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—Déjeme ver si lo entendí bien...— Sergio miraba directamente a un punto sin importancia, frente a él el doctor Daniel, que también se había encargado del caso de Oscar —Si todo sale bien ¿Podré llevarme a mi hijo a casa esta misma noche?

—Tal cual lo ha dicho, señor Pérez.— El crespo asintió con una sonrisa amplia en los labios, parece que no, pero como médico también se alegra mucho cuando un paciente presenta mejoría.

Sergio sonrió incrédulo llevándose las manos a los labios. Estaba feliz, habían pasado semanas desde que el mundo de su pequeño se había paralizado drásticamente y él también le extrañaba demasiado en casa, porque si bien el doctor Verstappen le había arreglado un par de visitas nocturnas, el resto de días había tenido que conformarse con las horas de visita normales.
—Muchas gracias, doctor.— Entusiasmado tomó la mano del pediatra y la estrechó.

—Es nuestro trabajo.— Respondió el otro, con una sonrisa amable.

En ese momento y como casualidad de la vida, Max entró al pequeño cubículo de Daniel hablando de alguna cosa sobre un paciente, leía algo de unas carpetas en sus manos.

—¡Max!— El más bajo se encontró junto a dicho y para el médico fue evidente que habían buenas noticias —Oscar y yo nos vamos a casa.

Max sonrió como muy pocas veces se le veía hacer y, por supuesto, para Daniel fue un momento que quiso poder fotografiar de lo raro que era.
—Me alegra mucho que él esté mejor. Ambos. Los dos son muy fuertes, Sergio.

El mexicano agradeció un par de veces más y salió casi corriendo del consultorio, dejando a los dos residentes ahí. Era obvio que el crespo no iba a desperdiciar la oportunidad de molestar un poco a su amigo.

—Así que los dos son fuertes y agradables y ahora quieres ser padrastro. Estás de suerte porque eso ya es legal aquí.— Tomó las carpetas de Max y comenzó a hojearlas —Es difícil, sí. Pero eres cardiólogo, te gustan las cosas difíciles.— Levantó la mirada esperando la respuesta del rubio.

—¿Qué estás insinuando?— Max se cruzó de brazos sosteniendole la mirada —Son agradables pero eso no significa que quiera hacer algo como casarme, mucho menos tener un hijo de la nada. Sabes que anatomofisiológicamente es imposible entre parejas de mismo sexo y...—

A Daniel se le nubló la mente. Es verdad, era imposible molestar a Max porque no sabía diferenciar entre una broma y un comentario en serio, ya conocía esa conducta suya, terminaría recibiendo una cátedra de por qué es imposible concebir un bebé sin cromosomas complementarios, con todo y reacciones químicas explicadas y no estaba de tan buen humor para eso.

—Max— Detuvo el discurso de su colega —Era un chiste.

—Ah.

Lo siguiente fue una conversación de trabajo, motivo por el que en un inicio el rubio había acudido donde Daniel y así se quedaron un rato. Max quería ver a Sergio y Oscar irse, tal vez darle una despedida al niño, pero no podía darse ese gusto en sus horas de servicio. Ya le preguntaría por su teléfono a Carlos para que preguntara a Charles y si se animaba, enviaría un texto para mantenerse al tanto del menor.

El azabache estaba claramente emocionado, feliz. Si podía llevar a su hijo a casa, significaba que el peligro había pasado ya y que todo volvería a la normalidad, con algunas limitaciones para conservar la enfermedad a raya, pero por lo menos ya no tendría que ver a su hijo dos horas cada dos días.
Entró a un supermercado camino a casa y compró de todo para recibir al pequeño Oscar. Algunos dulces, adornos e incluso pastel, y aunque todavía les debía una disculpa, no dudó en llamar a Charles y Carlos para que los acompañaran y bueno, para ayudar a adornar todo también.

Por supuesto que la noticia fue motivo de alegría para Charles que de inmediato salió a casa de su profesor, ya le enviaría la ubicación a Carlos luego, pero él debía estar ahí, extrañaba muchísimo a Oscar, y así se pusieron manos a la obra durante un rato. Carlos llegó después siguiendo las instrucciones del muchacho rubio y en un instante ya era hora de ir por el niño, así que todos se fueron en el auto de Sergio al ser el más espacioso y cómodo.

Al llegar al hospital la primera hora se fue en papeleos, trámites y firmas, entrevistas y resolución de dudas, también tuvieron que esperar unos minutos antes de poder recibir el alta, Sergio estaba junto a su pequeño ayudándolo a cambiarse y traer sus cosas.

—Papá, voy a extrañar al doctor Max— Estaba terminando de ponerse un suéter con ayuda de su padre, quien sonrió suavemente —¿Podemos pedirle que venga a almorzar después? Tal vez cuando vayamos por la pizza gigante de internet.— El niño dio un saltito de la cama y tomó la mano del mayor.

Apenas salieron Oscar fue levantado de inmediato en brazos de Charles, esto lo hizo reír e inundó la habitación con ese sonido tan hermoso.

—Dios, no vuelvas a hacerme esto, Oscar.— El rubio lo abrazó ferozmente y se quedó así por un momento cerrando los ojos. Se notaba lo aliviado que se sentía, casi quería llorar. —Carlos y yo tenemos un regalo especial para tí— Le dejó volver al suelo y el español se acercó cediéndole una bonita caja roja que Oscar tomó con entusiasmo y abrió prácticamente en un parpadeo.
En ella se encontraban un par de tenis de colores llamativos, pero la parte favorita del chiquito eran los diseños jurásicos en ellos.

—¡Papá!— Oscar saltó de alegría mostrando su regalo a Sergio y él le sonrió de vuelta haciendo ese gesto de sorpresa que suelen hacer los padres.
—Gracias Carlos, gracias Charles. Ustedes son mis mejores amigos.

—Hey, solo yo.— El rubio tomó la mano del menor y todos empezaron a caminar de vuelta al auto, Carlos se había quedado un poco atrás recogiendo los papeles del envoltorio.

—Entonces Oscar y yo seremos mejores amigos secretos.— El español le guiñó al niño y este rió de vuelta asintiendo con la cabecita.

Sergio iba atrás, estaba contento y observaba con muchísimo amor a su hijo y la forma en la que todo se alegraba a su alrededor. Él era la luz de su vida y no estaba listo para dejarlo ir. No lo estaba ahora y no lo estaría nunca, por eso debía ser más constante, darle todo lo que sea necesario para cederle el derecho a vivir su vida porque lo merecía, porque como padre quería ver a su hijo en todas las etapas. Quería verlo ir a la universidad, tener su primera novia, buscar un empleo y tal vez algún día casarse. Quién sabe, con suerte le esperarían años de retiro con un par de preciosos nietos corriendo por la casa.

Ese pensamiento, esa pequeña esperanza, le hacían sonreír.

Peacemaker | ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora