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¿Cuál es el punto de seguir con vida si se es miserable? Cuando uno lo pierde todo ¿Qué sentido tiene seguir adelante?
Crecemos con la cultura de esforzarnos por llegar a ser algo, se nos enseña a rendir en el día y aprovechar cada segundo disponible para convertirnos en quien seremos mañana, pero incluso mañana tenemos que seguir trabajando para quien seremos el día siguiente y el día posterior a ese y el que viene.
¿Cuándo nos detenemos? ¿Cuánto tiempo perdemos? ¿Y qué pasa si estamos cansados? ¿Hartos?

Sergio ya había perdido todo lo que conocía. Sus padres ya habían muerto años atrás y el resto de su familia estaba en México, su esposa decidió dejarlo solo y desde entonces no ha podido ni querido contactar con esa familia y ahora su hijo pendía de una delgada línea entre estar vivo o no.
Durante muchísimo tiempo le dedicó sus días y noches a ese niño, se prometió salvarlo de todo, mantenerlo fuera de peligro pero justo ahora era incapaz de cumplir con eso ¿Tan incompetente era? ¿Tan mal padre fue?

El mexicano se había envuelto tanto en sus pensamientos que así como salió del hospital continuó caminando, en shock. Su cuerpo se movía pero su mente divagaba por muchos escenarios en su cabeza.
Su hijo se moría y todo por su incapacidad de hacer algo bien.
Ese doctor rubio le había dicho que no era su culpa, pero ¿Qué mierda sabía él?

—¡Oiga!

Lo único que Sergio sintió fue un tirón bastante fuerte en el brazo y un segundo después estaba en el suelo. Se sintió aturdido, no sabía qué pasaba o dónde estaba, tampoco sabía quién diablos lo había sujetado así, era como si saliera de un trance extraño, así que se puso de pie a como pudo.

—Oiga, amigo ¿Está bien?— Un hombre se acercó, no podía distinguir su rostro, ni siquiera se sentía capaz de responderle —Ese auto casi lo arrolla, debería tener más cuidado por dónde...—

Dejó de escuchar. De nuevo un zumbido fuerte le asaltó los oídos y perdió la consciencia, cayó al suelo otra vez sin tener noción alguna de nada, ni siquiera de él mismo.

Nadie podía culparlo, le dolía el alma. No se había permitido llorar porque no podía hacerlo, su mente continuaba en total negación. No podía imaginar a su pequeño así, no quería ni pensar en su bebé rodeado de aparatos y cables, con un infernal pitido que le avisaba si vivía o moría, definitivamente no tenía la fuerza para enfrentarlo, no sabía cómo hacerlo, nadie lo había preparado para ir en contra de eso.

Sentía dolor en el cuerpo, arrugó la frente mientras comenzaba a despertar de a poco y reconocía los sonidos que iban llegando a sus oídos progresivamente.
Ese pitido tan feo que le desagradaba totalmente, ese olor característico a limpio y las luces blancas. Inconfundiblemente estaba de vuelta en el hospital.
Ni siquiera había recuperado del todo la consciencia pero podía ver una silueta a su lado al abrir los ojos.

—Señor Pérez— Ah, conocía esa voz —Que bueno que despierta, lleva unas horas durmiendo.— Sí, apenas su vista se aclaró fue inconfundible ese médico de cabellos rubios, sintió que le tocó la frente —Un peatón lo trajo porque colapsó a unos kilómetros de aquí.— ¿Kilómetros?

—¿Cómo está mi hijo?— Apenas balbuceó —¿Dónde está Oscar?— En el momento que Sergio comenzó a alterarse torpemente, Max se acercó para evitar que se hiciera algún otro daño.

—Sergio, por favor— El más bajo intentó jalonear pero estaba demasiado débil para lograr algo.
Max lo sostuvo con fuerza obligándolo a volver a recostarse y hubo un instante de silencio entre los dos.

—Yo no necesito tu ayuda.

Max suspiró pesado y profundo, tomó un banquito que estaba cerca y se sentó a la orilla de la cama donde el moreno estaba.

—Mira, Sergio— Se aclaró la garganta —Sé que esta situación es un asco, lo entiendo, nadie quiere ver a su hijo aquí. Tu has trabajado con ellos, sabes cómo es. Pero es parte de todo, aún hay posibilidades y él te necesita.— Max no era de los que se sentaba a hablar con sus pacientes de cosas irrelevantes. Pero ahí estaba.

El azabache lo miró, su cara llena de irritación como si alguien se hubiese levantado y llenara de insultos a su familia completa.
—Tú no tienes idea de nada, no te atrevas a hablar.—

Max podía ser descortés si quería, pero de nuevo, no podía culparlo. Nadie estaba preparado para dejar a su hijo de 8 años en un hospital, con un defecto en el corazón que en cualquier momento podría matarlo.
Suspiró otra vez.
—¿Y por eso prefieres morir primero?

—¿Qué?

—Está actuando como un idiota, Sergio.— El semblante de Max ya no era suave, estaba serio.

—Jamás le dije que podía llamarme por mi nombre.— Si el moreno ya estaba a la defensiva, ahora había levantado una barrera más firme.

—Es mi paciente, yo determino cómo llamarle.— Max no cedía, o al menos no esa mirada tan persistente que resultaba molesta —Está actuando como un tonto poniéndose en riesgo solo porque su hijo está con nosotros. No lo minimizo, es preocupante, pero ahora más que nunca él lo necesita fuerte.— Y fue entonces que el rubio volvió a ese semblante compasivo —Oscar necesita a su papá Sergio.

Al pelinegro se le aguaron los ojos, las lágrimas lo abordaron pero puso todas sus fuerzas en no llorar, no quería, no debía.

—¿Tú qué diablos sabes?— Miraba a Max, para cualquiera que lo viera era evidente que era presa del dolor —Tú no tienes idea de lo que es vivir con alguien que nunca te ha amado, que está ahí solo por compromiso, no tienes idea de lo que es perder a tus padres, no sabes nada sobre estar solo, no sabes nada sobre luchar cada estúpido día por estar bien siempre, porque no puedes decirle a nadie que estas cansado. Tu no sabes una mierda sobre mí, Verstappen.

Lo inevitable pasó.
Lo malo de posponer el llanto es que cuando llega, entre más lo letarguemos, más doloroso es.

—Lo siento mucho.— Max se puso de pie. Pudo haberse ido, dejarlo llorar a solas o simplemente sentirse ofendido por cada palabra que Sergio dijo, pero no lo hizo. Se puso de pie para acercarse a él y abrazarlo fuerte, como si se le fuera la vida en ello.

Al principio Sergio se resistió levemente, incluso le pegó un golpecito en el hombro, pero era consciente de que necesitaba aquello más que nadie.

Ese llanto, ese abrazo, necesitaba respirar para mantenerse fuerte y llorar era parte del proceso. Así que por fin se permitió hacerlo.
Se hundió en el cuello del médico y dejó que sus brazos le rodearan por completo. Se quejó, maldijo en su mente, dejó salir tanto como tenía en un largo tiempo de llanto, es complicado desahogarse cuando van años de quedarse con todo, pero por razones que ya pensaría después, quiso hacerlo, su mente se rindió con Max.

Peacemaker | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora