27 - Balde de agua fría

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Ada

He echado de menos este lugar. Han pasado tres días y mis heridas estaban comenzando a sanar. Me habían cuidado y cerciorado de que recibiera mis tres comidas diarias que tanto extrañé.

Después de que Draven vio las heridas en mi cuerpo y escuchó sobre mi amarga experiencia, a pesar de que omití algunos detalles, su ira era incontrolable. Su mirada se tornó oscura y amenazante. las palabras que brotaban de sus labios estaban cargadas de insultos, odio y rencor. Con gran esfuerzo, Tristán y Alastor tuvieron que intervenir para calmarlo y alejarlo, evitando que su rabia se desbordara aún más.

Desde aquel momento, no lo volví a ver y no me he preocupado por saber cómo se encontraba. Al verlo con su nueva pareja, me quedó claro que estaba muy bien.

Por otro lado, el rey estaba al tanto de mi llegada y aceptó mi solicitud para una audiencia, aunque me informó que tendríamos que esperar hasta que su salud mejorara.

Alguien tocó la puerta, era Sebastián, al escuchar los dos, tres golpes pausados denotaban que era él.

—Adelante— me senté en la cama acomodando mi vestido para recibirlo dejando al lado un libro sobre plantas medicinales que estaba leyendo.

Sebastián irradiaba una calma palpable. Su traje negro siempre estaba impecable, reflejando un cuidado meticuloso en su apariencia. Su cabello canoso, peinado hacia atrás con elegancia, complementaba su imagen de consejero real, mientras que su bigote, perfectamente recortado, añadía un toque de distinción a su presencia.

—Querida, te traje a Alastor porque quería verte —dijo, sonriendo mientras entraba.

Detrás de él estaba el general que una vez me aconsejó y me recordó lo valiosa que era.

—En una hora —dijo el consejero sacando su reloj de bolsillo—las enfermeras vendrán a cambiar las vendas. ¿Cómo te sientes?— preguntó, ofreciéndome una cálida sonrisa de abuelo.

—Bien, no me duele tanto como los días anteriores— comenté mientras que Alastor me saludó revolviendo mi cabello como si fuera un perrito.

—Ada, viene para ascenderte— intervino Alastor— serás ahora el segundo general al mando, pero no se lo digas a Tristán— me guiño el ojo mientras se aproximaba hacia mi. Arrastró una butaca que estaba cerca y se sentó frente para conversar.

—Creo que debería decirlo, me gustaría ver su expresión de desagrado— dije apenas ofreciéndole una sonrisa lánguida.

—Con su permiso, sin antes te tengo que entregar estas cartas. Una es de tu amigo Tiberuis, otra carta real de Bellinberg y otra del Duque Vernon.

Al entregarme las cartas, Sebastián cerró las puertas, dejándome a solas con el general de Ardher. Verlo era como hablar con Tristán, aunque él emanaba una madurez y sabiduría que lo diferenciaban. Eran dos gotas de agua, un claro reflejo de excelentes genes.

—¿Qué tal la fiesta de la señorita Dione?— inicié el tema de conversación.

—Se dio con normalidad, pero Draven no apareció porque andaba buscándote, también no me dio muchos detalles sobre cómo lograste escapar —confesó sin rodeos—Burlaste a nuestras tropas y a nuestros jinetes, y además le diste un golpe directo al ego.

—No le di muchos detalles porque no se lo dije— comenté dejando una de las cartas a un lado de la cama para ya mismo leerlas.

Decidí abrir la del reino de Bellinberg por la curiosidad que me envadía.

Sabía que esa carta era del asesino.

De: Sr. Wolanski

Para: La fabricante de máscaras.

Ada (Máscara de secretos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora