El Final de la Guerra... El Final de la Maldición, Parte Final

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En cuanto entré a la cabina, fui recibido por aquel cálido ambiente que me era tan familiar. A pesar de que varias partes estaban rotas y abolladas, esta seguía conservando, entre sus agrietadas paredes, el acogedor calor que emanaba aquel fuego infernal que brotaba por momentos fuera de la caldera.

Mientras que, parada en el medio de la cabina con los brazos cruzados detrás de su espalda estaba Tália, mirándome con lo que me pareció era una mezcla de orgullo y tristeza, tenía las orejas a medio levantar y su cola colgaba inerte desde su espalda baja.

A su alrededor todo estaba ordenado, sobre la mesita plegable había un mapa desplegado de la zona y una libreta con algunas toscas anotaciones. Más al fondo, justo al lado de la puerta de la caldera estaba el cajón de madera rebosante de carbón y la pala descansando, incrustada en la montaña negra. Parecía que se había esmerado en dejar pronta a Edelweiss para el siguiente viaje...

Lástima que no lo haremos juntos...

— Veo que ya tienes todo listo... — La miré, intentando aguantarme.

— Hay una vía a un kilómetro de aquí que atraviesa las montañas en dirección a Steinheim... — Me informó con una triste sonrisa — ¿Es aquí... donde nos tenemos que separar?

— Asumo que no te puedo esconder nada... — Suspiré con pesar.

Las lágrimas comenzaron a formarse en los ojos de Tália...

 — Todo tiene un precio en esta vida... — Entendió al instante — Dime ¿Realmente tiene que ser este? — Pregunto con voz temblorosa.

— Tália... No será por mucho tiempo, volveré una vez sea juzgado, te lo aseguro... Casi no te vas a dar cuenta de mi ausencia...

Aunque por más que le digiera eso, sabía que no era verdad.

A pesar de que mi corazón me dictaba que me quedara con ella y huyéramos juntos, sabía que no era lo correcto, la pondrían en la misma bolsa que yo y sería juzgada por cosas que no hizo. No me permitiría que eso pase.

Como siempre me dolía verla mal. Su cara llena de lágrimas y su voz,  se ahogaba por contener su llanto, sus orejas ahora caídas y su peluda cola colgando sin vida me rompían por dentro. Quería quedarme...

— ¡Pero Bullet...! — Se me abalanzó llena de lágrimas a abrazarme — ¡No quiero separarme de ti... no quiero estar lejos de ti... no puedo...! Quien sino me va a acariciar la cabeza cuando este mal... quien me va a pagar mis panes... quien va a halagar a esta mestiza sino eres tú...

— Tália... nos volveremos a ver, te lo prometo... — Le comencé a palmear la cabeza.

— ¡Tú dijiste que no me ibas a dejar...! — Me comenzó a golpear el pecho — ¡Me mentiste... como sé que esto tampoco será una mentira!

— ¡Por qué no te estoy dejando realmente! — La detuve, abrazándola con fuerza — ¡Te amo tanto que nunca me atrevería a dejarte! Tómalo solo como un hasta luego...

— ¡Pero tú... tú...! — Cada vez más se enterraba dentro de mi ropa — ¡Simplemente no quiero perderte...!

Con el remordimiento de mi alma solo pude abrazarla con más fuerza y distinguir por última vez su extenuante olor a menta y su característico calor corporal que me permitió calentarme durante este viaje cuando más lo necesité.

Intentar tranquilizarla iba a ser imposible, solo podía intentar transmitirle todo lo que sintiera antes de tener que separarnos. Esto no iba a ser un adiós final, pero dolía como uno.

Ella fue la primera que me mostro tanto cariño en mucho tiempo, aquella con la que pude comenzar a abrirme nuevamente y enfrentar mis miedos, enfrentarme a mí mismo y saber cuál era mi verdadero destino.

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora