Epílogo

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Un año más tarde, después de mucho dolor, sufrimiento, terapia y ayuda, encontré paz en mi interior. Tanta paz que decidí volver a abrirme al amor. Tumbada en la terraza de la casa donde vivía con Oliver, mirando las estrellas, decidí dar el primer paso, ese paso que tanto nos había separado por miedo a que ninguno de los dos fuera feliz.

-¿Qué pasaría si ahora mismo la hermana pequeña de tu mejor amigo, esa chica con la que te burlabas en el instituto llamándola la rana, te besara? -dije, con una sonrisa tímida.

Oliver se incorporó, apoyándose sobre su brazo, y se acercó a mí. Puso su mano detrás de mi cuello, pero no hizo nada. Estaba tan cerca, tan cerca de conseguirlo. Decidí dejar de esperar a que él diera el primer paso. Puse mi mano en su cuello también y le besé.

-Aquí tienes una representación gráfica de lo que ha pasado -dijo Oliver-. Nada o todo. Quién sabe, lo mismo estaba destinado a que pasara esto.

Le sonreí y le dije: -Sí, sí, hijo ya, pero sigue besándome.

Nos separamos por un simple momento, quedándonos unos segundos en silencio mientras las estrellas brillaban sobre nosotros. En ese momento vimos una estrella fugaz. Nunca le pregunté qué deseo pidió, pero estoy segura de que pedimos lo mismo: esa vida que merecíamos tener, ese amor que necesitábamos y que por tanto tiempo habíamos esperado.

Me levanté y entré dentro. Oliver me preguntó: -¿A dónde vas?

-Ven conmigo, lo verás -respondí.

Una vez dentro, me subí a la encimera de la cocina. Él hizo un gesto con la mano para que me acercara. Se acomodó entre mis piernas y yo simplemente comencé a besarlo cada vez más apasionadamente. De repente, él desabrochó el primer botón de mi camisa.

-Si vamos demasiado rápido, puedes pararme -dijo con preocupación en su voz.

-¿Bromeas? Yo llevo esperando esto desde los 17 años.

Se rio y se quito la camiseta

Nuestros besos se intensificaron, y en ese momento supe que finalmente había encontrado la manera de seguir adelante, pero esta vez, de verdad. Salir adelante por mí y no por nadie más. Estaba en el cielo en ese momento, teniendo en cuenta que venía de la tierra y que ya había pasado por el infierno.

Tres años después, me encontraba viviendo el epílogo de una historia que comenzó en las sombras más oscuras. Ahora, era una escritora reconocida y admirada, con una niña de dos años que tenía el mismo brillo en los ojos que había conocido en Nash, pero con el hermoso cabello revoloteando por la casa que solo podía provenir de Oliver.

La noche en que Oliver decidió pedirme matrimonio fue una sorpresa total. Aunque trató de ocultar sus intenciones detrás de una expresión tranquila durante todo el camino en el coche, yo podía leerlo en sus ojos. Grité de emoción cuando finalmente lo hizo, diciendo un rotundo sí, sí, sí, sí, sí, claro que sí. La boda no tardó mucho en llegar, y me encontré vestida de blanco con un vestido de ensueño. La falda corta con una sobre falda larga, las gotas simétricas y la abertura elegante que mostraba mi pierna, todo ello creaba un vestido que parecía haber sido producido en mis sueños más vívidos.

Caminaba hacia el altar con Oliver, el hombre con el que sabía que quería pasar cada segundo de mi existencia. Mientras caminaba, recordé las noches en las que nos escapábamos de mi hermano, cómo él me llevaba sin que nadie se diera cuenta y, a pesar de los regaños posteriores, nos reíamos. Sabía que esta noche, aunque caminara sola hacia el altar, nunca estaría verdaderamente sola de nuevo. Oliver siempre estaría a mi lado.

Entonces, en medio de la ceremonia, una idea maravillosa cruzó por mi mente. En el momento en que Oliver tuviera que decir "sí", hice un gesto de una pistola con la mano y le señalé más vigorosamente para que dijera que sí. La risa llenó la sala, y fue un alivio necesario después de todas las lágrimas que había derramado Oliver al verme subir al altar.

Habíamos aprendido que ser mejores amigos no era suficiente. Necesitábamos algo más, algo que solo llegó cuando una estrella del cielo nos mostró que el amor verdadero podía transformar nuestras vidas de una manera que nunca imaginamos.

Me levanté y pasé por la tumba de mi hermano. Le dije: "Al final tenías razón, y me lo mandaste tú. Por cierto, no puedo evitar verte en los ojos de tu hija. En el más allá, hiciste un buen trabajo con su genética."

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora