Capítulo 37: Culpemos a Kayn por esto

81 7 0
                                    


Sería una excelente idea saber que estaba haciendo en ese instante, y una mejor saber contenerse al tener a Aphelios tan cerca, acorralado contra la pared.

~

La euforia seguía corriendo por su cuerpo cuando le dieron la medalla, en medio de los gritos distinguía su nombre, su apodo, y un coro alzandose aclamando su academia. En honor a todos ellos le dió un beso a su premio. Era la estrella, el protagonista, y aunque su cuerpo aún resentía la pelea, estaba en mejor estado que en su lucha anterior contra Kayn, en esta le habían dado pelea, pero no al punto de dejarlo al borde de la muerte, ese logro solo lo conservaba él.

Cuando por fin la multitud le dio espacio para respirar se escabullo entre los pasillos ocultos de la arena para buscar a sus compañeros,  ya lo tenía de costumbre al salir de los combates, recorrer el estadio, ir a la enfermería y cerciorarse que todos seguían respirando. Escuchó cadenas y un rugido alejarse mientras andaba, prefirió ignorarlo.

Primero se encontró con Viktor, durmiendo mientras la medicina surgía efecto, a su lado estaba Katarina, cruzada de brazos viendo desesperada la bolsa de suero conectada a su brazo que no parecía cerca a terminar, y luego escuchó un ruido al fondo, una pareja gritando, o mejor dicho: un ave lloriqueando.

—¡Miela estuviste fantástica! —exclamaba Rakan con lágrimas en los ojos mientras apoyaba su mejilla a la cara de Xayah.

—¡Ya Rakan, basta, lo sé! —les respondía Xayah entre risas apoyando su mano contra su brazo, pero sin señal alguna de querer alejarlo.

Buscó con la mirada quien más estaba en la habitación: Aatrox parecía aún estar sumido en sueño profundo mientras la herida en su cuello se comenzaba a cerrar, Jayce estaba concentrado anotando cosas en su libreta, Syndra e Irelia seguían durmiendo, pero no había rastro alguno de Briar, Sylas o Aphelios. De la chica podía hacerse una idea por los ruidos que escucho camino a la enfermería, Sylas realmente no le interesaba, pero Aphelios, de Aphelios no tenía ninguna pista de dónde pudo haber ido.

Aphelios no solía ir a la enfermería cuando terminaba los combates, prefería depender de las pociones y que el tiempo curara sus heridas, además podía salir de la arena por su cuenta, algo que no muchos competidores podían decir. Buscó su teléfono por costumbre en su bolsillo, pero claramente no estaba, lo había dejado junto al resto de sus cosas en la celda de espera y por el afán de buscar a Aphelios no había pensado en volver por su celular.

Suspiró dispuesto a irse cuando una de las enfermeras lo detuvo.

—Deja que te revisé antes de que te vayas. —le dijo con amabilidad la enfermera.

—No es necesario, me siento bien. —le contestó intentando buscar un camino que lo dejara ir hacia la puerta.

—Por favor, es mejor prevenir, puede que la adrenalina aún te tenga dopado y por eso no sientas dolor. —insistió la enfermera con una sonrisa en rostro mientras le señalaba una de las camas vacías.

Era obvio que la muchacha no lo dejaría marchar y entre más tiempo perdiera insistiendo en irse, más tardaría en encontrar a Aphelios, así que acepto, muy a regaña dientes.

Y en efecto, lo que había pensado sería una visita de rutina se transformó en toda la tarde mirando al techo de la enfermería. Según le entendió a la doctora, tenía una hemorragia interna en la zona del abdomen, no la contradijo, tenía un enorme moretón del que no se había percatado, y no tuvo más remedio que aceptar el tratamiento para por fin irse en paz.

Intento dormir pero no logro nada más que microsueños incómodos que no lo dejaban descansar, pero tampoco le quitaban la molesta sensación de somnolencia a causa el suero de la intravenosa. Las horas se hicieron largas y cuando por fin la última gota atravesó la sonda él mismo la desconectó y se fue de ahí, sin avisar y sin comprobar si el moretón había o no desaparecido.

Ceniza de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora