La calm...

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—43—

Al entrar en casa, escucho una melodía suave que no reconozco pero tiene un tono muy bonito.

—Vaya, hola Becky —me saluda Faye sin dejar de tocar.

—¿Becky, de Rebecca Patricia Armstrong? —suelta Irin, apareciendo rápidamente por el salón—. ¿A qué se debe el honor de tenerte con nosotras?

    Faye mantiene a raya una sonrisita y aunque a mí toda la parafernalia que se manda mi prima me hace gracia, trato de hacerme un poco la ofendida.

    —Vivo aquí, por si no lo recuerdas.

    —Creía que quien no lo recordaba eras tú —me contesta abrazándome con fuerza—. Te habíamos perdido.

    Finge entrar en llanto mientras me aprieta aún más, casi ahogándome, hasta que no puedo contenerme y suelto una carcajada.

    —Entiendo que mi cuñada es muy top, pero llevo una semana entera sin verte el pelo —se queja—. Y aquí mi amiga estaba empezando a creer que tu desaparición tenía algo que ver con su llegada.

    Me alejo un poco, intentando esconder mi vergüenza del ataque de sinceridad que me acaba de lanzar Irin y observo de reojo a Faye que parece querer desaparecer de la conversación.

    No puedo rebatirle porque tiene toda la razón del mundo. Desde que volví de Londres y Freen y yo aclaramos la situación, llevamos sin despegarnos toda la semana.

    Y no es que me haya cansado de eso, sino que esta noche tenía cena con su madre, cosa que me aterra a más no poder.

    Ojalá esa señora no vaya a comerle la cabeza y retrocedamos en unas horas, lo que hemos avanzado en siete días.

—No dejes que mi prima te condicione —comento mirando a nuestra invitada—, mis noches fuera de casa no tienen nada que ver contigo.

—No, tienen que ver con supermodelo...

—Cállate —la interrumpo, evitando que mencione el nombre de Freen.

Un silencio algo incómodo se instaura en el salón por unos segundos y lo que no me esperaba es que quien lo rompiera fuera precisamente ella.

—Si te facilita las cosas, quiero que sepas que no me importa lo más mínimo que tengas novia —comenta la chica como si nada—, las mujeres son mucho más interesantes que los hombres. Y si la estás escondiendo porque es famosa, tampoco tienes de qué preocuparte, soy una persona discreta y no acostumbro a meterme en la vida de nadie.

La miro sorprendida sin saber exactamente qué decirle.

—Yo no le he contado nada —aporta Irin.

—Ni falta que hace, pero trabajas en una productora Becky, te rodeas de actores y actrices, solo hace falta sumar dos más dos —continúa—. Me sabe mal que por estar en esta casa, tengas la necesidad de irte tú de ella.

—Creo que a esta conversación le hacen falta unas cervezas —suelta mi prima, antes de desaparecer por la cocina.

Al momento, vuelve con tres botellines que reparte con entusiasmo, como si le emocionara el rumbo que está tomando todo.

Me siento frente a Faye, que ha dejado la guitarra a un lado para enfocarme y doy un sorbo largo a la cerveza.

—Que yo duerma en su casa, no tiene nada que ver contigo, aquí eres bienvenida y puedes quedarte el tiempo que haga falta.

—Vale —asiente, no muy convencida—. No es que piense que me estás mintiendo, pero el primer día que llegué, Irin se inventó la excusa más absurda del planeta para hacerme desaparecer de las zonas comunes por un rato y luego escuché a alguien en tu habitación. Desde entonces, no te he vuelto a ver el pelo hasta hoy. Me refiero a eso. Acepté la invitación de tu prima porque me juró que a ti no te molestaba. Tú también me lo aseguraste, pero siento que las cosas han cambiado desde ese momento. Soy una persona muy franca y me gusta que lo sean conmigo, Becky; así que voy a preguntártelo de nuevo: ¿prefieres que me vaya?

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