Charles.

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Era un día frío, un día de diciembre. Contemplo las vistas del hotel y me deslumbró al ver tantas luces y paisajes bonitos.
Hoy es una noche especial, voy a salir con el chico que conocí hace algunas semanas.

Conocí a este chico en el centro de la ciudad, mientras yo compraba unos pastelillos y él había perdido su billetera, así que le pagué aquel café que no pudo pagar. Es divertido, hemos hablado desde hace dos semanas por teléfono y no puede caerme más bien este chico.

Me pongo un vestido precioso y salgo para encontrarme con él. Voy hacia el restaurante donde nos reuniremos y al llegar a él me siento en el paraíso, tiene platas a su al rededor y parece más un bosque que un restaurante, cosa que nunca antes había visto. Me siento en la mesa que reserve para los dos y pido algo de tomar mientras mi cita llega.

Al paso de los minutos, intento contactarme con aquel hombre, pero no recibo respuesta alguna de su parte, por lo que pienso que algo malo le debió ocurrir para que no haya llegado. Intento no preocuparme tanto, pero me es imposible.

Ya llevo media hora y la gente me empieza a mirar un poco extraño, así que decido ir al baño para no pensar en lo peor. Cada minuto que pasa pierdo la esperanza, y finalmente al pasar poco más de una hora, me levanto de la mesa para retirarme.

—Señor... Todas las mesas están reservadas, lo lamento.— Le dice el recepcionista a un chico que viste de manera casual y tiene a una niña agarrada a su mano.

—No hay problema, otro día será.— Responde amablemente con una sonrisa que deja a la vista unos hoyuelos preciosos.

—La mesa que reserve para hoy ya está libre, creo que puede entrar.— Le digo al recepcionista.

—¿Ocurrió algo? Vi que no pidió nada de cenar.— Pregunta el muchacho haciendo que mis mejillas ardan de vergüenza.

—Mi cita se canceló... Así que la mesa ya no estará ocupada, puedes darsela a él.— Respondo con pena.

—Lo siento mucho, ¿quiere su dinero de vuelta?— Pregunta el chico con amabilidad.

—No, claro que no.— Respondo, pues, aunque no me sobre el dinero tampoco le pediré de vuelta aquello que ya no me pertenece.

—Señor, pueden pasar a la mesa del fondo.— El recepcionista le dice al hombre con la niña a su lado y este inmediatamente me mira.

—Eh... ¿Quieres cenar con nosotros?— Pregunta el chico de hoyuelos y yo me impresiono por su propuesta.

—No, no hace falta, pásenla bien.— Les digo a ambos.

—No es para tanto, creo que los tres necesitamos una compañía de más.— Dice sonriendo tiernamente.

—Creo que tienes la razón.— Le digo y me atrevo a ir a la mesa con estos dos personajes que me acabo de encontrar.

Por un lado, la niña es un solecito, apenas tiene cinco años y es una chica astuta y extrovertida, mientras que su papá, el chico de hoyuelos, es amable y tierno.
La cena pasa con nosotros hablando de temas que nos llevan a conocer un poco más acerca de la vida de cada uno, y realmente aprecio haber conocido a estas personas el día de hoy.

—Te llevamos a casa.— Dice Charles y yo me intento negar, pero este no escucha.

Me subo al auto en el asiento de copiloto, pues Emilia va atrás en su asiento de seguridad. Mientras le indico a Charles por donde ir, su hija se inclina a jugar con mis dedos, en específico, mis anillos.

—Papi, Lil se caso muchas veces.-
— Dice y ambos nos reímos, pues Emilia piensa que por tener anillos ya me he casado en bastantes ocasiones.

—No mi amor, Lily sólo los tiene como accesorios, así como tus pulseras.— Le explica con cariño.

—¿Puedo tener muchos anillos?— Pregunta inocentemente.

—Si te portas bien, tendrás muchísimos.— Insinúa Charles y la niña hace sonidos de emoción.

Llegamos a mí apartamento y nos despedimos, no sin antes intercambiar números.

Días después

—¡Papi, es Lil!— Abre la puerta la hermosa castaña que últimamente me ha hecho sonreír más que nadie.

—¡Ya voy!— Grita Charles desde arriba y yo solo cojo a Emilia en brazos para darle un abrazo gigante.

Estos últimos días, Charles y yo hemos creado una amistad grande, el me ha invitado a su casa y yo lo he invitado a mí apartamento, e incluso hemos tenido pijamadas los tres juntos. Cabe destacar que Emilia no vive con Charles, sino con su mamá, de quien sé que es la anterior pareja del castaño y terminaron en buenos términos, lo que me alegra por ambos.

Nos dirigimos hacia un parque de juegos que recientemente abrieron en la ciudad, para que Emi se divierta, lo que logramos porque se distrae con todo.

Vemos una maquina con una garra mecánica que contiene un montón de peluches, y, como aficionada de tener peluches, inmediatamente corrí hacia ella.

—¿Quieres uno?— Charles pregunta.

—¡Adoro los peluches!— Le confieso.

—¡También me gustan!— Exclama Emilia, le sonreímos y ella continúa comiendo su algodón de azúcar.

—Si logro sacar uno, tú y yo tendremos una cita, solo nosotros dos.— Me dice cerca del oído y yo, un poco nerviosa, acepto la propuesta.

Charles introduce la moneda y empieza a calcular hacia donde debe llevar la garra, aunque al principio pensé que no sería capaz, tal vez esté no fue mi día de adivinanzas, porque no sé cómo, ni cuándo, logró sacar un osito de felpa.

Impresionada por su victoria, le sonrió y me engancho a su mano para seguir viendo los diferentes juegos que llenan el lugar.

Meses después

Luego de nuestra cita a solas nos fue inevitable no hablar cada día y que nos fuéramos conectando. Hace poco había descubierto que Charles era una persona famosa, gracias a qué subieron fotos de nuestra primera cita haciendo un picnic. Al principio me asombre, pero no le di mucha importancia a aquello, lo que me impresiono bastante fue el saber que era piloto de fórmula 1, pues sabía cuánto requería el deporte, tanto física como mentalmente.

A los cinco meses de habernos conocido, nos dimos nuestro primer beso, el cual se sintió como estar en las nubes.
Había conocido a la mamá de Emilia y me pareció una chica grandiosa, cuida muy bien de su hija y respeta a Charles.

Cuatro meses más tarde, conocí a los papás de Charles. Su mamá era un amor y me trataba como si fuera su hija, mientras que su papá era amable y se interesaba en mis cosas. Ese mismo día, Charles me pidió ser su novia. Creí que Emilia recibiría la noticia con celos, pero, al contrario, la recibió muy bien y se alegró por ambos.

—Te amo.— Me confiesa el chico con ojos verdes, a lo que quedamos en un profundo silencio.

—Yo... Yo te amo mucho más.— Le respondo finalmente.

Charles toma mi rostro y acerca mis labios a los suyos, para unirlos en un ligero beso que me dejó sonriendo.
Y después de tanto tiempo, puedo decir que ese día no tuve una cita, pero si conocí al amor de mi vida.

One Shots || Fórmula 1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora