Capítulo 48

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Martin

Espero a que Juanjo regrese con el corazón encogido. Ahora que se ha ido, me permito derramar un par de lágrimas. Me siento fatal. Lo ha pasado muy mal estos días y yo... Ni siquiera he sido consciente de hasta qué punto. Él siempre ha estado para mí y cuando me ha necesitado no he sabido verlo.

Un dolor agudo se extiende por mi pecho a medida que pasan los minutos y Juanjo no vuelve.

Sólo Chiara es capaz de sacarme de mi ensimismamiento, tocándome el brazo con cuidado.

—Martin, ¿tú estás bien?

Otra lágrima se derrama por mi mejilla, y en cuanto mi amiga la ve me abraza con fuerza, y yo apoyo mi cabeza en su hombro mientras respiro hondo.

—Me siento fatal.

—No es culpa tuya —me dice con firmeza. Acaricia mi pelo con las yemas de sus dedos—. No te digas eso a ti mismo.

—Kiki, yo sabía que le pasaba algo, y no me he esforzado por investigarlo. Me he centrado en ti y en mí y he sido un egoísta y...

—Cariño, Juanjo es muy cerrado cuando quiere —interviene Naiara, escuchando nuestra conversación. Se levanta de su asiento para poder abrazarme junto a Kiki—. Y sois muy jóvenes los dos. Estáis aprendiendo juntos a entenderos, los dos de la mano.

Asiento, pero la tristeza no amaina, sino que incrementa en cuanto recuerdo su rostro contraído, cómo se ha roto y se ha echado a llorar. Nunca le había visto así. Jamás.

Y me ha impactado mucho.

—Siento que le he decepcionado —murmuro, destrozado.

Naiara me da un beso en la mejilla.

—Martin, Juanjo te quiere más que a nada —dice muy bajito, para que sólo Kiki y yo la escuchemos y su micro no lo capte—. Te adora. Nada de lo que hagas va a cambiar eso. Cometer errores no implica ser una mala persona.

—Pero yo...

—No, cariño. No te cargues a ti solo con un peso que no te corresponde. Tú has estado un poco más ausente, y Juanjo no te ha dicho cómo se sentía. Ha sido un error de ambos, ¿vale? Y los dos vais a aprender de esto, y os hará más fuertes.

Asiento, limpiándome las lágrimas y acurrucándome entre los cuatro brazos que me rodean.

—Es normal pelear a veces —recalca Kiki, secándome la mejilla con su pulgar.

Respiro hondo, más tranquilo, y las miro agradecido.

—Supongo que tenéis razón. Es que ni ca he sentido esto y...

La puerta se abre, y Noemí entra junto a Juanjo, saludándonos en voz alta como siempre hace.

—¡Hola, marichochos! Hemos vuelto.

Trae a Juanjo de la mano, y parece mucho más tranquilo. Cuando llegan al comedor, él esquiva mi mirada y la de todos, clavando la vista en el suelo. No está enfadado, sino muerto de la vergüenza. Se me encoge el corazón.

Me levanto, y voy hacia él. Noemí me ofrece la mano que le está sujetando, y yo la acepto, entrelazando mis dedos con los suyos. Juanjo acaricia sutilmente el dorso de mi mano con el pulgar, y un escalofrío me recorre. Es un gesto suave, apenas perceptible, pero cargado de significado y de cosas que aún no nos hemos podido decir. Pero pienso arreglar eso ahora mismo.

Tiro un poco de su brazo, declarando mis intenciones de ir hacia los baños.

Noemí capta la indirecta y sonríe.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora