Me levanto de la cama, ya no sé ni que día es, sólo sé que en la casa de enfrente hay un camión de mudanzas y mucha gente haciendo ruido, y me han despertado.
Por el pasillo de mi amplia casa, veo mi silueta reflejada en un espejo que ocupa la mayor parte de la pared. Intento apartar la vista, pero no puedo y me paro justo en frente de el dicho.
Contemplo mi figura unos imstantes. Soy alta, con las caderas marcadas y delgada, muy delgada. Podría decir qué, si alguien estudia los huesos; yo sería el maniquí perfecto.
Mi pelo, de color café, cae en cascada hasta la zona inferior de mi espalda; y conjunta a la perfección con mis ojos, de su mismo color.
<< Estás gorda>> <<No sirves para nada>> <<Haber si te mueres ya>> , me repetía mi querido subconsciente.
Ya basta de mirarse al espejo- pensé.
De repente, sonó el timbre, y yo, curiosa fui a la puerta y miré quién era el autor de qué mi timbre sonara.
Era un chico moreno y de ojos achinados y castaños.
Que guapo -pensé.
No quería abrir la puerta, pero un instinto hizo lo contrario.
El chico se quedó perplejo al verme.
Sus ojos delataban cierto asombro y preocupación,pero lo ignoré.
-¿Que quieres? -pregunté borde.
-Somos los vecinos de enfrente, y queríamos invitarte a ti y a tus padres esta noche a cenar a nuestra casa -dijo sonriente, esperando una respuesta por mi parte.
-Lo siento, pero ya tenemos planes -sentencié. No quería que nadie supiese lo de mis padres, y qué me mirasen diferente o sintiesen pena hacia mi persona.
-Bueno otra vez será -dijo a modo de despedida.
-Adiós- dije, y seguidamente, cerré la puerta.
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