Capítulo extra

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En un mundo paralelo, Izan y alguien que recordaba mucho a Nash, pero con unas hermosas alas blancas y una apariencia serena, estaban conversando. Nash, o mejor dicho, el ángel que lo representaba, no mostraba ningún signo de sufrimiento. Sus palabras resonaban con una profunda comprensión y un amor incondicional.

—Por fin lo conseguimos —dijo Nash, con una sonrisa—. Ella por fin es feliz, aunque no sea conmigo.

—Ya te avisé que era posible —respondió Izan, con una mirada sabia.

Nash suspiró, sus alas brillando a la luz celestial.

—Por más que sea un ángel de la guarda y sepa que alguien como yo no debe enamorarse de su protegida...

—Tenías que bajar a la tierra para ayudarla —interrumpió Izan, comprensivo.

—Ya lo sé. No podía dejar que se quitara la vida. Ambos vimos cómo escribía las cartas y las guardaba en su diario —dijo Nash, su voz temblando con emoción.

Izan asintió.

—Tenías que cuidarla. Era tu deber, aunque tuvieras que sacrificar algo a cambio.

—Sacrificaría el mundo entero por ella. Ella es mi debilidad —confesó Nash, comenzando a llorar. Pero para ayudarla, tenía que ser en el cuerpo de un enfermo terminal que nunca llegaría a ser el amor de su vida. Solo sería aquel que le enseñara qué era el amor.

—Sabías que no podías quedarte más tiempo con ella. Un año es el tiempo máximo y nueve meses lo suficiente para que no fuera peligroso. Lo perderías todo, tus alas, tus privilegios, tus recuerdos —dijo Izan, recordándole las reglas divinas.

—Me daba igual no ser un ángel guardián si era con ella —respondió Nash, con una determinación firme—. La amo tanto que sería esa rosa en mi jardín que, por más que ansiara guardar en un tarro y llevármela a mi casa, cuidaría de ella en ese jardín, regalándola.

Izan lo miró con ternura.

—Entonces, solo piensa que en otra vida la encontrarás. Tendréis vuestro final feliz porque seguramente estáis atados por ese hilo rojo del destino.

Nash sonrió, aunque sus ojos seguían llenos de tristeza.

—En otra vida tendré más que un segundo plato, tendré un primer gran amor. Tendremos nuestra noche estrellada.

Izan asintió, mirando hacia la Tierra.

—Ahora solo observa. Observa lo hermosa que es vestida de blanco, yendo hacia el altar con su alma gemela. Por más que duela, sabemos que su felicidad solo podía encontrarse con él y en los brazos de esa persona que mataría por ella.

Nash cerró los ojos, dejando que una lágrima cayera.

—Yo también mataría por ella. Moriría por ella. Pero en esta vida no. En esta vida no tengo derecho a morir, amar, reír, o terminar una historia sin que mi protegida lo haga primero.

Ambos ángeles, con sus corazones entrelazados por el amor y el sacrificio, observaban desde su plano celestial. Nash, aunque resignado, encontraba consuelo en la visión de su amada encontrando la felicidad. Izan, siempre el sabio, le recordó que el amor verdadero trasciende vidas y que en algún lugar del tiempo y el espacio, sus almas volverían a encontrarse.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora