Capítulo 26

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Mientras caía, el pánico me envolvía. Pensaba en Nash, el amor de mi vida, y en Oliver, mi mejor amigo. ¿Volvería a verlos alguna vez? ¿Volvería a tener una vida? En esos momentos, todos los que había perdido pasaron por mi mente. Recordé a Alaia, mi mejor amiga del instituto. Ella creía que nadie sabía de su relación con mi hermano, pero yo lo sabía perfectamente. También pensé en las cartas. Las cartas que encontré en el cajón, escritas por mi hermano. Se me habían olvidado, no sabía lo que decían.

El impacto fue brutal. Sentí un golpe seco en la espalda, y los escombros me aplastaban. Un pedazo de escombro cayó sobre mi brazo derecho e inmovilizando mis piernas. Estaba atrapada bajo los escombros. Más trozos cayeron y pronto perdí de vista el techo y el resto de la pista. Aún podía escuchar las voces de la gente gritando, y la voz desesperada de Nash llamándome. Luego, todo se oscureció.

En medio de la oscuridad, comenzaron a aparecer recuerdos, en orden cronológico, como si mi vida se estuviera reproduciendo ante mis ojos. Recordé a mis padres, la felicidad que alguna vez tuvimos. Veía a mi padre jugando a la pelota con mi hermano mientras mi madre y yo los observábamos. Pero un día, mi madre empezó a beber y se volvió agresiva. Mi hermano y yo éramos solo niños. Mi padre se fue de casa y los maltratos de mi madre aumentaron. Recuerdo cómo mi hermano dejó de llamarla mamá y comenzó a llamarla por su nombre, Soraya. Poco a poco, yo también empecé a hacer lo mismo.

Cuando mi hermano cumplió 18 años, se unió al ejército. Le encantaba ayudar a la gente. En cuanto pudo, me sacó de esa casa. Vivíamos juntos y, aunque sabía que él cargaba conmigo, éramos felices. Recuerdo cómo tomé la decisión de irme cuando cumplí 18 años, el día de mi graduación. Quería que él fuera feliz sin tener que preocuparse por mí. Reviví el momento en que tuve que identificar su cuerpo lleno de quemaduras. Volvieron a mí los recuerdos de cómo conocí a Nash y me enamoré de él. ¿Qué posibilidades tenia de morir ahora que mis recuerdos habían revivido?

Las nieblas de mi mente desaparecieron de repente, y me vi atrapada, apenas pudiendo moverme. Apenas podía respirar, y cada intento de coger aire me costaba más. No veía a nadie, pero escuchaba los gritos y el ruido de los equipos de rescate. Sabía que gritar no me serviría de nada y me quedaría sin aire. Así que, con el poco esfuerzo que me quedaba, alcancé un trozo de escombro y empecé a golpearlo contra la piedra. El ruido sería mayor que mis gritos y no correría el riesgo de asfixiarme.

Nunca había rezado, pero en ese momento, en medio de la desesperación, me encontré pidiendo ayuda. No sabía si había un dios, pero rogaba por mi vida. Necesitaba vivir. De repente, entre lágrimas, todo se volvió oscuro de nuevo.

Esta vez, desperté en una especie de cubículo negro, con el suelo encharcado. Cada paso que daba, el sonido del agua resonaba en mis oídos. 

En la penumbra del lugar, vi una figura familiar a lo lejos. Reconocí de inmediato la complexión atlética y robusta de Izan. Su espalda ancha y sus hombros fuertes se destacaban bajo la tela ajustada de su camiseta. Su cabello castaño oscuro caía en suaves ondas, moviéndose ligeramente con cada uno de sus pasos. Incluso desde atrás, podía ver la firmeza en su postura, la misma que siempre había demostrado cuando estaba decidido a protegernos. Su porte irradiaba una mezcla de seguridad y calidez, atributos que siempre habían definido a mi hermano.

—Izan... —dije con voz temblorosa, sintiendo las lágrimas volver a mis ojos.

—Hola, Laila —respondió suavemente, su voz era un bálsamo para mi alma herida.

Nos acercamos el uno al otro, y sin pensarlo dos veces, lo abracé con todas mis fuerzas. Sentí su calidez, su presencia reconfortante.

—Te extraño tanto, Izan. Hay tantas cosas que no pude decirte.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora