Consuelo

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Me cuesta horrores mantener a Freen alejada de mi casa el domingo y más cuando Irin no me dirije la palabra ni me está apoyando en toda esta mentira.

Es insistente y terca, y, por supuesto, no entiende por qué la estoy dejando tan al margen.

Me escudo en Faye todo lo que puedo, en su presencia y su persona como motivo principal para esquivar la visita de mi novia.

Soy consciente de que se pasa media mañana enfadada pero al final, mi fingida enfermedad la reblandece y decide hacerlo a un lado.

Yo pretendo dormir la mayor parte del día para no enfrentar a nadie, pero por desgracia, de mí misma no puedo esconderme.

Las palabras de esa mujer resuenan como eco en mi cabeza, martilleándome sin piedad, haciendo que el pecho me arda y no sea tan mentira mi mal estado.

Aunque no sea algo físico, ha conseguido pudrirme por dentro.

Casi no como y solo salgo de la habitación cuando es puramente necesario.

Un absoluto martirio y el reloj corriendo menos que nunca para hacer infinito este odioso domingo.

Cuando me despierto el lunes, me siento un poco más calmada. La sensación de pesadez sigue ahí, apretándome el pecho, aunque al menos, puedo respirar un poco mejor.

Me obligo a darme una ducha, pero las pocas horas de sueño y mi estado de ánimo me hacen sentir agotada.

Por favor, solo son las siete de la mañana. No sé cómo voy a hacer para enfrentar el día.

Respiro profundamente antes de salir de la habitación. Vamos Rebecca. Solo tienes que comer algo y enredarte en el trabajo para dejar de pensar. Con un poco de suerte, no veré a Freen hasta el mediodía, por lo que tengo tiempo suficiente para prepararme.

Necesito separarla de esto antes de volver a verla. Ella no es su madre, evidentemente no piensa como su madre y no puedo culparla por la mierda que me lanzó esa señora.

Quiero creer que si lo supiera, la detendría, que se pondría de mi parte y sería un apoyo.

Al aparecer por el salón, ya me encuentro la primera bofetada. Los ojos de Irin me enfocan con más seriedad que nunca. Sus ojeras me cuentan lo mal que debe haber dormido esta noche y su frialdad consigue helarme la sangre.

Se despide de Faye y sale por la puerta con cierta prisa, evitándome a conciencia y ese sentimiento de abandono vuelve a hundirme de nuevo en un sitio parecido al de ayer.

No sé en qué momento sucede, pero nuestra nueva amiga, me pone una mano en el hombro en señal de apoyo y cuando levanto la vista me ofrece una sonrisa cálida y un recipiente relleno de algo.

—Me han dicho que eres fanática del milk tea —comenta con suavidad.

Trato de devolverle la sonrisa en agradecimiento pero solo me sale una mueca de algo parecido que no debe colar para nada.

—Sea lo que sea, lo solucionaréis —me asegura y tendiéndome una tarjeta, añade—; ahora tengo que irme, pero si necesitas cualquier cosa, ahí tienes mi número de teléfono.

La miro en silencio sorprendida y asiento despacio.

Ella sonríe una vez más antes de coger su bolso y dirigirse a la puerta.

—Cualquier cosa, Becky —reitera.

—Gracias —consigo decir, viendo como su figura desaparece.

Cierro los ojos un segundo y hago varias respiraciones profundas, recordando uno de los ejercicios que me enseñó Tam hace unos meses para recuperar la estabilidad.

Cruce de talentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora