Con apuro, corrí completamente la puerta de la cabina y entré, cerrándola con fuerza a mi paso. Cuando estuve adentro, dejé que el calor de la cabina me sanara y revitalizara por completo. Me quité las prendas de abrigo y las dejé sobre la mesita plegable de mi asiento. Estando más ligero, agarré la pala y la hundí en el cajón de carbón que Tália me había ayudado a mover antes. Luego abrí con una mano la pesada puerta de la caldera y, con la otra, comencé a echar cuidadosamente carbón dentro.
El calor comenzó a emanar con más fuerza, gratificándome al ver cómo el carbón tomaba fuego dentro de la caldera antes de cerrar la puerta. Miré las válvulas y medidores, verifiqué que la presión de vapor fuera constante y anoté cada dato como era usual. Cuando no quedó nada que revisar, me volví hacia mi asiento y me senté a observar por la ventanilla.
El paisaje fuera del tren ya me era más que familiar. Hace un buen rato que dejamos Steinheim atrás. No me sorprendió cuando vi el paisaje levemente arbolado y las grandes montañas al fondo. Era un paisaje monótono para mí; había visto mil y una veces los frondosos bosques de pinos, las montañas o lagos congelados. Nada era nuevo. Llegado un punto, me logré ver a mí mismo reflejado en el vidrio de la ventana.
Tenía la cara algo demacrada, con ojeras, manchas de carbón por toda la piel, los labios partidos por el frío y, lo que más resaltaba, la cicatriz de mi ojo. Esta última parecía estar curándose bastante bien; casi no me ardía y apenas picaba, solo sentía una reminiscencia de la comezón de antes. Por suerte, se había curado lo suficiente como para poder rascarme con cuidado.
Mientras me rascaba delicadamente la cicatriz, vi varias partículas blancas caer fuera de la ventanilla. Al principio no les presté atención; pasaban desapercibidas, pero luego de un tiempo comenzaron a caer con mayor intensidad. Con los minutos, parte de los bordes de la ventanilla se llenaron de esas partículas, y poco después, las montañas que antes eran visibles desaparecieron tras una bruma blanca que no tardó en volverse una densa niebla.
— Está nevando... —comenté con desgana al ver la nieve caer—. ¿Se aproxima una tormenta...? —teoricé, levantándome del asiento.
Por inercia, me acerqué a la cadena del silbato y tiré de ella con fuerza.
"¡¡¡Turuuuuuuuuuuufff!!!" El corto sonido del silbato resonó fuertemente dentro de la cabina hasta que el vapor del mismo se agotó. Solté la cadena y me dirigí a un pequeño panel con algunos botones e inscripciones. Bajo ellos había unas pequeñas luces, y, sin pensarlo mucho, comencé a apretar varios de ellos. Cada vez que presionaba uno, oía un pequeño sonido eléctrico, similar a un leve chispazo, lo que significaba que estaban funcionando.
Después de unos segundos, las luces bajo los botones se encendieron. Teníamos electricidad. Con un vistazo rápido, comprobé el contador de una de las válvulas de la caldera. La presión apenas había bajado y se mantenía estable. Ya con eso controlado, me asomé a la ventanilla para ver la parte delantera de Edelweiss.
La niebla ya había cubierto todo en el exterior. Apenas lograba ver la parte más alejada frente a la caldera. Lo que me interesaba era verificar si el foco de luz frontal se había encendido. Y, como esperaba, así fue. Podía ver cómo la luz del foco alumbraba fuertemente la niebla, dotándola de un lúgubre color amarillento. Mi objetivo no era ver más allá de ella, sino marcar nuestra posición en caso de que hubiera algún incauto en las vías, aunque lo dudaba, o si había un tren adelante, que pudiera vernos. Al igual que con el ruido del silbato, había que marcar nuestra posición.
Una vez hecho eso, me quedé tranquilo y volví a mi asiento para mirar nuevamente por la ventanilla. La niebla lo había cubierto todo; ya no lograba ver prácticamente nada, salvo un metro, quizás dos, fuera de la cabina.
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La Loba y El Maquinista
RomanceUn huérfano sin nombre, perdido y atormentado por su pasado. Sus únicas posesiones, un tren, una pistola y... aquel maldito nombre... aquel que le dio su salvador cuando era niño y una maldición que le corrompe la mente a diario... Perdido y sin rum...