Poco a poco me comenzó a carcomer la idea de verla a ella en la misma situación en la que estuve yo con mi abuelo. No quería verla en la boca de un Gran Colmillo, no quería ver sus entrañas desperdigadas por el piso cual matadero de carne, menos ver la vida abandonar sus coloridos ojos ante el cañón de mi arma, no está vez...
Pero cada segundo que pasa, cada metro que nos vamos acercando a las montañas, mayor es el miedo y la aceptación que me da ese posible suceso, la inevitable muerte de Tália por mi culpa, al igual que fue la de mi abuelo...
No podía pensar en nada más que no fuera lo que dijo la Mayor Grant "Si ella muere es íntegramente tu culpa, acéptalo y empieza a aceptar también que lo que ocurrió en el pasado también lo es..."
Esas palabras fueron mi perdición. No tenía ninguna potestad para hacerla quedarse en el tren, y aun sabiendo el peligro que correría ella cuando volviéramos a salir, me callé la boca y no dije nada. Consciente o inconscientemente jugué con la vida de Tália y la guíe al único lugar donde la muerte la iba a asechar con más fiereza, donde esas bestias nos tendrían a ambos en bandeja de plata.
Y por más que cerrara con fuerza mis ojos, deseando que esto fuera un sueño, cuando los volvía a abrir, veía el mismo micrófono de hace unos segundos en mi mano, la radio era la misma, y cuando miré alrededor de la cabina, esta seguía siendo la misma, incluso aquella Loba seguía mirándome con sus grandes ojos carmesí. Quería creer que me tenía pena, que no me odiaba, pero incluso si así fuera, no la culparía.
Todo fue mi culpa, soy el único responsable de esto y siempre lo seré. Lo fui antes y lo sigo siendo ahora, por más que me duela reconocerlo...
Con la poca voluntad que me quedaba dejé el micrófono en la radio. No podía verla a la cara, no ahora y menos con lo que hice, pero aun así quería disculparme, de todo corazón quería hacerlo, debía hacerme responsable, aunque me costara todo lo que tengo, no la dejaré abandonada como lo hice con mi abuelo, no a ella...
Cuando abrí mi boca sentí como mis cuerdas vocales temblaban, mis manos temblaban al igual que el resto de mi cuerpo. Quería mentalizarme, decir algo, pero no salía, sentía que iba a tartamudear a la primera palabra. Sentía vergüenza de eso, en un momento así no quería mostrarme de esta forma, como un niño asustado, quería ser un hombre como lo eran mi padre o mi abuelo, tener la valentía de mi madre para poder hablar incluso en sus peores momentos, incluso cuando me dejó en el tren de evacuación nunca se mostró con miedo.
Pero yo no podía siquiera gesticular una frase, tampoco podía llorar, me sentía horrible pero aun así no podía llorar. Llorar fue todo lo que me quedó una vez y ahora ni eso puedo hacer...
Todo estaba frio para mí, la radio, el piso o incluso la propia caldera la sentía fría. Algo se había roto en mi hace mucho tiempo y ahora no podía conectarme con nada más que con la culpa de mis acciones, el remordimiento de lo que le había hecho a Tália no me dejaba hacer nada, me había bloqueado...
A pesar de eso intenté hablar, aunque no pudiera verla a los ojos.
- Tália... yo... yo solo... siento, no sabía... — Quería, pero no podía seguir.
Intenté cerrar mis ojos para no ver nada, pero ni aun así pude seguir.
Cuando los volví a abrir me sorprendí al ver a Tália arrodillada frente a mí. Su cara estaba justo enfrente a la mía, mirándome con esos profundos ojos carmesí, por instinto y vergüenza bajé mi mirada, pero ella casi al instante me agarró la cabeza y la levantó hasta estar a su nivel nuevamente. Por más fuerza que hiciera para bajarla, ella lo contrarrestaba con más fuerza aún, volviendo mi cara frente a la de ella.
Luego de unos segundos me rendí y le devolví pesadamente la mirada. Ella me seguía mirando compasivamente sin decir una palabra, pero a pesar de eso, podía sentir como solo con su mirada me pedía que me calmara. Ninguno de los dos dijimos nada, solo nos miramos mutuamente en silencio.
A pesar de que ya la había visto antes frente a frente, por primera vez me di cuenta de que Tália tenía pecas en su cara, eran como pequeñas manchas marrones que le surcaban de un pómulo al otro cruzando por su fina nariz. Nunca le había prestado tanta atención a su cara como ahora, cada segundo que la miraba encontraba detalles nuevos, como el grosor de sus labios, o sus cachetes regordetes.
En este momento donde me encuentro perdido y ausente de mí mismo, me permitió ver con claridad la cara de Tália, me sentía de alguna forma feliz, pero también confuso ante su comportamiento. Tenía la total certeza de que iba a estar enojada conmigo, decepcionada incluso, pero a cambio estaba frente de mí, permitiéndome apreciar cada detalle de su cara, incluso podía oler su característico aroma mentolado penetrando en mis fosas nasales...
— Bullet... No te disculpes, no hace falta... — Se acercó y apoyó su frente contra la mía — Yo no estoy libre de pecados tampoco, ni ahora ni antes. No eres el único que está realmente mal por dentro.
— Yo realmente lo siento Tália... Yo... simplemente... No pensé que fuera a pasar esto, recién ayer me enteré y... Solo lo siento... — Sentía como las lágrimas se acumulaban, pero nunca salían.
— No lo hagas, no te disculpes — Me abrazó — Simplemente cuéntame toda la historia, todo lo que te ha traído aquí, todo lo que te llevó a estar así de solo, dímelo todo sobre ti, hasta el último detalle. Solo así podré entenderte, Bullet.
¿Todo lo que me llevó hasta aquí?... Todo... Es una larga historia, una muy larga, contarla llevará su tiempo, tiempo que me temo que cada vez tenemos menos. Pero si es así, merece ser contada, merece que quede para alguien más.
— Lo haré, te lo contare todo — La miré con seriedad a los ojos — Pero pase lo que pase luego, te prometo que vas a ver Ymir, me asegurare que llegues hasta ahí, con o sin mí, pero llegaras, te lo juro... — Le ofrecí el dedo meñique como símbolo de promesa — ¿Compañeros hasta ese momento?
Ella no dudo ni un segundo en cruzar el suyo con el mío.
— ¡Compañeros hasta que el momento llegue! — Exclamó a todo pulmón — Pero antes de terminar la promesa, hazme una tú a mi — Extendió su otro meñique — Prométeme que veremos Ymir juntos, prométemelo por favor, que veremos Ymir juntos.
— Hay cosas que no puedo prometer y esa es una de ellas, y lo sabes... — Respondí con una fatalista sonrisa, pero a pesar de mis palabras, con un mínimo de esperanza crucé mi otro meñique con el suyo.
Nuestros meñiques volvieron a cruzarse, renovando la promesa de antes y creando una nueva "Compañeros hasta que el momento llegue" ¿Cuándo será? No lo sé, solo queda rezar si es que sirve para ver cuánto dura y si habrá una posterior...
En cuanto llegó el momento de separar nuestros meñiques, ella por poco y no me soltaba, lo estaba apretando firmemente contra su palma.
— Tália suéltalo, la promesa ya está hecha — Le pedí intentando pararme.
Casi al instante, producto de mi comentario, soltó mi dedo.
Libre, me pude parar y acercarme al panel eléctrico de Edelweiss. Con torpeza busqué el botón para activar el cambio de agujas y cuando lo encontré entre tantos otros, lo presioné. Al cabo de varios segundos, ambos pudimos sentir el chirrido de las vías más adelante y luego a Edelweiss cambiando de rieles, adentrándose en las vías hacia las escarpadas montañas nevadas. Habíamos tomado el cambio de vías hacia las montañas, ahora sí que no había vuelta atrás, en los siguientes miles de kilómetros apenas había cambio de agujas y de los pocos que hay, casi ninguno permite volver a las vías que rodean las montañas.
La única opción que queda es la reversa, y con los Gran Colmillos persiguiéndonos desde esa dirección, queda completamente descartada como opción. Solo nos queda seguir de largo y adentrarnos más y más en las cadenas montañosas hasta llegar cerca de Ymir...
- Abuelo, reza desde donde estés, porque lo vamos a necesitar... — Pedí en voz baja, viendo cómo en el horizonte, las grandes montañas comenzaban aparecer tras la densa bruma del páramo...
ESTÁS LEYENDO
La Loba y El Maquinista
RomanceUn huérfano sin nombre, perdido y atormentado por su pasado. Sus únicas posesiones, un tren, una pistola y... aquel maldito nombre... aquel que le dio su salvador cuando era niño y una maldición que le corrompe la mente a diario... Perdido y sin rum...