Prólogo

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En tiempos antiguos, cuando la luz del sol se teñía de tonos ámbar al atardecer y las tierras del reino de Liones resonaban con la esperanza renovada tras tiempos oscuros, Meliodas ascendió al trono, un trono que llevaba el peso de la pérdida reciente de la noble Elizabeth. Con el corazón afligido por la ausencia de su reina, el reino se unió en duelo, pero con el tiempo, la vida siguió su curso.

Dos años después de ser coronado, Meliodas, en un giro inesperado del destino, se casó con Leonor, una humilde campesina con un espíritu independiente que no se dejaba eclipsar por el brillo de la corona. Leonor, una talentosa costurera, encontraba en su trabajo un refugio que no estaba dispuesta a abandonar, y Meliodas, admirando su determinación, la apoyó en cada paso.

El amor entre el rey y la reina floreció, y antes de que el año terminara, su unión dio lugar al nacimiento de un hijo. La llegada de este niño, fruto de la mezcla de un demonio y una humana, sorprendió a todos, que veían con asombro la unión de dos mundos aparentemente opuestos.

Tristan, el hermano mayor, sostuvo con ternura a su hermana menor, prometiéndole un futuro brillante y lleno de promesas. Sin embargo, la celebración no se limitó a la familia real del reino de Liones; el rey Ban y la reina Evaine de Benwick compartieron su alegría, y las hadas del reino murmuraron entre sí sobre el prodigio de un niño nacido de dos mundos.

Una década después, la princesa, juguetona y escurridiza, se escondía de su padre en una partida de atrapadas. Sin embargo, al irrumpir en el comedor, se vio sorprendida por la presencia de su madre acompañada de dos desconocidos, lo que provocó que su progenitor la apresara entre sus robustos brazos, girando en una danza espontánea. Entre risas, ella suplicaba ser liberada, aunque ambos disfrutaban del juego, compartiendo una complicidad innegable, tan similares y, al mismo tiempo, tan distintos.

Fue entonces que Leonor, con un carraspeo, llamó la atención de los presentes. Meliodas no tardó en saludar a Ban, quien correspondió al gesto cortés.

Con delicadeza, el padre depositó a la princesa en el suelo, permitiéndole por primera vez vislumbrar al príncipe que se hallaba junto al imponente hombre que sonreía. Cuando los ojos de Ban se posaron en la niña, esta se ocultó tímidamente detrás de su padre.

—Oye, pequeña princesa —la llamó con ternura, una sutil sonrisa iluminando su semblante. Aunque aún se mantenía oculta tras su progenitor, ella lo miraba—. He traído compañía para que no te sientas sola mientras hablo con tu padre. Pueden jugar juntos si así lo deseas, estoy seguro de que se divertirán, son de la misma edad.

Ban dirigió una mirada a su hijo, posando su mano sobre su hombro. El niño alzó una ceja al comprender las intenciones de su padre, asintiendo con confianza antes de acercarse a la niña, portando una sonrisa.

—Mi nombre es Lancelot. ¿Y tú, cómo te llamas?

La mirada de la princesa se posó en su padre, quien le concedió un gesto afirmativo. Con valentía, abandonó su escondite y se aproximó al rubio caballero frente a ella, extendiendo su mano para unirse en la suya.

—Soy Helaine —murmuró con una tímida sonrisa, mientras Lancelot le correspondía el gesto—. Eres muy bonita.

Para Lancelot, aquel comentario fue un golpe directo a su orgullo de hombre, aunque Helaine no era consciente de ello. Un breve intercambio de palabras y gestos de cortesía marcó el inicio de una conexión incipiente entre los dos niños, mientras el destino tejía los hilos de su futuro en un tapiz de amistad y aventura.

 Un breve intercambio de palabras y gestos de cortesía marcó el inicio de una conexión incipiente entre los dos niños, mientras el destino tejía los hilos de su futuro en un tapiz de amistad y aventura

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15.04.24

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