Capítulo 3

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Martin

Nuevo día, nueva semana. Quién sabe qué canción me tocará en el reparto de temas, ni con qué compañero cantaré esta vez. Ojalá me toque con Kiki. Mientras no tenga que cantar con Juanjo, después de lo que pasó ayer, no me quejo.

Qué vergüenza.

Mi objetivo de hoy es fingir que nada de lo de ayer sucedió nunca, y si en algún momento él saca el tema (cosa que dudo bastante teniendo en cuenta cómo pasó de mí por completo) me haré el loco y ya. Es lo que hablé con Kiki anoche cuando ella se acercó a mi cama, después de hablar un rato con Violeta. Flipó cuando le dije que había besado al maño, aunque dijo que ya sospechaba que me gustaba. No es nada sorprendente, teniendo en cuenta que poco más y se me cae la baba cada vez que lo veo. Seguro que toda la academia lo sabe ya. Qué guay. Que alguien me mate.

Durante el desayuno tengo la impresión en un par de ocasiones de que Juanjo me busca con la mirada, pero creo que solo estoy en mi momento más delulu, como diría Álvaro.

Chiara, Violeta, Ruslana y yo pasamos la mañana en la sala de Vic escuchando el disco de la gala 2 mientras bailamos, chillando y cantando, y perdiendo la poca voz que nos queda después de la gala de ayer.

Cuando llega la hora de la comida, me doy cuenta de que estamos todos menos Juanjo. Miro fijamente la silla vacía que tengo en frente, que es donde suele sentarse él. No hablo en toda la comida, solo miro el asiento empanado sin pensar en nada.

—Martin, ¿todo bien? —me pregunta Bea.

—Ammm, sí —respondo distraído—. ¿Has visto a Juanjo?

Mi amiga sonríe de forma extraña, pero no sé interpretar su gesto.

—Creo que está en la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Lleva toda la mañana raro.

—Ah. —Vaya. No vayas, Martin. Déjale en paz, él no querrá verte seguro.

Bea me mira y su cara muestra comprensión, como si pudiera leerme la mente.

—Amor, estoy segura de que si vas a hablar con él no le vas a molestar.

Dudo. No quiero ser cargante.

—¿Estás segura?

—Martin, eres Martin. —Se ríe y me mira con cariño. —Nunca podrías molestar a nadie ni queriendo. Ve con él. Yo ya he hablado con él un rato, pero estoy segura de que tú le ayudarás más.

Le dedico una sonrisa a Bea, agradecido por sus palabras, dejo mi plato medio lleno aún de comida, y voy directo a la terraza, aunque algo inseguro.

A través de la puerta de cristal puedo ver a Juanjo tumbado boca arriba, con la mirada fija en la ventana y en lo poco del exterior que se puede ver a través de ella. Me tomo unos segundos para observar su mandíbula, que se marca en esa posición, sus brazos flexionados bajo su cabeza y su aura tan diferente a la de cualquier persona que he haya conocido antes.

Llamo a la puerta y la abro con cautela.

—¿Puedo pasar?  —Me dedica un gruñido suave como afirmación.

Avanzo despacio hacia él y me arrodilló frente a la repisa donde está tumbado.

—¿Va todo bien? —le pregunto en voz baja.

Él no me mira. Se encoge de hombros. No me gusta cuando Juanjo se cierra en banda, como ahora. Es complicado acceder a él cuando está así.

—¿Quieres que me quede aquí contigo?

Juanjo continúa sin responder, pero algo en su expresión cambia durante un segundo. Como si hubiese estado a punto de decir algo. Pero inmediatamente después su rostro vuelve a ser frío como un témpano. Intento que no me duela. Sé que él es así, que cuando está mal se vuelve distante. Pero yo soy tan demandante de cariño cuando estoy triste que no puedo evitar sentir pena por él y por su afán por aislarse y querer llevarlo todo solo.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora