Capítulo 8

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Martin

—¿Me lo dejas? —le pregunto a Juanjo, sujetando su jersey. Es mi jersey favorito de todos los que tiene: de rayas blancas y grises, ancho e impregnado de su olor.

Juanjo levanta la vista del interior de su armario, donde está rebuscando ropa para vestirse hoy. Intento no fijarme demasiado en el hecho de que está desnudo, y que solo le cubre una toalla enrollada en torno a sus caderas. Es súper atractivo, incluso ahora, todo despeinado. Incluso diría que está más guapo así, con el pelo revuelto.

—Eh... sí, claro, póntelo si te gusta.

Me sonríe muy levemente y yo pego botes de felicidad mientras me paso el jersey por la cabeza. Sí, efectivamente, huele mucho a él. Dios. No pienso quitármelo en todo el día, por mucho calor que haga.

***

Horas más tarde hacemos el segundo pase de micros. Rus lo clava, no se equivoca con la letra. No esperaba menos de ella, después de todo lo que hemos ensayado. Al acabar de cantar, la miro feliz y orgulloso de nosotros. Te dije que tú podías con esto, intento decirle mentalmente.

Volvemos a los escalones donde están todos sentados, felices como dos niños pequeños. Va a ser un numerazo, estoy tan contento de que me haya tocado cantar con Rus que quiero gritar.

Juanjo, Bea y Álvaro van justo después de nosotros. Lo hacen cada vez mejor, es increíble cómo esto mejora en cada pase que hacen. Los tres van a ganar el concurso el lunes, no tengo ninguna duda. Pero Juanjo... Dios mío. Su forma de cantar, de tocarse, de arrodillarse frente a Bea... Me está volviendo loco. No sé si voy a poder resistir esto muchos días más, así que me alegro de que la gala sea pasado mañana. Cada vez que Álvaro se agacha frente a Juanjo y él le agarra la cabeza, solo puedo pensar en que ojalá fuera yo. Estoy súper contento por cantar con Ruslana, pero me encantaría hacer este número con Juanjo.

Cuando acaban de cantar, él busca mi mirada. Le sonrío con ganas, levantando un pulgar en señal de aprobación. Él levanta una ceja y luego me saca la lengua muy rápido, de forma que nadie más se da cuenta.

Canta el resto y después hacemos la grupal, que sale bastante bien. Nos quedamos un rato con Vicky, la profe de baile, para ensayar la coreografía de la grupal, hasta que suena el timbre que indica que es hora de merendar. Todos salen pitando, pero yo me quedo unos minutos hablando con Vicky, porque quiero consultarle una cosa. En realidad, es sólo una excusa para hablar con ella un rato, ya que la admiro demasiado.

Después de despedirme de Vicky, salgo de la sala de ensayos en dirección al comedor, donde están todos. Juanjo está viniendo hacia la sala. ¿Estaría buscándome a mí? Cuando sus ojos se encuentran con los míos, para de caminar y me sonríe un poquito, lo que confirma mi teoría.

La euforia se apodera de mí, y extiendo los brazos en su dirección mientras me aproximo a él. Por primera vez delante de las cámaras, no se aleja ni huye de mi contacto, sino que me abraza con fuerza, pasádome los brazos por la cintura. Yo hundo la cara en su cuello, sin poder creerme que esto esté pasando, que haya decidido dar este paso.

Cuando nos separamos, le miro sonriendo de oreja a oreja, y entonces él se agacha, coge un cojín del sofá y me lo estampa en la cara.

—Tenías que cargarte el momento —protesto, pero le arranco el cojín de las manos y le atizo.

Acabamos haciendo una guerra de cojines, a la que se suman Ruslana y Chiara. Unos minutos más tarde estamos los cuatro tirados boca arriba en el sofá, muertos de la risa. Por primera vez en toda la semana, veo un Juanjo relajado, feliz de verdad, y se me encoge el corazón de pura alegría. Quiero hacerle sentirse así siempre.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora