Capítulo 52

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Juanjo

—¿Se la puedes dar a Martin? —me pregunta una niña pequeña mientras me tiende una pulsera. Tiene cuentas blancas y unas hojas verdes oscuras, y en el centro, unas letras que conforman su nombre: MARTIN. Sonrío devolviendo la vista a la niña. Es adorable. Debe de tener unos seis años, como mucho.

—Claro, cariño. Es preciosa, le va a gustar muchísimo. ¿Cómo te llamas?

La niña me mira con ojos brillantes.

—Sofía —dice con una voz aguda, cohibida, mientras le agarra la mano con fuerza a la que debe ser su madre. Me la como con patatas, es monísima.

—Se lo diré cuando se la dé —le prometo.

—¿Te puedo dar un abrazo? —me pregunta con timidez.

Me levanto enseguida de la silla.

—Ay, por favor —exclamo mirando a su madre, enternecido. Me inclino hacia la niña y la mujer me sonríe con agradecimiento.

—Juanjo, espabila, que haya mucha gente —me pide el de seguridad, y yo suelto a Sofía con delicadeza. Miro mal al hombre, que ya está pendiente de otra cosa. Lleva soltando borderías desde que hemos llegado.

—Encantado de conocerte, Sofía —me despido, y ella se va tan contenta.

Me muero aquí mismo.

El guardia extiende la mano para que le dé la pulsera, pero yo me niego y me la guardo en el bolsillo. No me fío, prefiero tenerla yo.

Llega mucha más gente que me regala comida, dulces y dibujos, y mil cosas más. Trato de abrazarlos a todos, porque sé que se han comido horas de cola y quiero que les merezca la pena. El guardia me cambia de sitio para que deje de hacerlo, ubicándome entre Álvaro y Naiara para que no pueda llegar hasta la gente desde un extremo.

Así que, cuando no mira, gateo por encima de las mesas para continuar dando abrazos. Que se enfade si quiere.

***

Martin

La espera hasta que llega Juanjo se me hace eterna. Rus, Bea y yo hemos sido los primeros en llegar a la estación de tren de Barcelona, y Noe nos ha avisado de que tendríamos que aguardar aquí hasta que llegase el resto. Después, nos han reservado un bus para ir hasta la academia.

Lucas, Paul y Kiki no han tardado en llegar, pues ellos han firmado en Barcelona. Los seis estamos alucinando. No somos los mismos que está mañana, no después de lo que hemos visto, de la magnitud de todo esto. Sencillamente, creo que aún no lo he procesado del todo. Toda esa gente ha venido a vernos a nosotros.

Mis ojos recorren la estación de arriba a abajo mientras hablo con todos, buscándolo. Juanjo no puede tardar mucho más en aparecer, o llegaremos tarde al pase de micros. Estoy nervioso. Espero que todo lo que haya visto él sean cosas bonitas que le hayan hecho feliz; seguramente sí. Muchísima de la gente a la que he conocido hoy me ha expresado su amor hacia mi novio en forma de cartas, regalos y palabras preciosas.

Unos minutos más tarde, distingo su figura entre la multitud. Qué alto es. Mi corazón se acelera cuando sus ojos reconocen los míos y la sonrisa se nos dibuja a ambos en la cara. Viene corriendo hacia mí, haciendo desparecer la distancia que nos separa, y se funde conmigo en un abrazo. Él me rodea por la cintura y yo hago lo propio entorno a su cuello, enterrando la cara en su hombro para aspirar su aroma.

—Hola, agapornit —lo saludo tras un minuto entero de abrazo. Mi voz suena amortiguada contra la tela de su camiseta de tirantes.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora