La Venida de la Bestia, Parte 4

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A pesar de mi actitud decidida ante Tália, cuando entré, me bloqueé por unos instantes, no sabía bien que hacer... Sabía que debíamos calentar la caldera lo suficiente como para que el vapor acumulado pudiera hacer que los pistones generaran potencia para movernos, la mínima, aunque sea... Pero la pregunta era ¿Cómo?

Este proceso lleva horas y dependiendo el caso hasta medio día ¡Pero nosotros tendríamos que hacerlo en menos de diez minutos! Una proeza del ámbito del ferrocarril.

La lógica diría que tendríamos que tirar tanto carbón como pudiéramos en la caldera hasta que alcanzara temperaturas extremadamente elevadas y así generar cantidades ingentes de vapor, pero eso no era posible, llegados a un punto el simple hecho de estar frente a la puerta de la caldera te generaría insolación en segundos, y repetirlo varías veces haría que te desmayaras. Eso sin contar que le caldera tiene un límite con el carbón que pueda quemar al mismo tiempo y el tiempo en que el mismo se quema también lo es.

No era viable ni por asomo.

— Tália tú eres buena con las artesanías y esas cosas ¿no? — No la dejé ni responder — Qué se te puede ocurrir para llenar la caldera de vapor en poco tiempo.

— Ehhh... — Comenzó a observar y mirar todo a nuestro alrededor — ¿Cómo podríamos hacerlo...? — Se comenzó a mover por toda la cabina pensativa, hasta que se paró frente a la ventanilla, entrecerrando sus ojos.

— ¿Qué viste? Dime que nos puede servir — Me acerqué.

Fuera de la cabina se podía ver a varios operarios corriendo de un lado para el otro, algunos se metían entre los vagones acorazados y unos poco acompañaban una locomotora pequeña para enganchar los vagones y acercarlos a nosotros. Pero no había nada más salvo gente corriendo y la locomotora pequeña.

— Bullet — Me miró ilusionada — ¿Tienes la misma idea que yo?

— Ehhh... ¿Acaso quieres que esa locomotora de ahí nos arrastre hasta que podamos calentar la caldera? — Respondí desconcertado.

— ¡No idiota! — Me golpeó el hombro y volvió a señalar la locomotora — Utilizaremos el vapor de su caldera para llenar la de Edelweiss.

— ¿Y cómo piensas hacerlo? — La miré desconcertado a ella y a la locomotora pequeña.

Ella se detuvo un momento a pensar y comenzó a mirar las múltiples válvulas de la caldera de Edelweiss.

— Dime, la válvula de emergencia — La señalo con escepticismo — Genera un canal abierto entre la caldera y el exterior ¿no?

— Si no me equivoco sí — Evalué con la mirada —¿Qué piensas hacer?

Ella extendió ambas manos y comenzó a señalar e indicar cosas.

— Conectaremos por ahí ambas locomotoras, luego utilizaremos la alta presión de la caldera opuesta para llenar la nuestra, por mínima que sea la cantidad de vapor que transfiriéramos, serviría para sustentar el avance por unos minutos, solo necesitamos que las ruedas motrices comiencen a girar y un pequeño pero constante suministro de vapor nuestro, para sustentar el vapor perdido al inicio.

Quedé boquiabierto con su solución... Nunca se me hubiera ocurrido y menos de esa forma.

— ¡Jejeje! — Le palmee con cuidado la cabeza — No me arrepiento de haberte despertado... ¡Hagámoslo!

Pero en tanto la locomotora pequeña no se acercaba comenzamos a preparar las demás cosas para partir. Tália agarró el cajón de carbón con entusiasmo y lo arrastró hacia la carbonera, donde lo comenzó a llenar con grandes paladas, mientras tanto yo, comencé a encender la caldera con el poco carbón que había metido dentro en ella y comencé mi rutina de revisar cada válvula y la presión.

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora