Capítulo 14

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Luego de regresar del cementerio, empecé a hacer la maleta, metiendo bastante ropa de verano y prendas más ligeras. Justo en ese momento, Oliver llegó y me lanzó una caja de preservativos.

— Toma, seguramente te hagan falta —dijo, con una sonrisa traviesa.

— No seas idiota, solo somos amigos —respondí, rechazando su gesto con un ligero rubor en las mejillas.

— Ya bueno, yo también solo era amigo de las tías con las que me acostaba en el instituto —contestó, tratando de aligerar el ambiente.

— Ya no tenemos 16 años, además deja tus tonterías de niño de 10 años —le reproché, intentando mantener la seriedad.

— Vale, pues devuélvemela —insistió.

— No —dije con firmeza—. Ya bueno, ya que me la has dado, me la quedo, pero eso no significa que vaya a usarla. Solo que hay que alguno de los dos tiene que romper esta mala racha llevamos desde que vivimos juntos; uno de los dos tiene que ser feliz un rato y si hecha un polvo ya de paso —añadí, tratando de hacerle entender.

Oliver suspiró y adoptó un tono más serio.

— Quiero que sepas que Izan no estaría muy feliz de ver cómo rehaces tu vida y no te quedas estancada en él —me dijo, con una mezcla de preocupación y sinceridad en su voz.

— ¡Qué mentiras! Sabes que a mi hermano le encantaría que ayudara a alguien durante al menos 10 años; ya sabes lo exagerada que era —respondí, tratando de desviar la conversación hacia un terreno más ligero.

Oliver se colocó detrás de mí y comenzó a alborotarme el pelo, como solía hacer para molestarme y distraerme de mis pensamientos.

— Deja de pensar en Izan por un momento y solo sé feliz —me dijo, con una sonrisa traviesa en los labios.

Al día siguiente madrugué para encontrarme con Nash, aún con los ojos pegados del sueño. Él insistía en salir temprano para evitar los camiones. Recordé a mi hermano cuando viajaba con él por carretera a los 16 años. En el ascensor con la maleta, Nash estacionó frente a mi casa y bajó del coche para ayudarme con el equipaje

—Vaya, ¿madrugar no es lo tuyo, eh? —bromeó Nash mientras me acercaba al coche, frotándome los ojos para despertar.

—No, definitivamente no —respondí con una sonrisa cansada—. Pero por ti, haré una excepción.

—¿Necesitas ayuda con esas maletas? —preguntó Nash, ofreciendo su ayuda mientras cargaba las maletas al coche.

—Si insistes dejare que mi mayordomo personal me ayude—respondí, aunque aprecié su gesto.

Nash rió mientras abría la puerta del copiloto y depositaba la neverita en el asiento trasero.

—¿Qué hay en esa neverita? ¿Te has convertido en un experto en picnic de la noche a la mañana? —pregunté con curiosidad, señalando el objeto entre los asientos.

—Bueno, no soy un experto, pero pensé que sería buena idea tener algo de comida para el viaje. No sabemos cuándo podremos parar a comer en el camino —explicó Nash, encogiéndose de hombros.

Agradecí su consideración con una sonrisa mientras nos acomodábamos en el coche, listos para comenzar nuestra aventura.

Una vez en marcha empezamos a hablar un poco de trivialidades mientras que yo recostaba la cabeza en la ventanilla debido al sueño que tenía ya que esa noche me había acostado tarde para lo mucho que había madrugado 

—Laila, si quieres dormir un rato, échate. Te despertaré si veo algo bonito —dijo Nash, mostrando su consideración.

—No, no importa —respondí, aunque mi voz sonaba cansada.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora