30 - Tercera, cuarta y quinta batalla

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Ada

Las heridas en mis pies ardían, así que opté por despojarme de los zapatos. Me cambié a un atuendo más cómodo, preparándome para afrontar lo que restaba del día.

El reloj ya había marcado las siete y yo me encontraba descalza, justo al pie de la oficina de Draven.

Abrí la puerta y allí estaba él, sentado, revisando algunos expedientes. Junto a él, dos hombres, casi de la misma edad que Alastor, estaban uniformados y sostenían papeles en la mano.

—Imprudente al entrar, pero adelante— comentó Draven sin mirarme— ustedes, largo de mi oficina, necesito hablar con la señorita Arlert.

—¿Por qué deja entrar a esta niña ta..

—Thimoteo— Le lanzó una mirada asesina como una señal de que se callara.

—Yo la cité, ahora largo ustedes dos.

Ambos se despidieron y al verme inclinaron su cabeza como un gesto de despedida con una molestia evidente en sus rostros.

Sin decir nada, cerré la puerta avanzando hasta estar de frente a su escritorio.

Él vestía otro traje un poco más casual. Una camisa azul de un tono bajo remangada hasta los codos, con una ligera abertura que revelaba sus pectorales marcados. No podía pasar por alto la fragancia amaderada e irresistible que lo envolvía dejando impregnado todo el lugar.

Me quedé quieta, observando lo que había en su escritorio, documentos, planos, caramelos de miel, envolturas acumuladas y mi máscara de zorro. Había intentado ocultarla de los ojos vengativos de Draven, pero él ya la había tomado como rehén y estaba justo a su lado.

Abrió el cajón y puso entre nosotros la manzana con un hueco en el medio que derribó esta mañana.

—Oh, Tristán no se comió la manzana.

—No estoy para bromas.

—No he dicho ninguna y si así fuera tampoco te reirías—refuté.

—¿Quién te enseñó?— preguntó sin rodeos y manteniendo la vista fija en sus papeles.

—Mi padre me enseñó.

—¿Cuál de los dos?— decidió mirarme con cierta ironía.

Apoyé mis manos sobre el escritorio, exigiendo que dejara de bromear.

—El único a quien considero mi padre, el que me crió con amor, el que daría la vida por mí, el que me enseñó el arte de fabricar máscaras y trabajó día y noche para asegurar mi educación, se llama Frederik Arlert. No hay nadie más. Me enseñó a usar el rifle para cazar general, ley de supervivencia básica.

Se quedó en silencio durante largos segundos, reflexionando sobre mis palabras.

—Serías excelente jinete en el equipo Beta— cambió de tema.

—¿Es todo lo que piensa decirme?.

—Te estoy haciendo un halago, Ada—comentó con simpleza pero firme.

—Eso no transmitía sus ojos cuando dejé en ridículo a su novia.

—¿Por qué tendrías que dejarte a ti misma en ridículo?— seguía cuestionando esta vez dejando caer su espalda en el respaldar adoptando una pose más relajada.

—Dije a su novia.

—Repite lo primero que dijiste.

No podía creerlo, porque siempre cambia el sentido de todo lo que digo.

Ada (Máscara de secretos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora