Estación de Paso, Parte 3

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De a poco comencé a sentir como mi sangre fluía lentamente a través de mi cara, podía sentir claramente como recorría el contorno de mi ojo, pasando por mi pómulo, la hendidura entre la nariz y mi cachete y finalmente, rodeando mi boca. Una pequeña parte de la sangre manchó mis labios, permitiéndome percibir  el amargo y seco sabor ferroso...

Mientras tanto, el lupino se lamía con orgulloso la mano con la que me había arañado.

— ¡Sangre Imperial! — Afirmó eufórico —¡Deliciosa, tal y como me había dicho mi padre, los Imperiales tienen una sangre exquisita! — Se jactó mientras se relamía hasta su último dedo.

Asco, solo podía sentir asco y rabia al verlo lamer mi sangre. La vista era nauseabunda. Mi corazón latía a mil frente a aquella desagradable escena, cada vez que lo veía relamerse, más sangre era bombeada, sintiendo como esta fluía con más fuerza por mi cara, bañándome en ella. Mi cara ardía, sentía el ardor y la picazón, aunque no fueron rival para mi rabia...

La adrenalina no tardó en hacer efecto y suprimir parte del dolor, pero la sangre seguía fluyendo por mi cara, manchando mi vista.

¡Iba a acabar con esto rápido!

— ¡No voy a jugar más maldito perro, ahora sí que vas a sufrir! — Le grité con la cara llena de sangre, rabia era lo único que recorría cada hebra de mi ser.

En un intento vago de recuperar mi visión completa, me pasé la mano por mi cara para quitarme la sangre. No tuve que ver mucho el estado de mi mano, estaba tintada en sangre... estaba hirviendo... mi mano estaba hirviendo. Observando mi mano, concentre toda mi mente en el enojo que sentía en este momento, dejando que este me guiara...

— ¡Se ponen a pegarle a alguien en el suelo...! ¡Se jactan de eso, lo justifican...! ¡Todo el mundo se reúne, pero nadie hace nada, solo ven como simples ovejas el cómo lastiman a otra persona...! ¡Y cuando alguien sale, alguien interviene, todas las ovejas lo ven mal! — Grité a todo pulmón para que todos me escucharan.

No hay salvación para ellos... Nadie va a salvarla a ella sino soy yo...

— ¡Ahora sí que vas a terminar peor que tus compañeros! ¡Sera mejor que tengas familia porque la vas a necesitar! — Le juré, mientras que con mi ensangrentada mano apuntaba la pistola hacia él sin miramientos.

La sangre escurría a través de la empuñadura, cayendo en grandes gotas al suelo, manchándolo. Los ojos del lupino se llenaban de ira y confianza con cada gota que caía al suelo, sus grandes ojos marrones se inyectaban cada vez más en sangre, evaluando cada posible movimiento mío. 

Era ahora o nunca, si seguía esperando perdería más sangre y me desconcentraría... Ya no habría quien nos salve a la operaria y a mi...

— Dispararé antes de que eso pasé... — Murmuré , relamiendo mi boca llena de sangre, a la vez que apoyaba mi dedo pulgar sobre el martillo de la pistola.

"¡Click...!" Ese fue el único sonido que resonó en el ambiente además del de mi sangre goteando indiscriminadamente contra el suelo... Durante unos pocos segundos nadie se movió. Él me tanteaba con la mirada y yo hacia lo mismo. Ambos lo dejaríamos todo a un ultimo golpe...

En un parpadeo y haciendo alarde de su aparentemente gran agilidad, el lupino se lanzó hacia mí una vez más, confiando en que mi poca visión me impediría reaccionar a tiempo y aprovechándola para atacarme. Pero él no era el único que había aprendido de sus "errores"...

Con un ligero movimiento de mi muñeca, apunté el cañón hacia su torso y tanteé con mi dedo el frio gatillo, viendo como la cara del lupino cambiaba a medida que, con rapidez y agilidad se acercaba por lo bajo en un intento de golpe ascendente, apuntando directamente hacia mi ojo bueno. Cuando notó que mis intenciones no eran las "mejores" intentó detener su ataque, tirándose hacia un lado para caer sobre unas cajas, pero no los iba a perdonar...

"¡¡¡Pafff-Pafff-Pafff...!!!" Tres rápidos estruendos acompañados por fogonazos rojos salieron del cañón de la pistola...

En menos de una fracción de segundo, el lupino cayó de cara contra el suelo. La multitud calló su cuchicheo al verlo caer petrificado y lo único que quedo fue el eco de mis disparos alejarse a través de los andenes. El silencio posterior fue precioso. Un momento de armonía en todo este caos. A mis pies, tres casquillos dorados más, y frente a mí, el lupino desplomado en un creciente charco de sangre...

— ¡Que alguien les llamé a un médico! — Pedí con desgana a la multitud  — ¡Si lo llaman ahora seguramente se salven...!

Los disparos le habían impactado en ambas piernas y hombro al lupino, no se podría mover por unos meses, semanas si el medico llegaba a tiempo. Lo importante era que no los había matado y con eso me bastaba...

— Creo que les di un muy buen escarmiento... — Comenté al verlos a los tres tirados en el piso, gimiendo de dolor — Ufff... — Resoplé — Ya terminó, gracias a la Diosa que terminó... Ufff...que suerte que no los maté...

La sangre había dejado de fluir por mi rosto, se había vuelto una especie de moco rojo muy pegajoso, pero que no parecía querer fluir más. Lentamente desvié mi atención y me acerqué a la operaria magullada tirada en el suelo, el centro de todo este problema. Me limpié la mano lo mejor que pude y le comencé a llamar la atención.

— ¡Señorita...! ¿¡Señorita, está bien!? — Le mecí el hombro en busca de respuestas.

Ella no parecía estar en muy buenas condiciones para moverse, pero me preocupaba dejarla aquí, donde parece ser que a nadie le importaba si golpeaban a alguien. No era seguro. Mientras la miraba más de cerca pude ver que en su overol tenía cosido "Tália", ese debía ser su nombre. No me fije mucho más, simplemente quería irme de aquí rápido y la llevaría conmigo por ahora.

— Señorita Tália, discúlpeme, pero usted se viene conmigo... con su permiso... — Pasé su brazo por sobre mi hombro y la recosté contra mí.

Le pelea me había dejado agotado, casi no tenía fuerzas para levantarme, mis piernas temblaban y mis brazos estaban rígidos, pero aun así, junté todo lo que me quedaba e hice un último esfuerzo para llevarla hasta Edelweiss.

Paso a paso fuimos avanzando por el andén, atravesando a la muchedumbre de gente, mientras esta nos abría el paso, no sé si por lastima, respeto, o porque les dábamos asco, sobre todo yo que tenía la cara llena de sangre... Ellos no decían nada, solo se prestaban a guardar silencio. Era lo mejor que sabían hacer, "Guardar silencio y no hacer nada". Ni me preocupe por ellos, mi objetivo era claro, llegar a la cabina de Edelweiss.

Mientras avanzaba mire a Tália apoyada en mí. Parecía ser una mestiza, una hija de dos razas, lupino y humano en este caso... Ella tenía la cara de una joven humana casi en su totalidad, salvo por unas grandes orejas de lobo pelirrojas que le salían por sobre su cabeza, a cambio, carecía de orejas humanas, esta falencia era cubierta por una gran y sedosa cabellera pelirroja.

Era una joven muy bonita a mi parecer...

Cuando llegamos hasta Edelweiss, esta estaba aún en el andén, a varios metros de donde me había bajado antes, ella había seguido unos metros más, curiosamente más cerca de donde la pelea había terminado, fue casi como si inconscientemente ella se hubiera acercado más para ayudarme, aunque sea para salir de este lugar un poco más rápido.

Casi de forma inconsciente subí a Tália a la cabina y la recosté sobre unas frazadas desgastadas que tenía yo para dormir. La dejé ahí mientras me acercaba a los controles y hacía que Edelweiss se moviera hacia adelante.

Quité los frenos, moví la palanca inversora de potencia nuevamente y miré la presión de vapor en la caldera antes de poner en marcha a Edelweiss. Cada vez que movía una palanca o giraba una válvula por algún motivo me costaba un poco más de lo usual, tenía las manos entumecidas por los nervios y apenas sentía lo que tocaba, pero al final pude completar los procedimientos y con un gran silbido carente de esfuerzo, Edelweiss comenzó a moverse con fuerza ahora sí, fuera de los andenes de la estación, bajo la atenta mirada de todos a nuestro alrededor.

Aquellos viejos de la estación me miraban con orgullo por algún motivo desde la pesada puerta del edificio principal... Había hecho lo correcto o eso quería creer...

— Viejo... ¿Estas orgulloso de mí por esto...? ¿Hice lo correcto o fui un hipócrita...? — Esa pregunta que me persigue desde hace años y que ahora se repite — ¿Hice lo correcto ese día...?

La Loba y El MaquinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora