Oscar salió corriendo del auto, saltaba como un grillito teniendo cuidado de no dejar tirado su tocado de iguana. Habían estacionado un poco lejos por la cantidad de gente que había, así que las luces a la distancia emocionaban al niño que ansiaba llegar ya.
—Cariño, espera por favor.— Sergio estaba terminando de bajar la mochila que siempre cargaba consigo. Sintió alguien detrás, así que se la dejó caer sin siquiera verificar si se trataba de Max, porque estaba seguro de que sí, por ello, el rubio terminó cargando las cosas de todos.
Sergio tomó la mano de su hijo, quien tiraba con prisa por llegar ya. Caminaron por un par de minutos hasta que por fin dieron con la entrada de la feria. Oscar quedó maravillado al ver tantas luces y colores brillantes adornando la calle, todos los aromas y los sonidos lo entusiasmaron tanto que volteó a ver a su papá con una norme sonrisa en los labios.
—Bienvenido a las noches de carnaval, mi niño.— Justo ahora, Sergio no tenía otro interés más que su hijo y ver esa sonrisa en su rostro lo hacía sentir tan tranquilo que se olvidaba de todo, sin importar lo complicado que fuesen las cosas.
Dieron unos pasos hacia adentro y por un momento Sergio se sintió confundido por la repentina atención que atraían. Es verdad que Oscar portaba una iguana en la cabeza, pero en las ferias todos usaban cosas alocadas y a nadie le importaba. No fue hasta que se fijó en un grupo de jovencitas que cuchicheaban que recordó el pequeño detalle de traer consigo a un hombre rubio de ojos azules y bien parecido, era evidente que llamaría la atención. Pero ese hombre no estaba disponible, no estaba dispuesto a correr el riesgo de que alguna muchacha extrovertida y aventada se acercara a Max, SU Max. Fue ese pensamiento posesivo por lo que le esperó algunos pasos hasta que estuvieron lado a lado y entonces sujetó su mano. Lo primero que hizo fue buscar las reacciones de aquellas chicas y, al verlas decepcionadas, Sergio sonrió triunfante pero el gesto se le borró al sentir un escalofrío cuando Max apretó más el agarre. Le miró, los ojos del rubio se posaban sobre él y junto a esa mirada, un beso protector se depositó en su frente.
—Jiji— Una risita se escuchó, Oscar estaba feliz de verlos juntos otra vez —Me gusta más tener dos papás.— El sonrojo en las mejillas de Sergio y las orejas de Max se hizo presente.
La noche siguió su curso, pararon en muchos juegos donde alguno de los papás debía demostrar sus habilidades en diferentes cosas, Sergio era un experto en todo, claro. Así que enseñaba a Max y a su hijo a jugar a las canicas, los aros, el tiro con dardos, incluso el toro mecánico, donde Oscar no pudo subir pero sí Max y se dieron unas risas divertidas con los intentos del rubio por permaneces más tiempo. No hace falta recordar la maestría de Sergio en cualquier juego o máquina.
Casi a la hora de irse, Oscar quiso subir a una rueda de la fortuna que vio por ahí, así que trajo a sus padres con insistencia hasta que consiguió subir a un vagón. Ya era tarde, la feria empezaba a vaciarse y cada vez menos personas se veían. Oscar saludó a ambos una vez estuvo arriba, ellos lo esperarían desde el suelo porque la rueda era solo para niños.
—¿Cómo haces lo del toro? ¿Hay algún truco o algo así?— Max no dejaba de observar hacia arriba siguiendo a Oscar con la mirada.
—Puro talento.— Sergio rió —Es el arte de ser mexa, güerito. No estás listo para esa conversación.
—Ya, pero algo debe haber ¿Son tus muslos? ¿Es con la cadera?— Max observaba con curiosidad a Sergio y este último, divertido por la situación se giró hacia el rubio.
—Pon el abdomen duro y la espalda recta, luego haces presión con las piernas. Prácticamente es como andar en moto.— Sergio no se había percatado se lo cerca que estaba de Max y el cómo sus manos habían tocado sobre el abdomen del rubio —Luego le rezas a la virgencita para que no te des un santo madrazo.
Y aunque Max no entendió la mitad de la última oración, ver el rostro de Sergio tan iluminado al hablar lo embelesó por completo. Su mirada suave se fijaba en la sonrisa del pecoso, en la forma que se cerraban ligeramente sus ojitos y cómo sus pómulos subían. Quería besarlo, luego de muchísimo tiempo, sentía la necesidad de volver a sentirlo y ya no quería controlarse más. Se acercó más a él cortando toda distancia existente lentamente, esto provocó que Sergio dejara de hablar poco a poco y también le mirara, de repente sus rostros estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro. El pecoso sabía lo que sucedería después pero ya no quería negarse a ello, lo había estado esperando por meses.
Sus labios se juntaron con necesidad haciendo evidente lo mucho que se extrañaban, Max rodeó con una de sus manos la cintura de Sergio mientras la otra se posaba en su cuello, entre sus oscuros cabellos. Sergio tuvo que ponerse de puntitas para alcanzar a Max y sus manos se colocaron suavemente sobre su pecho, quiso burlarse del rubio porque los latidos de su corazón se sentían tan fuertes, pero no lo hizo porque estaba completamente seguro de que también era su caso. El contacto fue mágico, no habían fuegos artificiales pero para el pecoso se sintió como si lo hubiesen, el aire frío era cálido y sentía que podría flotar. Era como ese momento en las películas románticas, ese donde encuentras aquella leyenda de la media naranja, o como cuando los extremos del mismo hilo rojo se encuentran, entonces entendió lo muy enamorado que aún estaba, lo que le dolería después sería un tema para el futuro.
El beso duró lo que sus respiraciones les permitieron, tuvieron que separarse y sintieron vergüenza de inmediato. No por lo que habían hecho, sino porque sus corazones se delataron con tanta facilidad que resultaba ridículo pensar que alguno de los dos no estaba enamorado en realidad. Sergio volvió a mirar al frente hacia el suelo y Max se llevó las manos a los bolsillos del pantalón moviéndose hacia adelante y hacia atrás viendo hacia cualquier otro lado.
—Si tú me pides que me quede no lo haré, pero si me dejas estar contigo te tomaré a tí y a Oscar y los llevaré muy lejos de todo y de todos. Tengo el poder para protegerlos, también la disposición.— Max hablaba determinado, así que esta vez sí observó directamente a Sergio —Sé que llegué tarde, pero los dos queremos lo mismo. Yo soy un hombre libre ahora, pero esta libertad no me sirve de mucho si no tengo con quien compartirla.
Las promesas que pueden hacerse y las que pueden cumplirse no siempre son iguales en número, eventualmente se olvidan o se caen y se pierden, pero este no era el caso para Max. Quería tomar la mano de Sergio y llevárselo a donde sea, no quería complicarle la vida, quería facilitársela, darle todo el mundo para él solo porque sabía que podía, solo necesitaba que Sergio lo aceptara.
ESTÁS LEYENDO
Peacemaker | Chestappen
RandomNo es sabio tener por seguro las cosas. A veces la vida nos enseña esa lección de maneras interesantes. - Finalizada. (Si se requieren adaptaciones, por favor hablar con el autor primero.)