Mensajeros

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Cuando salimos de la estación, la tormenta ya había amainado lo suficiente como para considerarse solo un viento fuerte resonando contra el cristal de la cabina...

Después de la tormenta, el área quedó aún más blanca de lo que ya era. Incluso al mirar por la ventanilla de la cabina sentía frío, a pesar de tener la caldera a solo un metro y medio del asiento. La cabina estaba cerrada, por lo que apenas se perdía calor, pero aun así el frío me penetraba con solo ver hacia afuera.

Por suerte Tália es casi de mi altura, un poco más alta, pero aun así, pude taparla con las frazadas que usaba yo para dormir ni bien salimos de la estación.

Aunque no se había despertado aun, la había dejado acostada cerca de la caldera para que pudiera mantener el calor y no enfriarse. No era muy entendido en el tema, pero tenía la intuición de que el calor la ayudaría a poder lidiar con el dolor de los golpes.

Por otro lado, la herida en mi cara no dolía demasiado, me daba la impresión de que el corte no fue tan profundo, por eso no dolía tanto, aunque sí me picaba mucho los alrededores de la herida, era algo desesperante ya que si me rascaba podría reabrir la herida y sangrar más, pero si no lo hacía, la picazón me desesperaba y me daba ansiedad por no poder rascarme. Era algo realmente exasperante...

A pesar de ello, intenté distraerme un poco mirando por la ventanilla. Sentía que el aire frío que la traspasaba podría aliviar un poco la comezón de la herida y en el proceso calmarme un poco la ansiedad...

Cuando acerqué mi cabeza a la ventanilla vi que ya habíamos dejado atrás el área densamente boscosa cercana a la estación y solo había un vasto paisaje blanco allí donde mirara.

Donde quiera que dirigiera la mirada, había un vacío blanco. No había árboles ni montañas a lo lejos. Era como estar en un océano congelado. No sabía a qué ni a dónde estaba mirando, o si me estaban mirando a mí. Cualquier cosa blanca se camuflaría en ese ambiente. La sensación de poder estar siendo observado me generaba más ansiedad, y cuanto más miraba afuera, más confundido y ansioso me sentía.

Cada segundo que pasaba viendo aquel "congelado mar", más sentía como se me formaba un nudo en la garganta. Poco a poco me empezó a costar respirar y cuando me di cuenta, sentí como si mi tráquea se hubiera cerrado, no podía hablar, siquiera exhalar algo. Eso me dio miedo, la sensación de asfixia y falta de aire me desesperó y busque mirar hacia otro lado...

En un intento de calmarme dirigí mi vista hacía el interior de la cabina. Mas concretamente a Tália, la observe dormir por unos instantes, el como se movían ligeramente las frazadas cuando respiraba, como parecía por momentos cuadrar sus respiraciones con el constante ruido de las ruedas y amortiguadores de Edelweiss, era mágico, sentía como la calma me inundaba cuando la veía a ella.

Me sentía un poco mal de usarla a ella para calmarme, me parecía injusto he incorrecto hacerlo, pero por algún motivo seguía embobado viéndola dormir. Viendo cómo se mecía ligeramente al son del traqueteo.

Pasado unos minutos sentí como el sueño me estaba viniendo a mí también. No recordaba con certeza cuando fue la última vez que dormí. Fue antes de que la tormenta empeorara y luego vino la pelea que, si bien no hice mucho esfuerzo físico, el estrés de pelear contra esos lupinos armados y la concentración para esquivar la hoja de ese cuchillo me dejo el cerebro desecho.

— Todo eso junto ¿Serán unas catorce o quince horas sin dormir...? Sumados al esfuerzo físico... Creo que me merezco un descanso, unos veinte minutos serán más que suficientes.

Pero Tália estaba "acaparando" las frazadas. No quería despertarla... pero...

— Señorita Tália ¿Está despierta? — Le empuje un poco el hombro — ¿Señorita Tália...?

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora