Capítulo 17

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El sol apenas comenzaba a asomar en el horizonte cuando Nash y yo decidimos emprender una escapada a una cala perdida que había descubierto hacía unos meses. Era un rincón escondido, alejado del bullicio de la ciudad, un lugar donde podíamos ser simplemente nosotros mismos, sin preocupaciones ni presiones. Nash me había sorprendido con la idea la noche anterior, y ahora estábamos en su coche, con el mar como nuestro destino.

—¿Lista para la aventura? —me preguntó con una sonrisa, mientras ponía en marcha el coche.

—Más que lista —respondí, sintiendo una emoción infantil por lo que nos esperaba.

El trayecto fue tranquilo. La carretera serpenteaba entre montañas y bosques, y el aire fresco de la mañana entraba por las ventanas abiertas, despejando cualquier rastro de sueño que pudiera quedarnos. Nash puso nuestra lista de reproducción favorita y, mientras tarareábamos las canciones, sentí que no había lugar en el mundo donde preferiría estar.

Finalmente, llegamos a un pequeño sendero que se adentraba en la vegetación. Aparcamos el coche y comenzamos a caminar, llevando solo lo esencial: una mochila con agua, algo de comida, y una manta. El camino era estrecho y en algunos tramos empinado, pero Nash siempre encontraba la manera de hacerme reír con sus ocurrencias.

—Cuidado, no quiero que te caigas y tengamos que llevarte de vuelta en ambulancia —bromeó, extendiendo su mano para ayudarme a sortear una roca.

—Eso no pasará, tengo el mejor guía del mundo —respondí, tomándome de su mano.

Después de una caminata de unos veinte minutos, el sonido del mar comenzó a hacerse más fuerte. La vegetación se abrió de repente y ante nosotros apareció la cala. Era un lugar idílico: una pequeña playa de arena dorada, rodeada por acantilados cubiertos de vegetación, y el mar azul turquesa extendiéndose hasta el horizonte.

—Es hermoso —dije, sin poder contener mi asombro.

—Sabía que te encantaría —respondió Nash, con una sonrisa de satisfacción.

Extendimos la manta sobre la arena y nos sentamos, disfrutando del paisaje. El sol ya estaba alto, calentando nuestra piel. Nash sacó una bolsa con frutas frescas y comenzamos a picar, compartiendo pedazos de melón y fresas mientras mirábamos las olas romper suavemente en la orilla.

—Este lugar es perfecto —dije, recostándome y cerrando los ojos, dejando que el sonido del mar me envolviera.

—Sí, lo es —respondió Nash, imitando mi postura—. Aquí podemos olvidar todo por un rato.

Pasamos la mañana nadando y explorando las pequeñas cuevas que se abrían en los acantilados. El agua estaba fresca y cristalina, y podíamos ver los peces nadando a nuestro alrededor. Nash se sumergía y aparecía con conchas y pequeñas piedras que me mostraba como si fueran tesoros.

—Mira esta, es como un pequeño corazón —dijo, entregándome una concha blanca y suave.

—Es preciosa. —La guardé con cuidado en la mochila, pensando en que sería un bonito recuerdo de este día.

Después de un rato, volvimos a la manta y nos tumbamos al sol para secarnos. Estábamos tranquilos, en paz. Nash me miró y, sin previo aviso, pregunté:

—Nash, ¿qué somos nosotros?

Él me miró, sorprendido por la pregunta, pero luego sonrió y se giró para mirarme directamente a los ojos.

—Somos nada y todo a la vez. No lo sé y no quiero saberlo. —Hizo una pausa, acariciando suavemente mi brazo—. Disfrutemos de la efímera vida que tenemos, Laila.

Su respuesta me hizo sonreír. Había una libertad en no etiquetar lo que éramos, en simplemente vivir el momento y disfrutar de nuestra compañía. Me acerqué a él y lo besé suavemente, sintiendo que, en ese instante, no necesitaba nada más.

El resto del día transcurrió en una mezcla de risas, conversaciones profundas y silencios cómodos. A medida que el sol comenzaba a bajar, la cala adquiría una luz dorada que hacía todo aún más mágico. Decidimos encender una pequeña fogata para calentarnos y cocinar algo ligero.

Nash se encargó del fuego, y pronto tuvimos una pequeña hoguera crepitante. Asamos unas salchichas y marshmallows, y todo sabía mejor bajo el cielo abierto, con el sonido del mar como telón de fondo.

—¿Te imaginas vivir aquí, lejos de todo? —pregunté, mirando las llamas.

—Sería increíble, pero creo que parte de la magia de este lugar es precisamente su rareza, el hecho de que es un escape —respondió Nash, pensativo.

—Tienes razón. Pero es bonito soñar.

—Siempre es bonito soñar —dijo, levantándose y extendiéndome la mano—. Ven, bailemos.

—¿Aquí? —pregunté, sorprendida.

—¿Por qué no? —respondió con una sonrisa traviesa.

Me levanté y me acerqué a él. Bailamos al ritmo de la música que él tarareaba suavemente, y por un momento, el mundo exterior desapareció. Éramos solo nosotros dos, moviéndonos lentamente bajo las estrellas que comenzaban a aparecer.

Después de un rato, nos sentamos de nuevo junto a la fogata, abrazados y en silencio. Sentí que no necesitábamos palabras, que nuestra conexión era suficiente. La noche avanzaba, y el cielo se llenó de estrellas. Era una vista impresionante, una que no podía compararse con nada que hubiéramos visto en la ciudad.

—Mira, una estrella fugaz —dije, señalando al cielo.

—Pide un deseo —respondió Nash, sin dejar de mirarme.

—Ya lo he hecho —dije, cerrando los ojos por un momento y deseando que este momento durara para siempre.

Nos quedamos allí, mirando el cielo y hablando en susurros, compartiendo nuestros sueños y miedos, nuestras esperanzas y deseos. La conexión que sentía con Nash era más fuerte que nunca, y sabía que, aunque no tuviéramos un nombre para lo que éramos, estaba bien así.

Finalmente, el cansancio comenzó a ganarnos y decidimos que era hora de irnos. Apagamos la fogata y recogimos nuestras cosas. La caminata de regreso al coche fue tranquila, y el camino de vuelta a casa estuvo lleno de una sensación de satisfacción y paz.

Llegamos a casa ya de noche, cansados pero felices. Nash me llevó hasta la puerta de mi apartamento y, antes de despedirse, me abrazó fuertemente.

—Gracias por este día, Laila. Ha sido perfecto.

—Gracias a ti, Nash. Te quiero —dije, sin pensar.

Él me miró, sorprendido, pero luego sonrió y me besó en la frente.

—Yo... creo que también, Laila.

Nos quedamos un momento más así, abrazados, antes de que finalmente se despidiera y se fuera. Entré en mi apartamento y me dejé caer en el sofá, sintiendo una felicidad profunda. Sabía que no importaba cómo llamáramos lo que teníamos, lo importante era que era real y era nuestro.

Me quité los zapatos y me dirigí a la ventana, mirando las estrellas. Recordé la conversación que habíamos tenido sobre los deseos y las estrellas fugaces, y sonreí. No importaba lo que trajera el futuro, sabía que mientras estuviéramos juntos, todo estaría bien.

Y así, con el corazón lleno de amor y esperanza, me fui a la cama, lista para enfrentar lo que viniera, sabiendo que tenía a Nash a mi lado. Fue un día perfecto, una escapada que nos había permitido conectar a un nivel más profundo, y estaba agradecida por cada momento. Mientras cerraba los ojos, supe que, aunque la vida fuera efímera, nuestro amor era eterno.

a un suicidio de la famaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora