Saro

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—2—

Supongo que un viaje de quince horas debería haberse hecho larguísimo, pero cuando entro en modo escritora autómata, las horas se me pasan volando; y nunca mejor dicho. He conseguido dormir un poco y he escrito mucho, demasiado quizás, porque tengo los ojos resentidos y secos.

Richie piensa que es absurdo dedicarle tanto tiempo a algo que va a quedarse encajado dentro de un ordenador por el resto de sus días, pero lo que él no entiende es que para mí, escribir es una liberación y una lucha. Escribir me permite crear la realidad que me apetezca, ser dueña de algo por una vez. Es como que te crezcan alas de repente y puedas volar, así me siento en realidad.

Nunca lo he hecho para ganar dinero y creo que tampoco me gustaría. Eso de ponerme frente a decenas de personas para hablarles sobre mí, me viene bastante grande, así que prefiero seguir disfrutando a mi manera.

Me lavo la cara para despejarme un poco y me echo un par de gotas de colirio que siempre llevo encima. Al mirarme al espejo, mi reflejo me devuelve una imagen cansada, con el inicio de unas ojeras que se incrementarán en el transcurso de los días hasta que consiga superar el maldito jet lag, pero al menos, ya estoy en Chiang Mai.

«Becky: Dime que me has traído algo rico de la tía May. Estoy muerta de hambre».

Recojo la mochila y abro la puerta para salir del baño, justo en el momento en que recibo la respuesta de mi prima.

«Irin: Te conozco de sobras, vengo preparadísima».

«Irin: ¿Ya tienes la maleta?».

No me doy cuenta que alguien está tratando de entrar a la misma vez que yo abandono el baño, hasta que es demasiado tarde y me choco de bruces contra ella.

Es un "ella" claramente por dos razones obvias: porque es el baño de mujeres y porque su perfume floral se me cuela hasta el cerebro cuando se sujeta a mí para mantener el equilibrio.

—Lo siento —me disculpo dando un paso atrás, rompiendo la inoportuna cercanía.

Y antes de poder verle siquiera la cara, me apartan con brusquedad aún más de la chica, haciendo que me golpee el hombro con el marco de la puerta y suelte un quejido de dolor.

—Oye, ¿a ti no te han enseñado modales o qué?

—Niñita, eres tú quien deberías mirar por dónde vas —me enfrenta en tailandés, supongo que esperando que no la entienda.

Y este tipo de cosas me suceden a menudo cuando piso el país. No esta en concreto, pero sí que asuman que desconozco el idioma por mis facciones occidentales.

—Neung —le advierte la chica del olor a flores, reprendiéndola por su actitud grosera, antes de girarse y encararme.

Lleva el pelo recogido en un moño alto y una sudadera demasiado ancha para su delgada complexión. Sus gafas oscuras me impiden verle con claridad los ojos por un momento, pero enseguida se las sube hasta dejarlas descansar en su cabeza, como si de una diadema se tratase.

Y me doy cuenta de que con toda la historia y mi posterior escrutinio, no he oído nada de lo que me ha dicho.

—¿Qué?

Ella frunce un poco el ceño en un gesto adorable, tratando de concentrarse de repente y vuelve a hablarme, esta vez en un inglés algo torpe.

—Perdona, no miraba por dónde iba —se disculpa en un tono suave—. ¿Estás bien?

Por educación, tal y como se ha empeñado siempre en enseñarme mi madre, le cambio al tailandés en el que parece sentirse mucho más segura.

—No te preocupes, yo era la que iba distraída

Cruce de talentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora