11 - Alma en pena

391 39 11
                                    



Draven

Lucelia era la causante de mis dolores de cabeza constantes. No quería que nadie descubriera la extraña obsesión que tenía hacia mi. Nunca la quise intensamente y ahora no quería estar con ella. Debía darse su lugar, aprender a quererse y entender que lo nuestro ya no irá por ningún lado.

El romance siempre había sido un tema irrelevante para mí, pero sabía lo suficiente como para no rogarle a nadie. El amor no se basaba en súplicas; al contrario, te brindaba seguridad y confianza. Ella, como mujer, no debería implorar por un amor que ya se había desvanecido. Bastó con observarla un momento para darme cuenta de que le faltaba amor propio, y eso era, sin duda, una lástima.

Lucelia era una mujer muy hermosa, encantadora, con una voz seductora y cuerpo curvilíneo que cualquier hombre al verla terminaría loco por ella. En su momento me hacía feliz tenerla entre mis brazos, pero con el tiempo dejó de causarme algún efecto. Solo era físico. era la única conclusión que pude sacar al volver a ver.

Hace dos años fue un error involucrarme con la actual reina, creí que estando con esta mujer podría olvidarme de alguien más.

De ella.

Ahora tuvo la osadía de venir a buscarme para reclamarme de algunas situaciones que según ella se quedaron inconclusas para ambos, me parecía absurdo y cansado. Si me quedaba aquí seguiría encaprichándose más y yo ya estaría perdiendo la paciencia.

—¡Responde!, es eso, tu silencio es un sí, o regresaste con esa estúpida jinete—confesó muy alterada.

—Lo que haga o deje de hacer es mi problema Lucelia, deja de buscarme que pareces loca. Si tu intención es creer que sería capaz de formar una guerra por ti, estás equivocada. Yo no movería ningún dedo por una persona y lo sabes.

—Yo sí lo haría, por ti— confesó desesperada—déjame demostrarte que quiero estar a tu lado como en los viejos tiempos.

Ahora si enloqueció quería que fuera su amante.

—¿Amantes?.

—Si— dijo la mujer con anhelo.

—No.

Era demasiado egoísta para compartir algo. Lo mío era mío y de nadie más. No un segundo plato de la mesa que quiero compartir.

Escuchamos la voz de Aros llamándola, aproveché el momento para caminar rápido dejándola atrás para dirigirme a la habitación que me asignaron hasta que repentinamente encontré a Ada entre la pared y un tipo alto enmascarado, era Wolanski el consejo raro del Aros. Mejor conocido como el alma en pena de este trucho palacio.

De acuerdo con mis informantes él iba pasando una semana a visitar a Ada con la excusa de solicitar un nuevo diseño de máscara, sin embargo la absurda verdad era que la estaba vigilando por la misma razón que nos encontrábamos aquí, trabajaba por su propia cuenta, lo extraño era que el estúpido de Aros nunca ha sido informado por las repentinas desapariciones de este sujeto.

La expresión de Ada al verme era neutra, como siempre, lo que me dificultaba descifrarla la mayor parte del tiempo. Sin embargo, esta vez no pudo ocultar la incomodidad y el miedo que reflejaba sus ojos grises, era un mensaje claro de que deseaba estar lejos de él.

Mi primera opción era ignorarlos por completo y dejar que sufriera. Tenía que divertirme de cierta forma.

—Buenas tardes Wolanski, creo que la invitada del rey no se siente cómoda con su presencia— dije la verdad contradiciendo mi decisión de ignorarlos.

El misterioso hombre con máscara oscura se giró completamente hacia mi para entregarme un papel.

Al parecer a este sujeto el miedo le cortó la lengua porque no emitía ninguna palabra.

Ada (Máscara de secretos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora