Capítulo 30

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Eran alrededor de las 5 p.m. Nos habíamos quedado totalmente dormidos, tanto que nos saltamos la hora de la comida. Cuando me levanté con hambre, bajé a la cocina a por algo de comer. De repente, escuché un fuerte estruendo en el piso de arriba. Mi corazón se heló, dejé caer el vaso con agua que tenía en la mano y salí corriendo hacia el piso de arriba. Sentí que las escaleras eran kilométricas; con cada paso, mi piel se ponía más y más helada.

Cuando entré en la habitación, ahí estaba Nash, tirado en el suelo pero consciente. Me agaché a su lado, todavía temblando.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? Vamos al médico.

Él negó con la cabeza, su voz débil pero firme.

—No quiero más médicos, Laila. No los necesito. Ya sé lo que tengo y esto hace que en cada ataque sea peor. En algunos pierdo la conciencia, en otros me mareo... hasta el último en el cual se parará mi corazón. Siempre empiezan igual: cansancio, luego fiebre...

—¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer? —pregunté, desesperada.

—Nada. Solo quédate conmigo o sal corriendo ahora que tienes tiempo.

Me reí nerviosamente.

—No saldría corriendo ni por lo que más deseara en el mundo.

Me di cuenta de que se había golpeado la cabeza y estaba sangrando. Me levanté rápidamente.

—Estás sangrando —dije, preocupada.

—Sí, pero no te preocupes —respondió—.

Volví con un trapo en la mano y dije:

—Un golpe en la cabeza puede ocasionar muchas cosas.

Me acerqué a él para limpiar la herida. Al darme cuenta de que era superficial, simplemente retiré la sangre con el trapo.

Nash me miraba, sus ojos fijos en los míos.

—Piensa dime una frase con siempre, brillo, ojos, amare.

—En el brillo de tus ojos hallé mi destino, un amor profundo eterno y divino. Siempre te amare en las noches y en los días. eres mi sol mi sueño y mis alegrías. —Le sonreí—. Brillo eterno, ojos sincero te amare aun con miedos.

Cuando terminé de limpiar la herida, Nash aprovechó el momento para inclinarse hacia mí. Sus labios se encontraron con los míos en un beso suave y lleno de emoción. Sentí su calidez y el latido de su corazón acelerado.

—Te toca —murmuró contra mis labios.

—Piensa dime una frase con noche, estrella y enamoraste.

Nash sonrió, con la mano en mi nuca, profundizando el beso. El mundo exterior desapareció y solo existíamos nosotros dos, en ese momento perfecto.

—Te enamoraste de una estrella sabiendo que se apagaría pero, sabiendo que la noche tendrías que seguir existiendo con una estrella menos, lo que la noche no sabe todavía es que su destino es acabar enlazada con la luna.

Me piqué y le dije:

—Deja ya el tema. Ya te dije que después de ti no habrá nadie.

—No quiero que te quites la vida —insistió Nash.

—No sé vivir sin ti. No sé cómo quieres que ni siquiera lo intente —respondí, con un nudo en la garganta.

Nash suspiró, su mirada llena de dolor.

—Me prometiste tardar un año.

—Tú también me prometiste un año —dije, con la voz quebrada.

Nash cerró los ojos por un momento, como si tratara de contener sus emociones.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora