1

7.2K 485 47
                                    

"Doctor Verstappen, se le solicita en la sala de urgencias. Doctor Verstappen, a sala de urgencias."

El rubio corría al escuchar su nombre por el altavoz. Ese tipo de situaciones siempre ameritaban dejar lo que sea que estuviera haciendo para acudir de inmediato, quizá eso era lo que más odiaba de su rotación por urgencias que, desafortunadamente, tenía que cumplir cada cierto tiempo.

Max Emilian Verstappen era un médico excelente, un joven que estaba haciendo su especialidad en cardiología y que se había destacado innumerables veces en la facultad por ser curioso, aplicado, disciplinado y capaz, quizá también ayudaba el hecho de que su apellido fuera reconocido en la rama médica de la universidad gracias a Jos, su padre, otro buen médico con muchísimo conocimiento pero actitudes y métodos a veces cuestionables respecto al trato humano.

—¿Cuál es la situación?— Alcanzando al personal paramédico que había desembarcado de emergencia en las puertas de atención, tiraban de la camilla donde transportaban un niño, más o menos de 12 años, su cuerpo completamente bañado en sangre, no reaccionaba.

—Infante de 10 años, fue recogido en un parque de atracciones, lo arrolló un automóvil. Cayó inconsciente en el traslado.— Max reconocía al hombre que le brindó la información pero, naturalmente, no era tiempo para ponerse a conversar, así que procedieron con lo pertinente.

A los pocos minutos de que el médico y un par de enfermeras entraran a quirófano, prácticamente en ese instante, una mujer entró llorando a la sala de espera. Era la madre del niño.
Quiso hacer un escándalo dada su desesperación, pero fue interceptada de inmediato por el paramédico de antes, el mismo que había auxiliado al menor.

—¡¿Mi hijo?! ¡¿Dónde está mi bebé?!— Ella casi se derrumba, pero fue retenida en brazos de alguien.

—Señora, oiga— Una voz paciente, atenta pero calmada, venía de los brazos que la sostenían —Está bien, justo ahora no puede hacer nada más, mis amigos ahí adentro se están encargando.

—¡Quiero ver a mi hijo! ¡Él me necesita!— La mujer continuaba hablando desesperadamente.

—Oiga, oiga— El hombre llamó la atención de la madre obligándola a recomponerse con suavidad, la hizo mirarle a los ojos —Escúcheme ¿Sí? Mi nombre es Sainz, Carlos. Carlos Sainz.— La miraba intentando tranquilizarla y parecía empezar a funcionar porque, aunque aún lloraba sin parar, ya no gritaba. Carlos simuló una respiración pausada mientras le observaba directamente, ayudaba a bajar el pánico —Muy bien, eso es...— La mujer se calmó poco a poco, lloraba, pero sus nervios dejaban de alterarla ahora —Allí adentro— Señaló hacia atrás —Hay un grupo de hombres y mujeres especialistas en salvar vidas, ellos están haciendo todo lo que pueden para salvar a...—

—Fernando— Respondió ella con la voz baja y temblorosa.

—Bien, Fernando. Él va a estar bien, pero ahora lo que su hijo necesita es a su madre siendo fuerte. Tan fuerte para que cuando el despierte pueda venir y darle un abrazo sintiéndose seguro ¿De acuerdo?— Carlos le puso una mano en el hombro a la fémina, parecía que las cosas se calmaban —Eso es. Eso es.

Eran los gajes del oficio, el personal de salud nunca sabía cuándo verían cosas traumáticas o si tendrían éxito en el trabajo, pero lidiar con madres nerviosas y familiares alterados era parte de todo. Lidiar con órganos rotos y huesos quebrado era parte de sus vidas, una vida que generalmente les absorbía porque, al escoger ese camino, habían decidido convertirse en cuidadores y protectores de todo aquel que lo necesitara cuando y donde sea.
Una importante y valiosa labor que salvaba vidas dentro y fuera de un quirófano.

En una pequeña casita, no muy humilde pero tampoco costosa, el aroma a huevos recién hechos y jugo de naranja inundaba la cocina. Un alegre niño de 8 años dormía plácidamente en su camita, envuelto de pies a cabeza y completamente ajeno a la luz del día, al menos hasta que las cortina se abrieron y el pequeño gruñó apretando más las cobijas.

—Buenos días, mi niño.— El menor sintió como le era acariciada la cabeza poco después —Es de día otra vez, mi amor. Hay que ir a la escuela.

—No...— Se quejó —Quiero seguir durmiendo. Quiero ir al trabajo contigo, papá.

Sergio se rió y negó con la cabeza. Ese niño jamás olvidaba las palabras que salían de su boca, incluso si eran simples comentarios como la intención de llevarlo alguna vez con él para ver el trabajo de papá.

—Para ir a la escuela o para ir conmigo, de todas formas tienes que despertar.— Hablaron un momento, incluso negociaron sobre despertarse a cambio de una golosina matutina, terminando con un injusto trato a favor del infante.

Una vez que el niño se bañó y se vistió, bajaron a desayunar juntos. Siempre habían conversaciones de sueños graciosos o incluso comentarios sobre amiguitos de la escuela, incluso las maestras.

—Ah, papá— El chiquillo sostenía un tenedor con huevo a punto de comerlo, pero recordó que tenía que decir algo antes. Prosiguió una vez que recibió un sonidito del mayor —Mi maestra Carola dijo que le pareces alguien bonito. Dijo que te dijera que yo quiero ir a cenar hoy a su casa, pero que no te dijera que ella me dijo.— Sus piecitos se movían en la silla mientras siguió comiendo.

A Sergio le dió vergüenza. Oscar siempre era tan brutalmente honesto sin querer, culpa de su inocencia de niño. Sin embargo, era una pena. La profesora le agradaba, siempre había sabido que era muy buena y paciente con los niños, pero no podía permitirse salir esa noche, nada personal, era el hecho de que debía rendir un servicio en el hospital justamente a esas horas, incluso había buscado a su vecina como niñera para Oscar.

—Dile a tu maestra que gracias, que estoy muy honrado, pero que será después.

—Hoy irás con esos niños ¿Verdad?— Sergio asintió.

Y de esa forma, ambos salieron a sus actividades del día. El pequeño Oscar a la escuela y Sergio rumbo a su escuela también, pero él como profesor.

Peacemaker | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora