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—Anda, Max, hace tiempo que no salimos y justo ahora nuestros descansos coinciden con esto. Tienes que decir que sí.— Carlos perseguía al médico por el recibidor, estaba a punto de checar su salida.

—Que bueno, pero yo quiero dormir.— Max no parecía muy animado, estaba genuinamente cansado y lo único que le apetecía era irse a casa.

—Pero son prototipos de carreras— Se quejó el de piel bronceada —¿Y si duermes un rato y después vamos? Por la tarde ya no habrá mucha gente y seguramente podremos correr un buen rato.

—Voy a necesitar un mínimo de 12 horas de sueño después de este horario, Carlos. Ni de chiste.— El rubio por fin chequeó. Era media noche y no entendía cómo es que Carlos tenía tanta energía para hostigarlo a esa hora.

—Vaya... El trabajo te ha hecho blando, Maxie.— Hizo un puchero como si sintiera pena.

—Ya sé lo que intentas.— Max lo miró con obviedad en los ojos —No va a funcionar.— Y empezó a caminar deshaciéndose de su bata.

—¿Yo? ¿De qué hablas?— Carlos le siguió justo detrás —Solo digo que el gran Max Verstappen seguramente ya no tiene la capacidad para correr un auto tan bien como en sus años de universitario, te oxidaste, Maxie.

El rubio se detuvo y giró hacia Carlos.
—Tenemos la misma edad, idiota.

—La diferencia es que que yo estoy en las calles y tú no. Estoy seguro de que te dejaría comiendo polvo con dos... no, con cinco segundos de ventaja.— El gesto de Carlos era la soberbia humanizada y le gustaba hacer eso porque sabía que en Max siempre funcionaba, ese chico tenía un problema con estar primero siempre, era un impulso irresistible.

—Duermo hasta las 10, desde ahí tú dispones de la hora.— Se acercó más a Carlos y presionó su pecho con el dedo —Tu ambulancia no es un auto de carreras, Carlos.— Y dicho sonrió.

Le gustaba esa actitud de Max, le gustaba aún más que todavía la conservara y que pudiese sacarla a flote cuando lo requiriera.

...

Quedaron a las 12 en el autódromo central de la ciudad, aunque estaba a las afueras, no era complicado llegar fuese por transporte público o en auto, y por economía familiar, Max poseía un Mclaren precioso que lo llevaba a todos lados.

Quería calentar motores, volver a sentir el asfalto caliente cerca de él, como a sus 17, cuando todavía no tenía que preocuparse por salvar vidas en lugar de arriesgar la suya a más de 200 km/h.
Carlos era un poco más modesto, se paseaba en un BMW por la ciudad y coincidió con su amigo justo al estacionar.

—Super, súper Max.— El sonido de la alarma activandose le respondió y se adelantó con prisa para alcanzar al rubio y pasarle el brazo por los hombros —¿Listo para que inhales mi polvo?

—Dejé valiosas horas de sueño para venir aquí ¿Qué te hace pensar que no voy a hacer que valga la pena?— Carlos sabía el ardor que había en esas palabras, así que con las ansias picándole las manos hicieron fila para tomar un turno en la pista y escoger un auto.
Entre más plata pagabas, más tiempo tenías el autódromo y los autos.

—¿Le dijiste a tu papá que venías?

—¿Y escucharlo dar un sermón de por qué soy un inmaduro? Ya estaba de mal humor al despertar, no gracias.— Max buscó su billetera para encontrar su tarjeta en lo que esperaban.

—¡Hey! Es el niño de los dulces— De repente se escuchó al bronceado hablar con ánimo y dirigirse a algún lado, Max le siguió casi de mala gana —Chico de los dulces.

Charles estaba teniendo una conversación con Lando mientras esperaban a Lewis que estaba en el baño, escuchó esa voz y giró de inmediato para encontrarse con el moreno del hospital. Se veía diferente sin el uniforme de paramédico, la ropa que llevaba encima le favorecía la forma del cuerpo y otra vez a Charles le costó trabajo responder.
—Charles— Extendió la mano para saludar —Charles Leclerc, no niño de los dulces.

Peacemaker | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora