Max. (parte 2.)

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Mi rutina era fácil de comprender, de veinticuatro horas del día, pasaba la mitad en mi trabajo, y las otras las distribuía para el psicólogo, el hospital y escasamente, dormir.

Cada vez me sentía mejor, ya habían pasado dos meses luego de lo sucedido, y, aunque en realidad es muy poco tiempo para sanar, las terapias con la psicóloga me han ayudado bastante.

Con respecto a mí trabajo, era arduo y cansado, sí, pero valía la pena todo por mí hijo. Otro tema era el doctor de aquel día, hemos estado hablando más de lo que deberíamos, cada día va a la librería y compra un libro, creo que le gusta demasiado leer.
Me ha invitado a salir, pero, lo he rechazado, aún no me siento capaz de salir con alguien que no sea Max. Todos los días pienso en él y en como seríamos felizmente casados si el no hubiera decidido tirar todo por la borda.

Recientemente, unas fotos mías trabajando en la librería fueron filtradas, pero, eso no es lo más importante. Tomaron las fotos justo cuando hablaba con el doctor, por lo que ahora la gente solo me toma por una zorra en busca de quién me mantenga.

Miro mi panza y aunque, no sé nota nada, sé que ahí hay una pequeña vida creciendo, vida  la cual sólo las enfermeras y yo sabemos que existe. Le pongo música y le hablo suavemente, aunque probablemente no esté escuchando nada. Acaricio mi estómago y lloro sin piedad, lloro por haber perdido la batalla del amor, lloro por mí, lloro por él, lloro por mí inocente bebé.
He intentado contactar con Max muchas veces, pero este no me responde nunca. He visto que está en la nieve con una mujer y una niña preciosa, se les ve felices, y realmente le queda bien la faceta como padre.

Todas las noches el recuerdo de ambos recostados en la cama hablando sobre tener hijos viene a mí mente. Él dijo que quería tener primero un niño, luego una niña.

Sin más remedio, me comunico con Victoria, la hermana de Max. Está me responde, yo le comento mi situación y ella me comprende y dice que vendrá a verme al apartamento.

Victoria si cumplió su palabra, vino, me saludo y también a su primer sobrino o sobrina. Me habló sobre la maternidad y no podía sentir más temor por ser una mamá primeriza y soltera.
Tocamos el tema de Max, que, aunque no quisiera, era necesario. Le intenté explicar que no respondía ninguno de mis intentos desesperados por hablar con él, pero ella me dijo que él debía saber qué estaba esperando un hijo, y, por un momento sentí que debía ser egoísta con él así como él lo fue conmigo.

Le pedí el favor a Victoria de que le dijera a Max, y está no se negó. Luego, me quedé sola en el apartamento.

Después de unos largos días esperando el llamado de Max, este apareció en el apartamento. Sentí ganas de saltar hacia el y llorar en su hombro, pero al momento en que me le acerque, él me aparto. Sorprendido, me preguntó si era cierto que iba a tener un hijo. Yo le dije la verdad.
Emocionada por su reacción que aún no llegaba, le sonreí, sonrisa que se borró en el instante en que me pegó contra la pared e insinuó a gritos que ese hijo no era de él.
Le expliqué todo con suavidad, intentando que entrara en calma, pero él no me hizo caso, mantuvo su posición.

En su estado de enojo, me ordeno que le desalojará el apartamento, y, por un momento pensé que era una broma, pero, no fue así. Le pregunté que en dónde iba a vivir ahora, pero a él poco le importo. ¿En qué se había convertido Max?

Me pidió que lo dejara vivir su nueva vida en paz, con su nueva familia, al escuchar eso mi corazón se rompió en mil pedazos. Empecé a llorar desconsoladamente y él solo me llamó dramática. Me dio un plazo de una semana para irme del apartamento, y no me pude sentir más miserable nunca.
Él se fue sin mirar atrás.

En medio del desespero, fui a la librería y allí estaba él, con quién necesitaba hablar.
Me vio llegar con mis ojos rojos y se preocupó al instante por mí, le pedí que fuéramos a un lugar más privado, él me llevó a un muelle solitario.
Le expliqué mi situación y pedí su ayuda para conseguir un pequeño lugar donde vivir mi hijo y yo. Bien cierto era que no tenía recursos para alquilar tan siquiera una habitación, pero haría lo necesario para darle un buen hogar a mi bebé.

El doctor me ofreció su casa, dijo que era grande y podríamos vivir los tres sin ningún problema, pero yo no quise, no podía abusar de su confianza. Él me suplico, y, sin más remedio, acepté, le dije que tan solo por una semana, él dijo que podía quedarme todo el tiempo que quisiera.

Me enseñó su casa y realmente era grande, él vivía solo allí. Ayudo a pasar mis pocas cosas que tenía en el apartamento de Max, y le agradecí un montón. Viendo por ultima vez el lugar en el cuál viví mis mejores momentos, pero también los peores, me entró nostalgia. Max entro al apartamento y lo vio vacío, me miró y yo no pude sostenerle la mirada, le entregué las llaves y ese fue el último contacto que tuve con él.

El tiempo había pasado rápido, ya mi panza se notaba. El doctor, Mateo, había estado conmigo durante todo este tiempo, y básicamente, yo era su conejillo de indias, pues el trabajaba como obstetra y yo estaba embarazada. Me sentía en confianza con él, me había ayudado como nadie y de alguna forma se lo tenía que pagar.

Los días, semanas, y meses pasaron. Dylan nació y Mateo se había convertido como en un padre para él. Al momento de registrarlo, no sabía que apellidos ponerle, así que solo le puse los míos, sabía que Max no le pondria los suyos.
Fue un reto tener que criar a un bebé tan temperamental, se enojaba muy fácil y hacia rabietas cada que podía. Desde pequeño, le había explicado que Mateo no era su papá, era mi pareja. Dylan era muy inteligente, entendía lo que le quería decir a la perfección, entendió que su papá era Max, pero él nunca estuvo para él. Mi bebé, desde pequeño demostró un gusto por los autos, así que Mateo decidió entrarlo a un equipo de Karting, claramente, con mi permiso.

Aunque habían pasado seis años desde que Dylan nació, Max nunca lo busco, tampoco a mí, y entendí que así era mejor. Ver a Dylan era ver a Max en versión pequeña, tenía sus ojos, su cabello, su tono de piel, e incluso ese lunar en su labio.

Cuando Dylan tenía unos meses, por las calles nos vieron y tomaron fotografías de ellos, las subieron a internet y se armó la de troya. Unos decían que Max era el papá, otros decían que no. Nunca salí a desmentir o a confirmar algo, desde eso, tuve mucho cuidado de sacar a la calle a Dylan.

Cuando entró al karting, fue imposible ocultarlo de la gente, y rápidamente su carita fue filtrada en las redes, ahí todos se dieron cuenta de que Dylan si era hijo de Max. Muchas personas se disculparon conmigo por redes por hablar mal de mí. Nunca quise manchar la carrera de Max, por lo tanto nunca hable de ello.
Max se había convertido en un piloto con mas de cinco campeonatos, casado y con una hijastra.

Supongo que cuando Max vio las imágenes de Dylan, le entró curiosidad y así fue que se contacto conmigo. Mateo no tuvo problema con que yo aclarará las cosas con Max, eso fue lo que me enamoró de él.

Max y yo nos reunimos en una cafetería en el centro de la ciudad, al principio, tenía dudas sobre llevar a Dylan, pero de alguna forma me convencí de hacerlo. El papá de mi hijo llegó un poco tarde a la reunión, pero no le dimos importancia. Cuando nos vio, primero me saludo a mí con un estrechon de manos y luego se fijo en el pequeño a mí lado, este inmediatamente se presento ante mí hijo y Dylan lo abrazo.

Mientras Dylan jugaba en un tobogán, Max y yo aprovechamos para aclarar algunas cosas. Al principio, note su sorpresa, y, es que es imposible decir que ese niño no es hijo o al menos pariente de Max.
Max me pidió perdón por no creer en mi, yo le dije que ya no tenía rencor a nadie. El piloto, con la emoción por las nubes me propuso ir a vivir en su ciudad natal, así el y su familia estaban más cerca del niño, cosa a la que me negué, pues ya había construido mi vida aquí y no dejaria que Max me diera órdenes.

Luego de esa reunión, el lazo de Max y Dylan fue creciendo y creciendo, la familia de Max estaba encantada con el niño, y algo dentro de mí me hacía estar feliz.
Aunque ya no podía seguir viendo a Max con los mismos ojos, siempre recordaba el dolor que me causaron sus acciones y palabras, pero el bienestar de mi hijo era mi prioridad.

Aunque lo mío con Max fue mi peor tragedia, algo bueno salió de ahí. Dylan llegó a mí vida como un ángel y me salvó, al igual que Mateo.

One Shots || Fórmula 1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora