Capítulo 27

4 1 1
                                    

Todavía en la ambulancia, con los hermosos ojos verdes de Nash llenos de preocupación, y yo algo aturdida y con la mente borrosa, pregunté:

—¿Qué ha pasado?

Nash respondió, con voz temblorosa:

—Caíste por el desplome del suelo que no estaba bien. Has sido una de las últimas víctimas rescatadas. Uno de los paramédicos dijo que es un milagro que te hayamos podido traer de vuelta. Tu corazón se paró durante unos segundos debido al estrés de estar paralizada por los escombros.

Entre risas y algo adolorida, dije:

—Es un milagro entre todos los milagros. Una posibilidad entre un millón. Estaba a punto de morir.

Nash se llenó los ojos de lágrimas y dijo:

—¿Así que soy el amor de tu vida?

Poco antes de llegar al hospital, le dije:

—Eres tonto. El amor de mi vida. Tengo que hacerte una gran pregunta. ¿Te casarías conmigo?

Nash, mirando aturdido a los paramédicos, uno de los cuales dijo:

—Creo que está esperando a que le respondas si te quieres casar con ella.

Nash, de repente entrando en cordura, exclamó:

—¡Claro que sí! ¡Sí, quiero casarme contigo! Aunque cuando salgamos de esto y tu corazón se haya recuperado un poco, al menos te pediré matrimonio en condiciones.

En la ambulancia, sí. Una vez en el hospital, me sometieron a pruebas por si acaso había algo más. Era un milagro que estuviera tan sana, considerando que mi corazón se había detenido. Cuando me hicieron un electrocardiograma, los médicos se quedaron boquiabiertos.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—No ha sido un infarto. Solo ha sido el síndrome del corazón. Parece un infarto, pero no lo es. Todos los síntomas apuntaban a eso, pero tu corazón está bien.

—Entonces, ¿no entiendo? —repliqué.

—Es casi imposible que estés bien después de que te hayan caído dos toneladas de escombros encima. No tienes ni un hueso roto, ni siquiera un rasguño en las piernas o los brazos —me explicaron.

Me subieron a una habitación y dijeron que pasaría la noche allí. Si todo iba bien, no tendría que quedarme más tiempo en el hospital y podría irme a casa.

Justo cuando terminaron de decirme eso, Oliver irrumpió en la habitación, exaltado por si me había pasado algo. Le miré con los ojos llenos de lágrimas y le dije:

—Estoy bien, pero necesito hablar contigo.

Charlamos un rato los tres. Oliver se ofreció a pasar la noche conmigo para asegurarse de que todo estaba bien antes de irse a casa a descansar. Él también estaba involucrado en el incidente y además tenía que buscar al responsable de arruinar toda la fiesta al contratar un local en mal estado.

Cuando por fin estuve a solas con Oliver, eran alrededor de las dos de la mañana.

—¿De qué quieres hablar? —me preguntó.

—¿De qué quieres hablar?

Respondí:

—Le he visto. Sé que es una locura, pero lo he visto.

Oliver preguntó, sorprendido:

—¿A quién has visto?

—A mi hermano. Fue como si estuviera en el más allá. No lo esperaba, pero le he visto. No estoy loca, ¿vale?

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora