Capítulo 32

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A las seis de la mañana, Leo me despertó con un café doble. Su gesto era amable y significativo en ese momento de tensión y espera. Mientras tomaba el café, cada sorbo parecía eterno, cargado de incertidumbre y miedo. De repente, el médico llegó, y me preparé para lo peor.

El médico se detuvo frente a nosotros y, con una expresión grave, dijo que Nash tenía muy poco tiempo. Explicó que el próximo ataque probablemente sería el último, pero que en ese momento estaba consciente y quería vernos. Mis fuerzas se desmoronaron y rompí en llanto, consciente de que el tiempo con Nash se agotaba. Orión puso su mano en mi hombro, ofreciéndome un apoyo silencioso. Tragué saliva y me sequé las lágrimas.

—¿Estás bien? —preguntó Orión con preocupación.

—Sí, estoy bien —respondí, intentando mantener la compostura.

El médico nos indicó que podíamos entrar a ver a Nash y que, antes de la hora de comer, podríamos llevarlo a casa. Nos dirigimos a la habitación con una mezcla de emociones encontradas. En el camino, pregunté:

—¿Cuándo será el próximo ataque?

El médico, con sinceridad, respondió:

—Si os soy sincero, no creo que tarde mucho. Le doy una semana, tal vez dos.

Las palabras del médico resonaban en mi mente mientras solo podía escuchar los latidos de mi corazón.

—Pero... le dieron un año en enero —dije, mi voz temblando por la incredulidad y el miedo.

—Nadie esperaba que su enfermedad avanzara tan rápido —explicó el médico, apesadumbrado.

—Vale —susurré, una sonrisa forzada entre lágrimas se dibujó en mi rostro mientras nos dirigíamos a la habitación de Nash.

Entramos a la habitación, y ver a Nash allí, pálido pero consciente, me rompió el corazón y me dio fuerzas al mismo tiempo. Nos acercamos a su cama, y él nos miró con una mezcla de amor y tristeza.

—Hola, —dije, tomando su mano y sintiendo la calidez de su piel por lo que podría ser una de las últimas veces.

—Hola, preciosa —respondió, su voz suave pero llena de afecto.

Orion se colocó al otro lado de la cama, ofreciendo una presencia tranquilizadora. En ese momento, todo lo que importaba era estar juntos, compartiendo cada segundo que nos quedaba. Sabíamos que el tiempo era limitado, pero también sabíamos que haríamos que cada momento contara, aferrándonos al amor y la esperanza, a pesar de la inevitable despedida que se avecinaba. 

Nash estaba mucho mejor, tanto que parecía que no le había pasado nada. Al verlo tan animado, me acerqué a él y le pregunté:

—¿Cómo te sientes? Parece que no te hubiera pasado nada.

Él sonrió con esa chispa traviesa en los ojos y respondió:

—El chute de calmantes me ha dejado de lujo.

No pude evitar reírme ante su respuesta y le dije:

—Creo que tenías razón, Nash. Tenemos que adelantar la boda.

Él se rió también y, con su habitual confianza, replicó:

—Yo siempre tengo razón.

A su lado, Orion y yo compartimos una mirada de alivio y gratitud. La fuerza y el buen humor de Nash en ese momento nos llenaban de esperanza y amor. Aunque la situación seguía siendo incierta, ver a Nash tan lleno de vida nos daba la energía y el coraje para enfrentar lo que viniera.

Orion, con una sonrisa de incredulidad, comentó:

—Joder, eres duro de pelar. No eres fácil de matar.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora