CAPITULO 11

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Bethany

Han pasado varios días desde la vez que Adam entró a mi habitación y solo queda una semana para que me vaya de viaje a casa de mi padre, cosa que todavía no le he dicho. No porque no quiera, sino porque no he tenido oportunidad. En numerosas ocasiones he intentado hablar con él pero siempre ocurre algún suceso que me lo impide.

Primero están sus guardias, los cuales no me dejan entrar a su despacho, que es donde lleva días encerrado. Solo sale para comer y es porque prácticamente se lo ordeno mediante mensajes de texto. Cuando coincidimos siempre se ve agobiado, por lo que no me atrevo a sacarle el tema. No es gran cosa lo que he de decirle, lo sé, pero tengo la sensación de que lo que necesita y quiere es silencio y paz, y no me gustaría ser yo la que se lo arrebate sino la que se lo conceda.

Por eso me mantengo callada, respetando su silencio, pero hoy ya no lo aguanto más, tengo que hablar con él y aprovechando que se ve algo mejor tomo la decisión.

Ya no luce tan ojeroso, sus bolsas negras han desaparecido en gran medida, vuelve a tener el pelo peinado hacia atrás a la perfección como de costumbre y ha dejado de vestir camisas desarregladas y arrugadas. Ha regresado el Adam que conocí.

De todas formas, para hacerle un poquito la pelota, he optado por preparar uno de sus desayunos favoritos, el cual, casualmente, es también el mío: las tortitas con frutas y chocolate.

Termino de colocar el último bol lleno de fresas encima de la mesa y miro toda la superficie para asegurarme de que no se me olvida nada. Hay plátano, uvas, fresas, sirope de agave, chocolate derretido, las tortitas y dos tazas de café, cada una preparada bajo las preferencias de cada uno. El mío consta de café con leche, espuma y canela por encima; mientras el de Adam tiene doble de café con poca leche. Ninguno de los dos le añadimos azúcar, si en algo coincidimos es en que eso nos parece un delito imperdonable.

Me siento frente a él dándole un pequeño sorbo a la taza, el que estaba apunto de introducir el primer bocado en su boca, se detiene al ver que le hecho miraditas cortas.

–¿Qué? –pregunta directamente con una ceja encarnada.

–¿Qué? –le devuelvo la pregunta, a lo que él responde con una pequeña risa ronca.

–Algo me dice que quieres algo. –canturrea aparentemente divertido con la situación.

Abro y cierro la boca como un pez, ¿tan transparente soy?

–Bueno en realidad si hay algo de lo que quiero hablarte.

Deja cubiertos a un lado y toma un sorbo de café antes de apartar su plato para darle más énfasis a sus palabras.

–Te escucho. –me aseguró.

–Antes que nada quiero que sepas que quise decírtelo antes pero no pude.

–¿No pudiste? –suena confundido.

–Me dijeron que estabas ocupado.

–¿Como?

–Si, intente entrar a tu despacho pero no me dejaron.

Toda diversión se esfuma de su cara casi tan rápido como ha llegado.

–¿Quién te negó la entrada?

–Creo que su nombre es Daniel, ¿puede ser?

Asintió, pero realmente no parecía que el gesto fuera dedicado a mi en señal de una respuesta a mi pregunta, me dio la sensación de que de pronto, se había adentrado en sus pensamientos asique para no interrumpir me dispuse a comer hasta que volvió la vista a mi, pasamos unos minutos. Sacudió la cabeza y me miró.

AMOR POR CONVENIENCIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora