Capítulo 8

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En la puerta del hospital.

—Hola, chicos —saludé con una sonrisa al llegar al hospital, encontrándome con Nash y Leo esperando afuera.

Leo devolvió el saludo con una sonrisa y luego se despidió. "Bueno, me voy. Tengo cosas que hacer mañana", anunció antes de alejarse.

Quedé sola con Nash, observándonos por un momento antes de que subiera al asiento del copiloto de mi coche antes de romper el silencio.

—¿Adónde prefieres ir? ¿A tu casa o a la mía? —pregunté, ofreciendo las opciones.

Nash frunció el ceño ligeramente, mostrando cierta indecisión.

—A mi casa. Y no hace falta que te quedes conmigo, puedo cuidarme bastante bien solo— respondió, intentando ser independiente.

—No seas terco, Nash. Recuerda lo que dijo el médico, no puedes quedarte solo las próximas setenta y dos horas —le recordé, preocupada por su bienestar.

Hubo un breve momento de silencio antes de que Nash finalmente cediera.

—Está bien, vamos a mi casa—, aceptó con reticencia.

Asentí, aliviada de que estuviera dispuesta a aceptar la ayuda.

—Perfecto. Vamos —dije, iniciando el camino hacia su casa.

Al llegar al ático de Nash, me quedé momentáneamente sorprendida por su ubicación privilegiada. El edificio se alzaba majestuoso, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad que se extendía ante nosotros. Desde el exterior, el ático parecía una joya en medio del bullicio urbano, con sus ventanales relucientes que reflejaban la luz del sol de la tarde.

Sin embargo, al entrar, la impresión inicial se desvaneció rápidamente. El interior estaba lejos de reflejar la grandeza que prometía su fachada. En lugar de la pulcritud y el orden esperados, nos recibió un caos desordenado. Ropa tirada por todas partes, libros amontonados en un rincón y platos sin lavar en el fregadero creaban una escena de abandono y descuido.

—¿En serio vives aquí? —pregunté, mirando a mi alrededor con incredulidad.

Nash se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.

—Bueno, sí, es un poco desordenado, pero no es gran cosa —respondió con una sonrisa nerviosa.

Decidí tomar cartas en el asunto y comencé a recoger un poco, medio regañándolo en el proceso.

—Nash, esto es un desastre. Deberías mantener tu casa más ordenada —reproché mientras recogía algunas cosas del suelo.

Nash fingió una cara de malestar bastante mala, era bastante obvio que estaba fingiendo  encontrarse mal.

—Ugh, creo que me está dando un poco de mareo. Tal vez deberías dejar de regañarme por un momento —dijo, tratando de sonar convincente.

Lo miré con escepticismo, dándome cuenta de su intento de evadir la situación.

—No te hagas el enfermo, Nash. Sé que estás fingiendo, además lo que has dicho creo que no es correcto. "Un poco de mareo"—le dije con una sonrisa divertida.

Finalmente, se rindió y aceptó la verdad con una sonrisa bastante pícara.

—Vale, vale, me has pillado. Pero ya es tarde, prometo que mañana te ayudaré a limpiar —prometió con una sonrisa culpable.

Nash tenía una manera única de evadir las responsabilidades, pero su encanto y sinceridad lo hacían imposible de resistir.

me di cuenta de que había olvidado la bolsa con el pijama y ropa limpia para mañana en casa.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora