Capítulo 35

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Martin

La cabeza me estalla de dolor y yo me quedo acurrucado en el sofá, incapaz de moverme, tal como me ha dicho Noemí cuando me ha puesto el termómetro. 39 de fiebre. Y esta noche es la gala. Voy a tener que volver a salir enfermo. De verdad que si existe alguien en el mundo que no crea que existen personas gafes, que venga a conocerme a mí, porque va a flipar.

Un peso cae sobre mí, sobresaltándome.

—¿Cómo estás, mi chico?

Me río sin poder evitarlo cuando un Juanjo sonriente aparece frente a mi cara.

—Bueno, un poco mejor —le miento, medio asfixiado por la posición de su cuerpo sobre el mío. Me encuentro fatal, pero no quiero que se preocupe por eso. Esta noche estaré mejor, yo lo sé.

—Te estoy escachando, ¿verdad? —me pregunta al oír mi tono de voz. Negarlo no sirve de nada, porque se recoloca igualmente. Sigue sobre mí, pero la posición me resulta mucho más cómoda que antes.

Nos quedamos mirándonos en silencio, y él se inclina para darme un beso en la mejilla. Cuando se aparta, su cara está tan cerca de la mía que nuestras miradas se posan de forma inevitable en los labios del otro, con un deseo que poco podemos disimular. No sé cómo aguantamos siempre sin dar el paso. Algún día acabará pasando. La tensión entre ambos es tan palpable que Juanjo rompe el contacto visual, incapaz de mantenerlo.

O al menos pienso que ese es el motivo, hasta que se incorpora con una sonrisa traviesa.

—Espera, ya verás.

Ante mi mirada curiosa, comienza a coger cojines del sofá y a enterrarme con ellos, sonriendo como un crío ante su obra maestra, hasta que soy solo una cabeza saliendo entre una montaña de cojines.

Después, se tira encima de mí de nuevo, y junta su boca con la mía tapándonos con otro cojín. Lo beso con ganas, probablemente contagiándole de todo, aunque cualquier virus que pueda tener yo seguramente ya lo haya pillado él.

—Qué buena idea —bromeo, fingiendo admiración—. ¿Se te ha ocurrido a ti solo?

Él asiente, aguantándose la risa.

—Soy ingeniero —dice, todo orgulloso.

—Por poco tiempo, me temo —bromeo, porque como retome la carrera al salir de aquí después de todas las veces que se me ha quejado, lo mato.

Juanjo roza su nariz contra la mía, con cariño. Me va dando piquitos mientras sonríe embobado, y yo pienso que podríamos quedarme a vivir en este momento para siempre.

—Juanjo, cariño, vas a llegar tarde a clase —lo llama Noemí desde megafonía. Es verdad, tienen técnica vocal. Yo me la voy a saltar con permiso de Noemí.

Él hace un pucherito mientras me mira con pena, y sé que tiene tan pocas ganss de apartarse de mí como yo de que se vaya. Le acaricio la mejilla, porque cuando pone esas caras me parece la persona más adorable del mundo. Juanjo me sujeta de la muñeca, y se la acerca para verla bien.

—Qué bonita —me dice, refiriéndose a la pulsera que llevo puesta. Es de bolitas blancas, y tiene cuentas en forma de hojas verdes y las letras de mi nombre en el centro.

—Tómala. Para que te ayude en clase. —Me quito la pulsera y se la pongo a él, que la mira ilusionado como si acabase de darle un diamante o algo así. En cua yo veo su cara, sé que no me la piensa devolver. Y me parece bien.

Se lanza de nuevo a mi cara, repartiendo besos por todas partes, como un loco. Me encanta cuando le dan ramalazos de amor así.

—Ejem. —La voz de Noemí vuelve a escucharse, algo enfadada, aunque se  intuye una risa en su tono.

Vamos directos al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora