Capítulo 32.

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Nina. 

Cuando el Uber me deja frente a la residencia Villani empiezo a cuestionarme si debería realmente hacer la entrevista o no. Jamás había estado en un Country Club, creía que mi padrastro Daniel tenía plata hasta que llegué a la residencia de esta familia.

Camino por el sendero que conduce a la entrada y cuando estoy frente a la puerta de madera oscura, toco el timbre y espero pacientemente a que alguien abra. El frente de la casa es aburrido, carece de plantas y árboles. El césped no cuenta como planta ¿O sí? Empiezo a detallar la puerta y me doy cuenta del escudo verde esmeralda con dorado que la adorna, solo alcanzo a detallar los laureles porque justo en ese momento abren la puerta y quedo ante una chica que fácilmente podría ser hija de Carmen.

Sus ojos azules me inspeccionan fugazmente, bajo su mirada no me siento juzgada, no parece esa clase de milipili.

— ¿Vos sos Nina? — asiento y extiendo mi mano.

— Mucho gusto — ella la toma y luego se acerca para plantarme un beso en la mejilla, sin importarle que uso barbijo y que hay normas de bioseguridad.

— Un gusto, mi nombre es Eugenia — tiene una sonrisa perfecta, yo me quito el barbijo y le sonrío de vuelta — ¡Pasá! — ella se hace a un lado y yo me adentro tímidamente en la gran mansión mientras ella cierra la puerta.

— ¿Eres hija de Carmen? — mi pregunta la hace reír y yo siento mis mejillas arder.

— Vendría a ser mi suegra — dice dudosa —, aunque no es la madre de mi novio — asiento en silencio mientras ella me conduce a unas escaleras — ¿Hace mucho la conocés? — pregunta refiriéndose a Carmen.

— No, realmente — respondo mientras subimos las escaleras —. Carmen es mejor amiga de... mi tía abuela — respondo dudosa, pero es preferible una pequeña mentira antes que dar una gran explicación.

— Es todo un personaje — dice casi distraída —. Ernesto es el más serio, te deseo suerte — dice cuando llegamos al primer piso. Atravesamos una gran sala y noto en un estante un pañuelo celeste colgado con orgullo.

Ew.

— ¿Sos periodista? — pregunta Eugenia mientras caminamos por un pasillo.

— Solo universitaria. Estudio psicología — ella me mira extrañada.

— ¿Le vas a hacer terapia a Ernesto? — no puedo evitar reír por el nerviosismo.

— No, ni siquiera tengo licencia — aclaro —. Solamente estamos evaluando temas respecto a la política actual.

— En medio de una pandemia.

— Ernesto no aceptó que se hiciera por zoom — ella asiente pensativa.

— ¿No te espantás? Somos muy diferentes a otras personas — me encojo de hombros.

— Por eso quise hacerle la entrevista — supongo que di una buena respuesta porque me dedicó una sonrisa de aprobación —. Además, soy inmigrante, ninguna persona me parece igual a otra.

Llegamos al final del pasillo el cual tiene dos puertas oscuras. Eugenia toca y luego de unos segundos alguien responde al otro lado, ella me dedica una mirada y me dice que puedo pasar. Ella se gira sobre sus talones y siento un poco de lástima porque tenga que recorrer el mismo camino de regreso.

En esta casa todo es lujo, todo es minimalista. Me siento totalmente ajena a este mundo y sus habitantes, pero es demasiado tarde para echarme atrás e ir por lo fácil.

Abro la puerta lentamente y veo a un hombre de cabello canoso preparando café en una máquina. Me mira con una sonrisa y noto que es un poco más joven de lo que se ve en las fotos de internet. Tengo flashbacks desagradables de por qué no debería estar a solas con alguien del sexo opuesto, pero tengo gas pimienta y las cámaras que he visto en los pasillos y ahora en esta habitación me genera más tranquilidad. Nada va a pasar.

Argenzuela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora