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Órdenes

— ¡D-Detente! — suplicó con la voz entrecortada mientras temblaba, su rostro no se veía gracias a que voletaba hacia el suelo.

El victimario paró por el asombro. Nunca pensó escuchar esas palabras tan prontamente. ¿No era una alucinación? O ¿un sueño?.

— ¿Qué? —.

— No sigas — pidió aún sin levantar la cabeza.

Luego de unos segundos pudo recuperar su calma. — ¿Por qué? —.

— No me gusta, no me toques —.

— Mírame de frente y dímelo o no pararé — sus manos se deslizaron hasta su cadera y sus dedos rozaron por debajo de su pantalón y ropa interior.

Eso le puso la piel de gallina al pálido y levantó la cabeza rápidamente. — No, detente — pidió.

Sí, ¡!. Eso es lo que quería ver. Había estado ansiado este momento desde que conoció al Hacker. Deseaba ver aquellos ojos llenos de terror, llenos de miedo, llenos de desesperación. Su voz suplicar por detenerse.

Sonrió tan grande y alegremente que se convirtió en una sonrisa macabra.

— Me pides detenerme, pero nunca me hiciste caso en ninguna orden que te di ¿por qué debería de obedecerte? — argumentó.

— Te obedeceré, lo haré si no involucras esto — propuso desesperado.

— Mmh... no creo que estés en posición de negociar, honey — A menos que me propongas un trato más razonable, tú y yo sabemos que esto, va a pasar tarde o temprano — sus dedos se movieron un poco y nuevamente aquella piel erizada apareció.

El peliblanco estaba entre la espada y la pared, le era complicado pensar en algo teniendo las manos de su enemigo sobre él, además de las palabras que le había dicho ¿Qué podía proponer? No había nada que proponer, no quería nada de esa índole, ni con objetos, ni mucho menos con el maniático que lo tenía secuestrado. Además, no creía que aquel bufón de circo barato cumpliera con los tratos, pues todos son unas comadrejas que buscan su propia satisfacción o beneficio. No era de fiar. Nadie lo era. Pero tal vez había una alternativa, la más obvio, serviría para escapar.

— Cumpliré con lo que me digas, absolutamente todo excepto con cosas sexuales que requieran contacto físico y si fallo en algo, podrás hacerlo — propuso. Sí se estaba arriesgando, pero si no se arriesgaba podría perder todo.

— Me parece un trato razonable — concordó el azabache. — Hagamoslo — sonrió pues estaba seguro de que ganaría.

Luego de cerrar el trato el pelinegro apartó sus manos del cuerpo contrario para luego bajarlo y quitarle lo grilletes dejándolo en libertad, total no era una libertad absoluta y de cualquier modo, los pies de Agust estaban muy dañados, el bufón pudo darse cuenta de ello, pues no podía ni siquiera ponerse de pie. Sin mucha opción tomó al pálido en sus brazos por sus rodillas y espalda para salir de aquel sótano.

— ¡Oye! ¿Qué haces? — cuestionó con nervios al estar en esa posición. — ¿Ya olvidaste nuestro trato? — se quejó intentando bajarse.

— Lo acabamos de hacer, así que no y esto no rompe las reglas que estableciste, dijiste "No contacto físico sexual" esto no es tal cosa y por si no te has dado cuenta ni siquiera puedes mantenerte en pie, ¿Cómo vas a caminar? — argumentó sin dejar de caminar hasta una habitación de aquella fortaleza.

— Podría hacerlo si alguien no me los hubiera destrozado — remarcó la palabra "alguien" en medio de su queja.

— Era parte de mis métodos y tengo más de ellos bajo la manga, así que comportarte — amenazó con un tono gélido.

El juguete del BufónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora