Vietnam

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—18—

    Cuando entramos al teatro, me sorprende oír el eco de nuestros propios pasos en este entorno tan vacío. Algo que cambiará drásticamente en las siguientes dos horas.

    Ya he visto gente haciendo cola en la puerta principal para cruzarse con ellos, aunque sea unos segundos.

    Esta vez, la seguridad ha permitido que se detengan a saludar y a hacerse fotos con las personas que les esperaban y yo no he podido hacer otra cosa que mirarlos desde la distancia y alegrarme por ellos.

    Freen me hizo entender que estas muestras de afecto son parte de su energía para continuar con todo, así que lo que antes me molestaba, ahora me hace sonreír un poco atontada. Escuchar como corean su nombre con esa devoción, me hace estar tremendamente orgullosa de ella, aunque sigue pareciéndome excesivo el tonteo injustificado de Heng hacia su persona.

    La veo girarse y tenderme la mano para subir al escenario. Algo innecesario pues podría hacerlo yo misma, sin ayuda, pero igual es su forma de hacerme más partícipe de todo esto.

    —Es increíble, ¿verdad? —me pregunta emocionada.

    Aún no me ha soltado y aprovecha para tirar de mí hasta detenerse al borde del escenario de cara a todos esos asientos vacíos.

    A nuestro alrededor, las personas se mueven de un lado a otro, ultimando detalles, haciendo pruebas de sonido e iluminación, pero Freen me mira como si en este momento solo existiéramos nosotras, o al menos, es lo que me parece.

    —Todavía no me acostumbro a todo esto. Plantarme delante de miles de personas que se mueren por saber alguna cosa de mí, por recibir una palabra, una sonrisa, lo que sea. Ser alguien en la vida de tantos. No puedo evitar preguntarme cada vez cómo he llegado hasta aquí, si de verdad me lo merezco.

    Sonrío ante su pequeño momento de debilidad. La he visto tan segura siempre, que por un segundo me rompe los esquemas y me provoca una ternura inmensa.

    —¿Sabes? —le digo envalentonada—. Ahora mismo te abrazaría.

    —¿Y desde cuándo me pides permiso para algo así?

    La observo con un poco más de seriedad porque aquí, en este espacio, hay demasiada gente que no sabe nada de nosotras y quizá, vernos en esa tesitura les resulta chocante. O igual ellos verían a dos amigas apoyándose, mientras yo imagino otras cosas por la extraña relación que compartimos.

    Sus ojos parecen estar pidiéndolo, como si necesitara un poco de fuerzas para empezar la actuación. Así que, sin pensar en nada más, doy un paso adelante y la estrecho contra mi cuerpo.

    —Antes de conocerte, te habría dicho que no estaba segura de que lo merecieras, que no eras para tanto —le confieso, por lo que consigo que ella se separe un poco para enfocarme curiosa—, pero realmente vales cada ovación que te regalan, Sarocha. Eres una actriz maravillosa y dedicada, te esfuerzas muchísimo cada día, traspasando incluso tus propios límites y solo viendo eso, la superficie de lo que eres, ya te adoran; imagínate si pudiesen bucear en tu interior.

    —Cómo se nota que eres escritora —comenta un tanto avergonzada, con las mejillas de un tono rojizo precioso.

    —¿Porque hablo muy bien o porque te digo grandes verdades?

    Se mantiene en silencio unos segundos y da un paso atrás, rompiendo el contacto y confieso que eso, de algún modo me alarma.

—Rebecca, para, así solo consigues que se me haga difícil no darte un beso.

Cruce de talentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora