28 - Conejo blanco

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Rey Darian

La agonía.

La oscuridad.

Y la desesperación me consumían.

En mis pesadillas, el sufrimiento se mezclaba con los lamentos de aquellos que, aunque fingían ser víctimas, no eran más que ratas moribundas que creían tener el vil derecho de arruinar la vida de los demás.

Mostrar piedad y compasión hacia el culpable era en realidad una ofensa al verdadero inocente.

La oscuridad.

Era lo que siempre veía desde que nací y me ayudaba a ocultar el monstruo que era ante los demás.

Todos teníamos máscaras, algunas tan evidentes que se muestran abiertamente, como la mía, un rostro que revelaba y ocultaba a la vez. Otras son invisibles, como la que porta la pequeña señorita que deambula por mi palacio.

Ya era momento de que pasara algo interesante. Mis días como rey era monótonas.

Como siempre, escuchaba falsos argumentos.

Condenaba.

Escuchaba.

Condenaba una y otra vez.

Al dar mi sentencia, todos compartían la misma expresión de miedo, como si mis palabras fueran dagas letales hundiéndose en cada rincón de sus cuerpos.

Ver ese temor era una satisfacción para mí. No había a quién culpar por mi temperamento, por mi carácter, por mis decisiones, aquí se trataba de encontrar a un culpable y estaba seis metros bajo tierra. Mi madre.

Ella me convirtió en lo que era, en lo que soy.

Me reí para mí mismo, sabiendo que Sebastián nunca comprendería los pensamientos oscuros y divertidos que me atormentaban.

Una mujer estaba ahí, al frente de mi dándome la espalda, con la mirada fija en la ventana de mi habitación. La luz de la noche apenas ayudaba a ver su silueta y su cabello negro como el carbón.

Ella burló a mis hombres, a mi reino, se burló de mi apareciendo como si nada hubiera pasado.

Sublime, era lo que podía definir ante su situación.

Debía admitir que me preocupé más de lo que esperaba por su desaparición. La situación me recordaba a esos momentos de mi infancia cuando perdí mi juguete a los ocho años o cuando a los doce se me extravió mi primera máscara.

la ausencia de esta chica resonaba en mi mente como un eco de esos viejos temores, llenando mi corazón con una inquietud que no podía ignorar.

Ella seguía de espaldas y yo no le permití que me viera...

No podía ver a este monstruo deforme e imperfecto.

—¿Estás segura de haber encontrado al asesino?—estábamos en el cuarto de estudio donde la cité antes.

—Si, estoy segura que es él.

—¿Te imaginas si logras matar a un inocente?— la hice dudar.

Ella negó.

—Dime su nombre.

— Wolanski, el consejero del rey Aros.

—Te preguntaría cómo llegaste a esa conclusión, pero no quiero hablar mucho, ni tampoco escuchar.

—De acuerdo— se limitó a decir.

—Te diré donde podrás atrapar a Wolanski, y por supuesto, contarás con la ayuda de mis hombres. Pero, a cambio, necesitaré algo de ti.

Ada (Máscara de secretos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora