en frente suyo.

— Perdón la espera, queridos socios — sonrió pasando por la puerta del comedor para sentarse en la silla del centro. Agust permaneció de pie tras él con manos en su espalda.

— ¿A qué se debió la tardanza, Jack? — el pelinegro levantó una ceja con una sonrisa pícara.

— Nada de lo que creen, eso es seguro — aclaró riendo un poco.

— Claro, haremos como que te creemos — comentó el castaño con completo sarcasmo.

— Crean lo que quieran, pero no vinimos hablar de lo que hago o no con Agust D, sino a discutir nuevas cuestiones con el contrato que pienso que ya deberían expirar para tener nuevas reglas — habló para cambiar el tema.

El juguete del BufónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora