Capítulo 30

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Martin

Ay, madre. Mi estómago.

Si Juanjo lo ha cogido, Martin también lo tiene, dijo Rus ayer por la mañana, cuando Juanjo estaba tirado en el sofá medio muerto, el pobre. Yo era consciente de que las probabilidades no jugaban a mi favor, pero no esperaba ponerme enfermo justo antes de la gala. Qué suerte tengo.

Intento no pensarlo mucho, porque si lo hago sé que me voy a poner peor. Si lo ignoro, quizá el malestar se vaya un rato y me de un respiro esta noche. Sin embargo, después de que me salgan varios eructos (lo siento) sin poder evitarlos en la terraza, Juanjo, que está sentado a mi lado, me mira preocupado.

—Ay, Martin —dice, dándose cuenta de lo que sucede. Yo asiento, tocándome la tripa. Cada minuto es peor.

—Me duele.

—No te puedes poner malo ahora —dice Bea, escuchando nuestra conversación. Ella también me mira con preocupación.

Me empiezan a entrar náuseas. Me levanto corriendo y me voy al baño.

—¿Vas a potar? —me pregunta Juanjo, levantándose rápidamente para seguirme. Yo solo asiento porque no puedo hablar ahora mismo.

Bea le dice algo, pero no llego a oírlo porque salgo corriendo hacia los váteres. En cuanto llego, cierro la puerta tras de mí y vomito toda la merienda y la comida. Los únicos esfuerzos que puedo hacer en este momento se centran en no mancharme la ropa de gala. En dos horas actuamos. Me dan ganas de llorar de la rabia. Me he esforzado un montón, y ahora mismo no me puedo ni mover. El número ya salía bien, y ahora lo voy a estropear. Las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas mientras vuelvo a vomitar.

Alguien llama a la puerta.

—Martin —dice Juanjo, y vuelve a llamar de forma insistente—. Ábreme, por favor. ¿Estás bien?

—Estoy vomitando, no quiero que lo veas —le digo, pero él vuelve a dar toques en la madera.

—No seas bobo, ábreme, por favor. Soy yo.

Ya. Es él. Si alguien me puede ayudar ahora mismo, es él. Abro el pestillo, y él entra en cuanto se lo permito. Lleva un bote en la mano, las pastillas que le dio Noe ayer. Cierra la puerta en cuanto la cruza.

—¿Estás llorando? —me pregunta, con el ceño fruncido, y acuna mi cara entre sus manos. Yo trato de apartarme, porque probablemente tengo la boca manchada de vómito, pero a él no parece importarle lo más mínimo y mantiene el.contacto.

—Me van a nominar —susurro, y me caen más lágrimas aún. Tengo miedo de irme de aquí. Y por este motivo. Con todo lo que hemos ensayado, no es justo—. No puedo moverme.

—Martin, no digas eso, no te van a nominar —dice, pero le tiembla la voz, delantádolo. Tiene ojos. Me está viendo, sabe cómo me encuentro y es consciente de que en este estado es muy probable que acabe sucediendo eso. Aunque no me lo diga a mí. No es tonto—. Vas a descansar un rato hasta que vayamos a plató, y seguro que todo mejora.

Mientras habla, vuelvo a sentir arcadas y me agacho para vomitar. Me muero de la vergüenza. No quiero que lo vea, ni que lo huela. Estoy echo un asco. Él, sin embargo, me sujeta de la mano y me rodea la cintura con su brazo. Cuando acabo, me limpia los labios con papel y me da un beso en la frente.

—Cuando estés listo, avísame y nos vamos a tumbarte.

Yo asiento, indicándole que creo que ya puedo. Abrimos la puerta del baño, vamos a los sofás y se tumba boca arriba. Yo me tumbo encima de él y acaricia mi espalda y mi brazo con cariño, en ademán protector. No quiero ir a plató, quiero quedarme aquí con él.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora