Primer domingo

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    Cuando llego al rellano veo la puerta entreabierta y empujo colándome en su interior.

    —Hola —saludo contenta—. ¿Es aquí el programa de cocineros a domicilio?

    —Muy graciosa, Rebecca —la escucho trastear en la cocina—. Ven a ayudar, anda.

    Me encamino hacia allí con un olor especialmente interesante como guía.

    Hoy es el primer domingo de nuestro recién establecido hábito y parece que no haya pasado ni un solo día desde la última vez que pisé su casa. La imagen tan familiar con la que me recibe, con ese delantal cutre y la música de fondo, me hace querer correr en dirección contraria por un momento.

    Pero me contengo cuando me enfoca con una sonrisa en los labios y la mejilla ligeramente sucia de harina. Sin duda muy alejada de su versión de supermodelo Freen, pero tentadora a más no poder.

    Me acerco a su posición y cojo el trapo que lleva colgando al hombro. Supongo que no se esperaba esta cercanía de repente porque se tensa por un momento hasta que descubre mis intenciones. Se la limpio con cuidado, antes de dejarle un beso en el mismo lugar a modo de saludo.

    —Esto de mancharse la cara mientras cocinas es todo un cliché —la acuso divertida—. No creía que fueras a jugar sucio, Sarocha.

    —Si quisiera jugar sucio, te ensuciaría a ti.

    —Ni se te ocurra. Esta camiseta es nueva y no pienso dejar que la destroces —le digo amenazante con un dedo en su dirección.

    —Pues ya puedes quitártela porque vas a ponerte a sofreír esas verduras.

—Vaya, ahora quieres desnudarme.

Se ríe ante mi comentario y agradezco que esa haya sido precisamente la reacción porque no sé qué absurdo impulso me ha llevado a soltar eso.

—Por ser el primer día, te voy a dar un poco de margen —comenta con suavidad, mientras vuelca las verduras en la sartén—. Pero haz algo de provecho y sírvenos bebida.

—Eso ya me va gustando más —sonrío, aceptando el cambio de rol—. ¿Cerveza?

Asiente, mientras sigue a lo suyo aderezando la comida con una soltura hipnotizante.

Me obligo a apartar la vista de su figura antes de que se dé cuenta de mi escaneo deliberado y me acerco a su espalda para entregarle la bebida.

—Se te da bastante bien esto —le digo sincera al ver lo bien que se desenvuelve.

—No hace falta que me hagas la pelota, Rebecca, ya estoy cocinando para ti, en modo sirvienta, ¿qué más quieres?

—¿Vas a estar a mi servicio toda la tarde? —pregunto divertida.

—No te pases —contesta haciéndose la ofendida—. Venga, pon la mesa, en diez minutos estará listo.

Le hago caso, desplazándome de la cocina al salón, mientras ella acaba de recoger los utensilios que ha usado.

Todo esto se siente tan natural que consigue inquietarme en cierta manera y decido romper el cómodo silencio para dejar de pensar en tonterías.

—Oye, sé de qué trabajan tu padre y tu madre, pero, ¿qué hace Neung?

Se tensa un poco tras la mención de sus progenitores, pero parece recuperar la compostura al nombrar a su hermana.

—Trabaja en una galería de arte.

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