Declaración

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—35—

Cuando entro a la sala de descanso después de mi reunión con Seul, me encuentro a Freen tumbada en el sofá, con el teléfono en la mano.

Me dejo caer a su lado, dándole un golpecito en los pies para que me haga lugar. Realmente estoy cansada. El ritmo que estoy llevando ahora mismo es mucho más intenso que al principio y mis horas de sueño se han visto reducidas.

Después de todo, estoy escribiendo una nueva historia, gestionando un papel de actriz y todos los eventos derivados de ello y es agotador.

—¿Vienes el sábado a cenar? —me pregunta la actriz interrumpiendo mis pensamientos—. Sé que nos vemos los domingos, pero este tengo una comida con mi hermana y mi madre.

Su gesto denota cierta incomodidad, pero trata de disimularlo modificando su posición e incorporándose hasta quedar sentada igual que yo.

Lo dejo pasar y me centro en su petición. Nuestra cita de los domingos es un pacto no verbal que hemos ido constituyendo. Ya llevamos dos sin llegar a ver un mísero capítulo al completo. Nos dedicamos a hablar de nuestras vidas y, a veces, Freen se empeña en enseñarme a cocinar.

Me da la sensación de que somos más que amigas, como una especie de relación sin besos ni sexo. Quizá es la química que siempre hemos tenido, o que es una persona tremendamente protectora, cariñosa y cercana y eso ha creado una confianza y una comodidad que no había sentido con nadie; pero desde luego, es algo que me tiene últimamente muy confundida.

Cada vez me resulta más difícil autoconvencerme de que solamente es eso. Estoy demasiado perdida en sus sensaciones: en sus ojos oscuros y ese pelo extremadamente suave; en su sonrisa, su calor y sus roces tiernos.

Y sé que está muy mal aprovecharme de algo así, porque debería poder separarlo, verla como la amiga que es y abandonar las ilusiones de convertirla en algo más profundo, pero se me está haciendo demasiado complicado.

Quizá necesite un poco de margen para ganar perspectiva, que desde que he vuelto a retomar a Jai, la vida se me ha trastocado del todo.

—El sábado no puedo —me excuso, deseando que me crea.

Porque las fuerzas me dan para mantenerme firme un domingo por la tarde, pero no sé si voy a ser capaz de hacerlo si me obliga a quedarme a dormir.

—Y, ¿se puede saber qué es eso tan importante que tienes que hacer para romper nuestras tradiciones? —bromea.

—Freen, nos vemos prácticamente todos los días, porque un fin de semana no quedemos, no se acaba el mundo —suelto, intentando sonar convincente.

Es obvio que mi comentario y mi frialdad le molestan. Le cambia la cara y frunce el ceño disconforme.

—Perfecto.

Me maldigo por ser así de blanda e incapaz de mantenerme firme después de su decepción.

—He quedado con Irin —le explico—, quiere que la ayude con algo del estudio.

Me abstengo de nombrarle a Amanda porque sé que lo empeoraría todo. Cada vez que ha salido su nombre esta semana, Freen se ha mostrado seria y distante.

—No pasa nada, Rebecca, no tienes que contarme cada paso que das en tu vida —contesta con una frialdad que me eriza la piel.

—¿Estás enfadada? —le pregunto sujetándola del brazo, cuando se pone de pie con la intención de terminar la conversación y abandonar la sala de descanso.

—No

Pero su respuesta no me convence. Deslizo mi agarre un poco más abajo hasta entrelazar nuestras manos y moverlas de un modo algo infantil.

Cruce de talentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora