CAPITULO 10

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Bethany

No sé cómo responder ante las palabras de Adam. Ha decir verdad, no me dijo nada que fuera incierto por lo que se podría decir que no tengo nada que perdonarle.

No se como llegamos al punto de terminar enfadados, yo solo quería asegurarme de que estaba bien. Se que la noche anterior me dijo que olvidara el tema, pero no podía dejarlo pasar sin más, la realidad es que había estado preocupada durante toda la noche por el.

Si hubiera sabido que acabaría de mala manera no me hubiera molestado en preguntar, pero como siempre, la boca me pierde. Basándonos en eso, se podría decir que yo tuve la culpa por desobedecer sus palabras. Aquello me llevó a encerrarme en mi habitación y durante todos los días que pase dentro de mis cuatro paredes, no pude evitar pensar en mí como una persona débil dependiente de unas pastillas.

La verdad es que estoy enferma, después de varias semanas acudiendo a terapia, me dieron la triste noticia de que debía seguir un tratamiento médico y Adam, de una forma que desconozco, lo había averiguado y me lo había echado en cara.

Inevitablemente volví al recuerdo que guardaba con exactitud en mi mente sobre el momento de la noticia y cómo llegué hasta la consulta de mi ahora psiquiatra.

Después de una extensa búsqueda sobre cuáles eran las mejores consultas de toda la ciudad encontré la de la doctora Reynols. Estudió medicina en la universidad de Yale y fue la mejor de su clase antes de especializarse en psicología.

Llegué a su consulta con los nervios recorriendo cada centímetro de mi cuerpo y desesperada por ayuda, no podía soportar ni un segundo más esta situación; estaba fuera de mi control, se me salía de las manos.

Le di mis datos personales a la recepcionista y me mandó a esperar a la sala de espera. Todo el lugar estaba compuesto de colores claros que hacían muy acogedora la estancia. Las pequeñas plantas, libros y revistas y cómodos sofás también eran un punto a favor, por no hablar de la musiquita.

Juguetee con los dedos de mis frías manos durante los casi diez minutos que tardó una mujer rubia en aparecer por el pasillo y acercarse con una amable sonrisa hasta mi altura. No me molestó, había sido culpa mía por llegar demasiado pronto.

–Bethany Jones, ¿Verdad? –asentí nerviosa– Un placer conocerte al fin, soy la doctora Reynolds, pero puedes llamarme Ana si eso te va a hacer sentir mas comoda.

–Encantada. –trate de devolverle la sonrisa.

–Ven conmigo por favor.

Esperó a que me levantara y en vez de hacerme ir detrás de ella se coloco a mi lado durante todo el camino a su consulta. Me abrió la puerta y entré antes que ella.

–Puedes sentarte donde desees Bethany. –me informo– Mientras tanto cogeré un par de cosas que necesito.

Asentí ligeramente con la cabeza y eché un vistazo a mi alrededor. Tenía la opción de sentarme en los sillones que había delante de su escritorio, en una butaca o en un gran sofá. Opté por la última de ellas, más que nada porque en él se encontraba un pequeño peluche y cojines con los que podría juguetear mientras hablaba; estaba segura de que me serían de ayuda.

Cuidadosamente me senté y espere a que la doctora Reynolds lo hiciera frente a mi en la pequeña silla que tenía delante. Volvió a regalarme una sonrisa cálida que no pude devolverle, antes necesitaba aclarar una cosa que no me dejaba respirar con normalidad.

–Antes de empezar quiero preguntarle si de verdad me va ha servir de algo estar viniendo aquí. Estoy haciendo un esfuerzo económico muy grande como para que me estafen asi que si no es asi dimelo ahora y deje que me marche por favor. -le pedí con la voz temblorosa– Le prometo que no diré nada a nadie si la respuesta es negativa, tiene mi palabra, solo... Sea sincera conmigo, por favor. Si no tiene intenciones de ayudarme, deja que otros lo hagan porque de verdad la necesito. Necesito ayuda.

AMOR POR CONVENIENCIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora