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La cuchara se removía en círculos dentro de aquella taza blanca, sin emociones ni decoraciones, solo era una taza, la única suya en realidad. Todo el resto de tazas bonitas pertenecían a Sarv. En realidad podía usar todas ellas, ya que la monja insistía en compartir, pero él prefería utilizar lo suyo. Tenía muy pocas cosas en aquel enorme edificio que en realidad le pertenecían, fácilmente podría contarlos con los dedos de las manos. Quizá... Debía conseguirse una mejor vida para ganarse lo suyo y no vivir a costa de Sarv.

Un suave golpeteo le hizo abandonar sus pensamientos, era raro, podía oír la música cristiana sonando de fondo aún, estaba seguro de que aquel evento sobre el amor de los humanos hacia Dios aún no había terminado, por ello, Sarvente no podría estar libre. Giró a ver, y a pesar de no demostrarlo en su rostro, bastante sorpresa le dio el ver al chico bomba de pie en la puerta de la cocina. Un extraño cosquilleo sacudió sus extremidades, pero consiguió mantenerse sereno como siempre.

— ¿Y tú qué? —Alzó una ceja.— ¿No tienes a un hermano a quien ir a dejar a la escuela?

— Hola, Ruv. A mí también me da mucho gusto verte. —Dijo entrando con total confianza en aquella cocina, deteniéndose a un lado del ruso que ahora le daba nuevamente la espalda.— Ya dejé a Jr en sus clases, y como me quedaba de paso aproveché de venir a verte, ¿te molesta?

— Sí, honestamente me molesta mucho, pero aparentemente a ti no te importa lo que yo siento, ¿no?

— Depende.

El pálido hombre noto un suave deslizar sobre su espalda baja. La mano de aquel recién llegado se desplazó hasta su cintura, presionando con sus dedos en aquella zona hasta conseguir hacerle dar un paso más cerca de su posición, escurriendo disimuladamente algún que otro dedo bajo su camiseta de pijama. Sus mejillas enrojecieron un poco en consecuencia de esto, pero antes de que aquel explosivo chico pudiera continuar, éste le dio un golpe en los dedos con la cuchara que aún sostenía.

— ¡Auch! —Apartó la mano, además de haber quemado sutilmente su piel, si había dolido bastante.

— Mantén la distancia, sucio. —Lanzó la cuchara dentro del lavaplatos.— Acabo de despertar, no estoy de humor para tus mierdas.

— ¿No estás de humor?, ¿y cuando se supone que lo estés? Nunca te veo con una cara diferente a esa. —Le señaló su amargada morisqueta.— A excepción de cuando tú y yo-

— Cállate, te dije que no hablaríamos de eso. Bórralo de tu mente, eso nunca pasó.

— Pero no puedo fingir que no pasó algo que sí pasó, ¡y fue por horas!

Ruv se aproximó a la mesa, ocupando uno de los asientos disponibles para así poder beber su café en paz, no tenía muy interiorizado el desayunar en su habitación, y si iba a su cuarto ahora seguramente Whitty le seguiría y no saldría algo muy bonito de ahí.
Al menos no para el.

El de tez oscura se sentó frente a él, apoyando sus codos sobre la mesa y mirándole fijamente, con esos malditos ojos anaranjados llenos de curiosidad que, en un inicio le parecieron algo tiernos, pero ahora no podía evitar pensar en esa tarde que pasó en el departamento de ese hombre. Maldito hombre, desbordaba lujuria, ¿cómo podía existir gente así? Estaba seguro que el tamaño de esa cosa entre sus piernas no era normal. Y no, no podía recurrir a la excusa de que era negro. No todos la tienen así de grande.

— ¿Para qué viniste? —Preguntó bebiendo de su taza, el café estaba cargado, le gustaba así, odiaba las cosas dulces. Irónico.

— Quería verte. Te he extrañado un poco.

Derramó un poco del café al oír aquello, definitivamente sus palabras habían dado en el nervio adecuado, ya que hasta la tos que le acompañó sonaba nerviosa, y ¿cómo no notarlo? Sus mejillas estaban bastante sonrojadas, definitivamente era nuevo en este tipo de cosas.

Hᴏᴏᴋᴇʀ  -[Tagoti]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora