Capítulo 22

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Una vez en casa, Oliver todavía estaba despierto, sentado en el sofá, esperando a que llegara.

Lo miré como nunca antes lo había hecho. Siempre imagine que Oliver sería el amor de mi vida, el hombre con quien me casaría y el padre de mis hijos. En mi mente, visualizaba cómo mi hermana me llevaría al altar, pero antes de dejarme allí, pasaría por su lado, le daría un golpecito en el hombro y le diría, "Como la hagas daño juro que te mato." Aunque sabía que había otro hombre en mi vida, esa sensación en mi corazón seguía existiendo. Pero ahora, sabía que mi boda ya no sería como la deseaba, y ni siquiera estaba segura de si sería con él. Había alguien más en mi vida.

Me senté en el sofá junto a él y le dije:

—Oliver, ¿puedo hacerte una pregunta?

Oliver respondió con una sonrisa:

—¡Ni las buenas noches me has dejado decirte y ya estás con preguntas!

Le di un pequeño puñetazo en el hombro y dije:

—Buenas noches. Ahora ya puedo hacerte la pregunta.

Oliver sonrió y dijo:

—A ver, dispara.

Le pregunté:

—¿Por qué en el instituto empezaste a llamarme 'ratona'?

Oliver respondió, riéndose:

—Responderé a eso si me cuentas todo lo que ha pasado esta noche.

Dije que sí, que lo haría, pero insistí en saber la razón del apodo. Oliver suspiró y empezó a contar:

—Te conozco desde que eras una niña pequeña, de apenas cinco años. Siempre ibas pegada a ese peluche con forma de ratón. Bueno, ni siquiera era un ratón, no sé exactamente qué era, pero te encantaba. Te lo había regalado tu hermano y él te dijo que mientras estuvieras cerca de él, no te pasaría nada malo. En el instituto, simplemente te convertiste en una de esas chicas perfectas: sacabas buenas notas, eras deportista, salías de fiesta y te divertías. Vivías como si cada día fuera el último, y solo quería meterme contigo, para llamar tu atención.

Oliver continuó:

—Una parte de mí, cuando éramos adolescentes, siempre pensó que nos casaríamos, que sería contigo con la que asentaría la cabeza y que sería tu hermano al que por cierto veo en ti cada dia en tus gesto en tus ojos o en tu cabello, quien me llevaría a la mujer de mi vida al altar. Pero las cosas cambian. Tu hermano ya no está para llevarte al altar y tú te estás enamorando de alguien más. Y yo he crecido, ya no soy ese adolescente, ahora te quiero feliz aunque no sea conmigo.

Sentí cómo algo dentro de mí se rompía. No era la única que había tenido ese sueño tantas veces. Tantas veces estuvimos a punto de hacer de todo, pero siempre había algo que nos detenía: un pensamiento, un golpe de suerte. Era curioso cómo un destino que ambos imaginábamos perfecto se había desmoronado porque nunca lo habíamos hablado. Podríamos haber sido la pareja perfecta, esas que parecen salidas de una película romántica, pero preferimos callar nuestros sentimientos hasta hoy. Pero esto ya era más complicado. Se suponía que estaba enamorada, o al menos que sentía algo por alguien más, pero no lo recordaba claramente. Era raro saber que tenía al amor de tu vida delante pero no saber quién era realmente.

Oliver dijo:

—Laila, por más que me encantase, que me encanta y que me encantará la idea de ese futuro juntos, no estamos destinados a ser el amor de nuestras vidas. Eres mi persona favorita, eres ese cachito de vida que me quitaron cuando perdí a tu hermano. No supe seguir sin él. Izan siempre fue esa persona que me llevaba a casa cuando nos pasábamos de copas, se aseguraba de que volviera bien. Siento que tú has sido ese regalo que la vida me dio cuando se dio cuenta de que se había equivocado llevándose a Izan.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora