Vamos directos al sol

Capítulo 24

Juanjo

La gala se siente diferente a todo lo que hemos hecho hasta ahora. Para empezar, no hay nominados. Cosa de la que oye, no me quejo en absoluto. Tampoco hay expulsado, así que me permiten disfrutar de Salma una semana más. No sé si ella se irá la semana que viene, pero estoy asustado de verdad. Y hablando de expulsados, volver a verlos nos hace mucho bien a todos. En esta gala cantan con nosotros, así que, aunque no nos dejen hablar mucho con ellos para que no nos den información del exterior, el simple hecho de ser dieciséis otra vez nos recarga las pilas.

Yo intento durante toda la gala hablar con Denna, pero me resulta imposible. Tengo tantas cosas que decirle y nos apuntan tantas cámaras que es casi una tortura.

Volvemos a la academia más pronto de lo que me hubiera gustado, y no nos permiten decirles nada. Tendré que hablar con ella en otra ocasión.

La oportunidad se me presenta antes de lo esperado. Noemí nos confirma a la mañana siguiente que, efectivamente, nos vamos a ir a casa por Navidad. Desde el 24 por la mañana hasta el 26 de diciembre.

Vamos a pasar dos noches fuera de aquí. Dios, no me lo creo. No sé si me gusta la idea. No quiero salir de esta burbuja, no quiero enterarme de nada. Quiero seguir dejándome llevar sin tener ni idea de lo que se opina fuera al respecto, porque sé que si me entero de cosas malas, mi comportamiento se va a condicionar. El mío o el de mis compañeros. Ahora mismo, todo es tan perfecto que no quiero que cambie absolutamente nada.

Solo de pensar que mañana por la mañana voy a salir por la puerta y voy a coger un tren hasta mi casa me da vértigo.

También me da el impulso y la energía suficientes para hacer por fin lo que hasta ahora no he tenido los cojones de hacer.

***

Martin

—Martin. —La voz de Juanjo me llama, y él aparece por el pasillo, saliendo de las duchas—. ¿Puedes venir un momento?

No tardo ni un segundo en levantarme, con el ceño fruncido.

—¿Pasa algo? —pregunto enseguida, preocupado. Conozco sus expresiones y está nervioso.

—No, no, solo tengo que darte una cosa.

Yo asiento, con curiosidad, y me hace un gesto con la mano para que lo siga hasta las duchas. Cerramos la puerta tras nosotros y me ayuda a quitarme el micro, para luego hacer lo mismo él. Nos sentamos en el suelo, uno al lado del otro, como hacemos siempre. Me fijo en que lleva un papel doblado en la mano.

—Dime —le digo con expectación—. ¿Estás bien?

Juanjo carraspea.

—Sí, sí, estoy genial —responde, y se ríe nervioso. Me encanta cuando hace eso—. No sé cómo se hace esto.

Arqueo una ceja. No entiendo.

—¿Cómo se hace qué?

Juanjo respira hondo y me mira a los ojos. La mano en la que lleva el papel tuembla un poco cuando la eleva.

—Te he escrito esto —dice muy rápido.

Me quedo mirando el papel, flipando. ¿Juanjo me ha escrito algo a mí? No sabía que él hacía ese tipo de cosas.

—¿Me has escrito una carta? —Mis intentos por parecer calmado y guay se van a la porra cuando mi voz me delata, así como la sonrisa en mi cara que soy incapaz de contener. Él asiente—. ¿Y qué pone?

Juanjo vuelve a reírse. Está atacado de los nervios, el pobre.

—Hombre, nos ha jodido, para saberlo la tienes que leer... —Me tiende el papel con cuidado, y yo lo cojo dispuesto a desdoblarlo—. Aquí no, Martin. Es para que la leas en Getxo, cuando nos vayamos.