• Capítulo 12

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Nina

— ¿Por qué no me dijiste que ya tenías un acuerdo para que Gabriela viniera? — pregunté a mi madre secándome las manos.

— No era seguro, sus papeles aún estaban sin terminar y con la cuarentena, bueno pues, ya te imaginarás — respondió mi mamá poniendo los platos en su lugar —. Además, tu tía no había concretado bien un alquiler para ella y su familia. Sin mencionar que queríamos que fuera sorpresa — me miró y sonreí —.

— Estoy feliz. Así no me sentiré tan sola — dije sentándome en uno de los banquitos de la cocina. Mi mamá me examinó con la mirada —.

— ¿Y tus amigos? — preguntó y suspiré.

— ¡Ay, mamá! No es lo mismo; Chris solo se quiere aprovechar de mí, Louis y Mica siempre están por su lado, Matías no es muy conversador y Paola es muy agresiva — enumeré —. Al menos con Gabriela me sentiré más cómoda.

— Bueno, recuerda que cada quien necesita hacer su espacio — se sentó frente a mí — Y tú tienes que hacer el tuyo — guardó silencio un rato —. Explícame eso de Chris.

Explicarle a mi mamá el asunto con Chris fue más fácil de lo que pensé, y me hizo sentir mejor de lo que hubiera imaginado. A diferencia de Leonor, mi hermana mayor, mi mamá y yo siempre hemos tenido ese hilo de confidencialidad que nos ha hecho confiar.

El verdadero problema es que no vaya y les cuente a mis tías, o peor, a la misma Belén.

— Si ese muchachito se pone popi*, es mi deber decirle a su mamá — dijo mi mamá cuando le planteé el no decirle a Belén —.

— Pero no me hagas quedar paranoica.

— Para nada — dijo con gesto despreocupado —, lo diré de una forma sutil. Además, yo creo que sí le gustas.

— ¿Pero?

— El queso es más fuerte.

Rodé los ojos. Esa mujer no iba a renunciar rápido a la idea de que podríamos ser pareja.

Caminé hasta la sala, en donde estaba Louis sentado en el mueble escribiendo. Frente a él estaba un piano de cola el cual solía tocar Daniel de vez en cuando, aunque donde la magia realmente ocurría era en la terraza (la cual no sabría si llamar así).

Básicamente era una terraza, pero Daniel la convirtió hace algunos años en su estudio para trabajar. Era maravillosa, estaba llena de instrumentos, partituras y un equipo de grabación. Solo faltaba trabajar en la acústica del lugar, cosa que él mismo hacía colocando cartones de huevos en las paredes.

— ¿Qué haces, baboso? — pregunté sentándome al lado de Louis. Daniel se encontraba justo en el sillón del frente tecleando en su celular.

— Un poema para Mica — respondió sonriente —.

— Ay, léelo — pidió mi madre sentándose en las piernas de su amado prometido —.

Después de carraspear y hacer sonidos feos con la garganta, que según él eran "calentamientos", empezó a leer:

"Hola, ricura campestre.

Te amo pues: El amor es una magia, una simple fantasía. Es como un sueño, que al fin encontré.

Es como una luz que se expande por el aire y recorre como el agua, hasta que llega al corazón".

Mientras que Daniel analizaba lo que acababa de oír, mamá tenía cara de pensar en dónde escuchó eso mismo. Mientras que yo miré mal a Louis.

— Está mostra — concluyó con orgullo viendo el papel, el cual tenía borrones y horribles errores ortográficos y gramaticales —.

— ¿De dónde sacas la última, digo, la mitad del "poema"? — pregunté con los ojos entrecerrados.

Argenzuela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora